Por Fabián Soberón
Para LA GACETA - TUCUMÁN
-¿Por qué la librería se llama Salvaje Federal? ¿Hay alguna alusión al grito de los federales en contra de los salvajes unitarios?
-Sí, totalmente. La idea era subvertir la consigna, algo así como ¡vida a los salvajes federales! Nos gusta pensar el concepto de salvaje también de manera positiva: nos dirigimos a lectores salvajes, que lean contra el canon, que sean curiosos, que se dejen llevar por su propio “instinto literario” y se animen a descubrir una literatura de la que la mayoría de las veces no hay mucha referencia.
-¿Cómo ves el mapa de distribución del libro argentino en el país y en el extranjero? ¿Crees que el fenómeno de la exhibición incide en la conformación de un canon literario?
-El mapa de distribución y circulación de la literatura argentina dentro del país es muy desigual por razones obvias: la logística es muy cara (es un país muy grande), la estructura de las editoriales pequeñas y medianas tampoco lo permite (tiradas cortas, poca posibilidad de reimpresión de títulos que se van agotando y quedan rápidamente descatalogados) y el acceso a los grandes medios de comunicación que están en Buenos Aires y por lo general atienden sólo a lo que sucede en ese ámbito. Internet y las redes sociales son muy buenos canales para llegar a públicos más amplios, en ese sentido, pero a veces no es suficiente. Tampoco desde el Estado se trabaja lo suficiente en esa dirección: si vemos las listas de autores y autoras invitados a ferias internacionales, incluso en las ocasiones en que Argentina fue país invitado, por ejemplo, vamos a ver que el 95% de los invitados vive y publica en Buenos Aires (mi caso sin ir más lejos). Entonces que haya una verdadera circulación federal de libros y autores es muy difícil y como consecuencia que esas literaturas tengan una circulación internacional es casi imposible. Necesitamos políticas públicas que pongan el acento en que la literatura argentina no es la literatura rioplatense. Probablemente eso también incide en la conformación del canon, aunque también acompañado de cierta vagancia de quienes arman ese canon, la academia, el periodismo cultural, que no investiga un poco más allá. De todos modos a mí no me interesa lo canónico y justo la invitación de nuestro proyecto es leer por fuera.
-¿Ves alguna relación entre geografía y escritura? Es decir, ¿condiciona la posición geográfica de un escritor al momento de producir ficciones?
-No sé si “condiciona” es la palabra, pero yo creo que escribimos con todo lo que somos y hemos sido, entonces, aunque no aparezca directamente en lo que escribe, creo que no tenés la misma mirada si vivís o si creciste en un sitio que en otro. No tiene que ver con que si sos patagónico tengas que escribir novelas ambientadas en la Patagonia (hay un ensayo muy lindo de Graciela Cross que se llama La ley del coirón), pero las condiciones (sociales, políticas, económicas, de lenguaje) no son las mismas en cualquier parte del país y sería extraño que alguien pueda escribir sin estar atravesado de todo eso.
-¿En qué consiste el club del libro? ¿Cuál es su objetivo?
-Nuestro club del libro se llama Remanso Salvaje y tiene ya más de dos años. Cada mes los suscriptores reciben una novedad editorial de alguna editorial de las muchísimas que hay en todo el país, autores y autoras de Argentina pero también extranjeros traducidos por traductoras y traductores de Argentina. Junto con el libro digamos de un formato más convencional, también va una publicación más informal: una plaqueta, un fanzine, una postal para conocer a escritores y artistas emergentes, lo que empieza a suceder, lo que todavía no está entre las tapas de un libro. Las personas también pueden comprar por única vez o cada vez que les interese el club de ese mes, siempre anunciamos en nuestras redes cuáles son los títulos elegidos. Si se suscriben, entonces les llega todos los meses, tenemos distintas opciones de envío, algunos puntos de retiro, que hacen más accesible el precio. Pueden entrar a nuestra web salvajefederal.com y allí encontrarán toda la información.
-Yo tiendo a pensar que en las distintas épocas del libro el club de lectores fue reducido respecto a la masa de la población de una sociedad. En este sentido, no soy pesimista sino que, al contrario, entiendo que nuestra sociedad continúa la tendencia general en la que un porcentaje reducido es el que está dedicado a la lectura de modo pasional y vital. En este sentido, hay visiones apocalípticas sobre la circulación y sobre la lectura y hay visiones integradas, siguiendo la dicotomía propuesta por Umberto Eco. ¿Qué pensás sobre esto?
-Es un contexto difícil, un momento difícil... a la pérdida de lectores que se viene dando desde hace varias décadas, de la librería que es cada vez más una rareza en muchas provincias y ciudades pequeñas, se suman ahora las dificultades para además editar esos libros: la crisis del papel, el costo de los insumos de la imprenta, etcétera... insisto en que el Estado debería involucrarse más. Y también tendríamos que volver a las bibliotecas públicas, buena parte de lo que leí en mi infancia y adolescencia lo leí prestado por esas bibliotecas; deberíamos revitalizarlas como espacios de lectura pero también de encuentro, de charla, de discusión ¿no?
-¿Hay alguna conexión entre tu vocación librera y tu trabajo como escritora de ficciones?
-Bueno sí, por supuesto. Primero porque para ser escritora una tiene que ser antes que nada una lectora y creo que para ser librera lo mismo. Después porque gracias a mis viajes a distintas ferias y festivales del país, durante la última década, pude conocer libros y autores más allá de la General Paz y ese también fue el punto de partida para pensar, junto a mis amigas y socias Raquel Tejerina y Natalia Peroni, una librería que es también un proyecto cultural, como este. Y también porque me siento familia de muchas y muchos de los autores que tenemos en nuestro catálogo: los admiro, me gusta leerlos, me gusta recomendarlos. © LA GACETA
Perfil
Selva Almada (Villa Elisa, Entre Ríos, 1973) es escritora. Es autora de las novelas Mal de muñecas, Niños, No es un río (Premio IILA-Literatura de Roma), Una chica de provincia, Ladrilleros y El viento que arrasa (calificada como “novela del año” por la revista Ñ, fue adaptada al cine y obtuvo el First Book Award de Edimburgo). Relatos suyos integran diversas antologías. Su obra fue traducida a varios idiomas.