Argentina necesita culo para salir adelante. No en el sentido de suerte (aunque siempre sirve) sino en el de posaderas, a la española. Vaya uno a saber por qué en nuestro país se utiliza la expresión cola, que en España refiere al apéndice trasero de los animales. Para la madre patria los humanos tienen culo, no cola. Y los culos necesarios son los de los dirigentes en las sillas para conversar entre ellos, para escuchar a los ciudadanos y para pensar. Claro, en esa función también necesitan los oídos abiertos y el cerebro en calma. Algo que tal vez no aparezca en el debate de candidatos previsto para hoy, pero el encuentro de esta noche es parte de los procesos democráticos para la toma de decisiones públicas. Que puede mejorar, seguro, pero se avanza paso a paso.

Para que el método del culo sea exitoso se debe partir de lo que muestra el mundo. Los procesos sostenidos de desarrollo, que incluyen crecimiento económico, movilidad social ascendente, aumento en la expectativa de vida, democracia y respeto por los derechos individuales, comparten políticas fiscal y monetaria prudentes, cuidado del sector privado como motor de la economía, transparencia del sector público, vocación de diálogo y asunción de responsabilidades por parte de los gobernantes. Además, todo eso requiere seguridad jurídica, formación de capital humano y continuidad de las herramientas y condiciones básicas.

¿Por qué? La prudencia fiscal implica al menos tres cosas. Una, no ahogar con impuestos al sector privado. Otra, no usar de manera ineficiente los recursos. Y la tercera, no tener grandes déficits fiscales porque ellos derivan en endeudamiento creciente o en emisión monetaria inflacionaria. A su vez, la prudencia monetaria involucra no tentar al gobierno con la posibilidad de financiarlo, mantener el valor de la moneda propia y no desalentar las inversiones interfiriendo con la tasa de interés. El respeto al sector privado significa aceptar que la ganancia material es un objetivo válido en la vida, que nadie conoce mejor que cada uno qué es lo mejor para él, que hay mucho conocimiento disperso en la sociedad por lo que la decisión centralizada suele fracasar (excepto en pocos temas), que el derecho de propiedad privada es esencial y que las decisiones eficientes son aquellas en las que tienen un papel principal las valoraciones individuales.

La transparencia ayuda a vigilar las políticas públicas, evitar el malgasto y reducir la tentación de la corrupción. La vocación de diálogo tiene varios efectos positivos: contribuye a que la democracia no sea sólo un mecanismo para tomar decisiones sino un estilo de vida respetuoso de los demás; la posibilidad de que escuchar al otro mejore las ideas propias; involucrar a muchos en las decisiones fortalece su legitimidad y por lo tanto ayuda a su eficacia; y también contribuye a crear políticas de Estado, pues los sucesores de un gobernante tendrán menos tentación de cambiar sus políticas acertadas al haber tenido que ver en ellas. Por último, la asunción de responsabilidades mejora el mecanismo de ensayo y error, que es propio de la condición humana, permitiendo cambiar con más facilidad a los gobernantes equivocados y a las acciones erradas, lo que también contribuye a las políticas de Estado.

Dos advertencias. Una, ningún país desarrollado sigue perfecta y permanentemente esas líneas, pero en general se respetan. La otra, que dentro de ellas hay gran variedad de diseños con respecto a la participación del Estado en la vida social. La elección no es (usualmente) entre una sola política o una sola ideología que lleva al paraíso mientras que todo el resto lleva al infierno. Hay una interesante gama que genera buenos resultados.

Claro, hay preferencias así como indicadores que pueden orientar tendencias. Por ejemplo, el Fraser Institute elabora un índice de libertad económica cuyo informe 2023 mostró que en 2021 los países en el cuartil (25 por ciento) superior de libertad tenían un ingreso per cápita promedio de 48.569 dólares a paridad de poder adquisitivo (PPA) de 2019, mientras que los del cuartil inferior, de 6.324 dólares PPA. En cuanto al ingreso promedio del diez por ciento más pobre de la población, era 14.091 dólares PPA en el primer grupo y 1.740 dólares PPA en el último. Con respecto a población en extrema pobreza (ingreso inferior a 1,90 dólares estadounidenses diarios), la comparación era 2,02 por ciento a 31,45 por ciento; en expectativa de vida, de 80,8 años a 65 años; y la mortalidad infantil era 4,2 por cada mil nacidos vivos versus 39,1. Por cierto, Argentina ocupaba el puesto 158 del índice entre 165 países.

Allí tiene que ver el papel del Estado. Porque una cosa es actuar más de lo usual por una emergencia, otra meterse en cada interacción decidiendo en lugar de los protagonistas. Es como un grupo de personas que rompe a hachazos la puerta de una casa, desordena y rompe todo usando mangueras que lanzan agua a presión y saca a los habitantes afuera. Si hay un incendio, es válido. Pero no lo es como conducta regular con cualquier hogar en cualquier circunstancia. El “Estado presente” argentino es como el segundo caso.

Cada sociedad verá cómo organiza las relaciones entre los ciudadanos y el Estado, pero debe estar dispuesta a aceptar los costos de sus decisiones. Porque todo tiene costos. Para usar un tono tosco acorde a cómo ocurrieron las cosas en Argentina, quien quiera una economía abierta debe aguantar una competencia feroz y por eso hacen falta impuestos bajos, por lo tanto contención del gasto público (incluye menos subsidios), y marcos legales que den flexibilidad a las interacciones económicas. Quien quiera sectores económicos locales protegidos, empresarios o sindicales, deberá aceptar bienes de producción nacional caros y de mala calidad, riesgo de inflación persistente y marcos legales anquilosados para las relaciones económicas.

No se trata de Estado sí o no, sino de qué Estado. Hay que poner el culo en la silla para decidirlo, basándose en la experiencia propia y mundial.