Cruzar el umbral de Susana Noé es una poesía negada a la descripción, sostenida en la elisión de los signos con el propósito de sugerir. Omite a la vez que inquieta.
El texto está organizado en dos partes. La primera: “Que no exista el desamparo”, representa la fragilidad del ser en los trayectos vitales entre lo externo y la interioridad del sujeto poético. Una escenografía humana en la que el deseo, la pasión, y las instancias de madurez son propias al transitar del tiempo.
Hay una frontera entre luz y sombra, los “sueños/repitiéndose para “salir del claroscuro”.
Retener la memoria remite a heridas del pasado y un tono doloroso reclama por esta “tierra abonada de olvido” mediante un bagaje de sucesos penosos “inscripto en mi piel”, cuando los versos refieren a pérdidas, pero también a búsquedas que revelan acciones frente a los nefastos años ’70.
La poeta convoca a no someterse a la intemperie, aunque “los muertos conmigo van” y “el tiempo agoniza”. Avanza con el ímpetu de quien no se detiene, incita a no resignarse y a “cruzar el umbral” en busca de la salvación como Jonás dentro de la ballena, arrepentido de sus errores, pero al amparo de la palabra poética, resistiendo “con fuerza de loba”.
En la segunda parte, “Duelo” el espacio se contamina de lo sagrado, entre dioses de geografías diferentes, el ser atraviesa el limen al son de sus búsquedas continuas, alejándose de “tormentos” terrenos, y acercándose al sugestivo valor de lo celestial entre los ir y venir de la existencia, con los miedos que no la paralizan, con el dolor y la supremacía de los sueños, aleando memoria y cuerpo en el devenir de los tiempos.
¿Qué umbrales se cruzan? ¿Los de las graves y adversas experiencias que manifiesta la vida, los terrenos, los célicos? Así, la poeta ruega, invoca, advierte, entre breves espejismos metafóricos, al abordar a través de esta poesía la negación al desvalimiento, resuelto mediante lo elíptico que turba a la vez que no dice concretamente sino que se sugiere.
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