En LA GACETA del 08/10 el columnista invitado Gustavo Wallberg refiere a un método acompañando al mismo con un vocablo que para nuestro país no suena muy feliz y elegante, es decir, es sinónimo de grosería y mal gusto. Dicha expresión me trae a colación una jocosa y divertida anécdota que vivió el escritor español Camilo José Cela (1916-2002), Nobel de literatura 1989, cuyos relatos y descripciones se permiten ciertas anuencias, como lo referente al tiempo empleado en escribir sentado y a sus consecuencias, a raíz de la cual se contraen y recrudecen algunas afecciones, como la cachitis o inflamación de las cachas, dolencia que ataca a jinetes, ciclistas y escritores. Los mortales que abusan del sedentarismo, sostenía el autor de “La Colmena”, acaban con hinchazón de las asentaderas, es decir, la cachitis que el novelista proponía bautizar con ese nombre, para quienes por razones de oficio abusan de su resistencia. A propósito de ello, recuerda una jocosa y risueña y a la vez irritable escena que le ocurrió y tuvo que padecerla. En una circunstancia imprevista, lo atacó una fiebre muy fuerte y el médico le diagnosticó anginas, recetándole unos supositorios que eran en esos momentos la última palabra de la ciencia. Tenía que administrarse uno a la noche y otro a la mañana siguiente. Luego de la cena y próvido de resignación iba a aplicárselo, cuando de repente se fue la luz, quedando inmersa la habitación en total oscuridad, y la deprimente aplicación tuvo que hacerla en penumbras y al tacto. A la mañana siguiente, su mujer condicionada de cierta paciencia con los enfermos, le recordó la administración de la segunda dosis. Furioso por la experiencia de la noche anterior, rehusaba la próxima toma “porque raspa. Raspa un horror, prefiero las anginas a los supositorios”, rezongaba airado. Su mujer, ajena a lo ocurrido, quitó el revestimiento al supositorio y se lo deslizó por el dorso de la mano. La suavidad y tersura del medicamento le hizo entender lo que había sucedido. Esa noche cuando se fue la luz, se había colocado el fármaco con el envoltorio de plata. No obstante, luego de su no muy feliz experiencia terapéutica continuó escribiendo largas y extensas horas compenetrado en la escritura, haciendo uso y abuso de sus posaderas, valiéndose y gozando de sus mullidas bondades y fundamentalmente sin perder la perspectiva.
Alfonso Giacobbe
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