En 1948 Gran Bretaña fue obligado a retirarse de Palestina por el anhelo independentista de los judíos residentes y los diaspóricos. Previamente, las Naciones Unidas habían votado la partición del territorio en dos estados: uno judío y otro árabe. Los judíos aceptaron v los árabes no, porque preferían “echar los judíos al mar” mediante la invasión de siete ejércitos. Desprovistos casi de armas, abrumados por el ingreso de sobrevivientes de la Shoá, carentes de recursos naturales, y de alimentos, los judíos se empeñaron por seguir adelante. Sus vecinos se negaron a firmar la paz y hubo solo fronteras provisionales. Después se sucedieron nuevas guerras cuyo propósito respondía al mismo slogan: “echar a los judíos al mar”. Israel es tan pequeño como la provincia de Tucumán, no obstante su carácter democrático y pluralista lo ha convertido en una espina que hiere a dictaduras y teocracias. El 1997 Gamal Abdel Nasser, con el apoyo de Jordania y de Siria, inició acciones de guerra bloqueando el Golfo de Akaba y expulsando a las tropas de las Naciones Unidas para poder invadirlo: Israel respondió rápidamente y obtuvo una impresionante victoria en la Guerra de los Seis Días. Fue entonces que la actual Cisjordania, hasta ese momento parte integral de Jordania, pasó a estar bajo control israelí. Durante las casi dos décadas que duró la ocupación jordana de dicho territorio, nunca se había propuesto convertirlo en un Estado Palestino. Extraño, ¿no? También es extraño que los denominados judíos como tales, o de manera indirecta como “los sionistas” sean erigidos en la figura del enemigo absoluto por la llamada izquierda “tercermundista” la que, sorprendentemente, aún perdura y defiende a ultranza el accionar terrorista culpando siempre a las democracias occidentales de los sangrientos atentados perpetrados por el islamo-fascismo contra civiles en todo el mundo. Su justificación no es una deducción lógica de causa y efecto, sino la antigua perversión de hacer pagar a la víctima la culpa del victimario. No olvidemos el criminal atentado llevado a cabo por la tenebrosa organización terrorista iraní Hezbollah contra la Embajada de Israel en 1992 y la voladura de la AMIA en 1994 con 127 víctimas mortales. “No murieron judíos en esos ataques, murieron argentinos, murieron compatriotas”, apunta el periodista Álvaro José Aurane (LA GACETA, 22/10). Ahora bien, la actual guerra de misiles en Medio Oriente, iniciada brutalmente por Hamas, tuvo su respuesta, y los llamados efectos colaterales son, lamentablemente, muy difíciles de evitar si tenemos en cuenta las circunstancias en que éstos se producen ya que los terroristas se ocultan, como es sabido, en los sótanos de las escuelas, viviendas y centros de salud usados como escudos humanos; y que los misiles que parten de Gaza apuntan, invariablemente, contra civiles: hombres, mujeres y niños israelíes... Juan José Sebrelli manifiesta a propósito que “sólo una cosa puede salvar al mundo de esta barbarie, la tolerancia”. No obstante Julián Marías se plantea, en ese sentido, el siguiente interrogante: “¿Hay que ser tolerante con los intolerantes? ¿O hay que ser intolerante con los intolerantes? Me inclino por la segunda opción: no se puede ser tolerante con un nazi o un terrorista”. El fundamentalismo islámico es un peligro siniestro que amenaza los monumentos más antiguos, las obras de arte, a los tesoros de nuestra cultura y los avances de la ciencia, una ciencia que en pocos siglos cambió el mundo. Detrás está la otra cultura, la cultura de los mullah y los ayatolah. En lugar de democracia, teocracia, en lugar de la libertad, una Inquisición gestada por los Torquemadas de la sotana y el turbante, la esclavitud de las  mujeres cubiertas solamente por el chador y la burkah, el azote y la muerte por lapidación de las adúlteras. “Sembrad el terror a los infieles, y a los que hacen la guerra contra Alá cortadles la cabeza” (sura 5, 37)… Pongamos fin de una vez por todas a tanta barbarie y a tanta tolerancia con las dictaduras sangrientas. Finalmente, creo que es importante recordar aquí que “Palestina” es un nombre ficticio dado por los romanos a Judea en el siglo I, mil quinientos años antes del surgimiento del Islam.

Arturo Garvich                                                                           Las Heras 632                                                                  
San Miguel de Tucumán