La publicación de los nuevos sueldos legislativos-llamados aviesa y extrañamente “dietas” - nos dejan con la molesta sensación de envidia y amargura a la vez. Una porque el monto lo deciden los propios interesados y sin vuelta de hoja. Y otra porque nos castiga la idea de haber perdido el tiempo y esfuerzos, abrazando una profesión costosa en esfuerzos y sacrificios, tal como la universitaria y/o docencia, para nunca percibir el sueldo justo y necesario. Duele más aún, comprobar que seguimos verdes como país, sin solución de maduración. “Perro que ladra no muerde”- dice el refrán. Los políticos así ya lo entendieron. No ladran. Pero que muerden, muerden.
Darío Albornoz