El 2 de noviembre es un día de profundas emociones y en el que los recuerdos vienen a nuestra memoria sin pausa, con apretados sentimientos de toda índole. Quién no tiene alguien para recordar en este día, algún ser amado que se nos adelantó en el viaje inevitable. Quizás sea un día en el que se amortiguan las diferencias o quizás las diferencias sólo sean las formas de representación de lo que hay del otro lado de la vida o del otro lado de la muerte. La maravillosa película “Coco” _ sobre la cultura mexicana_ nos ha dado una perspectiva del día de los muertos muy pintoresca y esperanzadora, una forma de acercarnos al más allá con un tributo a los antepasados, reivindicando la memoria como una forma de permanecer en la vida, mitigando errores y tratando de salvar las culpas que se transmiten de generación en generación. Si algo se pudo capitalizar de ella es que la verdadera muerte es el olvido. En este vaivén de recuerdos y de nostalgias por los que no están, por esa puerta que se nos cierra con interrogantes ante cada pérdida, quisiera recuperar una expresión de un personaje muy nuestro y muy amado, como lo fue el curita gaucho José Gabriel Brochero: “He podido pispear que viviré siempre en el corazón de mi gente, puesto que la vida de los muertos está en el recuerdo de los vivos”. Por nuestros seres queridos, que viven en nuestra memoria y alimentan nuestra esperanza en el reencuentro; porque, como afirma san Pablo, la fe y la esperanza pasarán, pero el amor será eterno.
Graciela Jatib
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