Carlos Duguech
Analista internacional
El “representante del Maligno en la tierra” finalmente recibió un efusivo abrazo del presidente Milei. Para el Papa Francisco los hilos de las relaciones exteriores del Estado Vaticano son sutiles y en razón de ello se administran con la sutileza de una encomiable gestión diplomática. Milei aparenta ser esclavo de conductas predictivas. No de fuentes ajenas sino de cantera propia, sorpresiva, mutante, escandalosa, etérea o fuertemente realistas. Los términos medios no existen en la gestión de la política exterior, hasta ahora, de quien se definió desde siempre como “anarco-libertario”. De un extremo a otro se extinguen y prevalece sólo “el momento”. La coyuntura, que debe aprovecharse al máximo. Milei practicó ese comportamiento en Israel, en el Vaticano y en Italia. Es probable que, persistiendo en esa modalidad, todo aquello que formaba parte del “imperio del mal” (Reagan dixit, de la ex URSS) Milei esperará le enromen sus púas con una “bienvenida”. A su conveniencia. Aun en la China comunista a la que le pide yuanes frescos para pagar deuda.
El alineamiento triangular Argentina-EEUU-Israel esbozado por Milei tiende -según su política de “brazos abiertos”- a desarrollar Argentina. A la vez, había anunciado la de “brazos cerrados” aun con centros de alto interés y conveniencia para Argentina. Sin embargo, generarán en el cortísimo plazo inconvenientes: disminución o pérdida de mercados. ¿De dónde le vendrán los dólares? El primero que le haría esa pregunta es Brasil. Y para responderle Milei urdiría una estrategia libertaria: invitaría a Lula para el diseño político-económico de Latinoamérica. Será, pensamos, un modo de exportar la idea de que su “modelo” en la nueva Argentina será el prevaleciente para que los países sean exitosos. “Demasiado imaginativo este columnista”, probablemente comenten en un tono poco amistoso. Pero bueno, es llamar la atención en un punto esencial: Milei es quien da letra. Y quien da número y expone parte del libreto.
Trump, el referente
Ya nada de lo que exprese Trump puede sorprender. Ni a los estadounidenses ni a nosotros, que estamos percibiendo como si fuesen comportamientos naturales los de nuestro propio presidente Milei. Un jefe de estado con todos los atributos y que, no obstante, minimiza y los contradice cuando se empeña -cada vez más- en autodenominarse anarquista a la vez que libertario. En Argentina -principios del siglo XX- el anarquismo tomó cuerpo en movimientos obreros con su máxima consigna: abolición de todo poder mientras que, en simultáneo, los efluvios de la revolución bolchevique (noviembre, 1917) mostraban un nuevo rostro de la política en estas playas: el comunismo. La concentración del poder en el Estado. Eje de todo y para todos. Marcamos esa contradicción del “anarquismo” de Milei pretendiendo a la vez un poder estatal inconmensurable. Para muestra, su proyecto de ley (“ley tren de carga”, más que ómnibus) como “dueño” del presente y de los futuros predecibles o programables de los argentinos de a pie. Excepto para los privilegiados nichos económico-financieros que lucran desde el ruido de las políticas “revolucionarias”. De los empoderados de turno en la centralidad del ultra presidencialismo constitucional que padece Argentina.
Trump, excentricidades
Tropezando, y pese a ello, empecinado Trump en conseguir otra vez la presidencia, imaginó que podía pedirle (el lunes último) a la Corte Suprema de Estados Unidos (como quien le pide a una vecina una taza de azúcar) que suspenda el fallo por el cual se le niega su inmunidad penal, nada menos. Claro, ese fallo habilita la posibilidad de que pueda ser juzgado por el delito presuntamente cometido: el de haber intentado modificar los resultados electorales de noviembre de 2020, que le arrebataron la posibilidad del segundo mandato. Semejante petición es rayana en lo absurdo. Sólo sostenida en la potencialidad supuesta de lograr modificar los datos concretos de la realidad asaltando el Capitolio por sus exaltados seguidores. Previamente él los había alentado en ese sentido. Documentado. Sólo citar la consecuencia gravísima de ese 6 de enero de 2021 en el Capitolio para darle entidad dramática a su accionar: cinco personas muertas. Es de imaginar que si hubiese sido un tal John Smith (el “Juan Pérez” estadounidense) el responsable, muy distinta sería la situación con la condena a los responsables de las muertes en el Capitolio y los destrozos, sumado al alzamiento contra el orden Constitucional: hubiera sido severa. Y apoyada por toda la comunidad. Sigue ensuciando su nombre el millonario que quiere resguardarse en la Casa Blanca otra vez: el viernes pasado un juez de Nueva York lo condenó por fraude a pagar 335 millones de dólares.
Nuestro país
A la Argentina le costó mucho ser uno de los 51 países fundadores de Naciones Unidas, en la conferencia de San Francisco (Junio de 1945). Durante los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial (IIGM) se mantuvo neutral (“no beligerante”, término acuñado por la Cancillería). Decir “neutral” implicaba, notoriamente, que no se tenía preferencia alguna en la IIGM. “No beligerante”, no necesariamente implicaba no preferencias o no simpatías por alguno de los bandos. Subyace entonces la posibilidad de interpretar que no se quería intervenir activamente en la guerra sin que deba dejar de expresarse ciertas reservas a favor de algún sector, que las hubo: Alemania.
En el decreto 6945/45 del Poder Ejecutivo (28-03-1945) Argentina declara la guerra, tan esperada por EEUU y los países sudamericanos (Conferencia de Chapultepec). Claro que el presidente de facto Edelmiro J. Farrell -que suscribe el decreto- y sus ministros tienen la precaución de no enfrentar tan brutalmente a la Alemania nazi con una declaración de guerra en la que fuese el primer destinatario. En el decreto, en su artículo 2°, se dice in fine, “declárase el estado de guerra entre la República Argentina por una parte y el Imperio del Japón por otra.” Y recién en el artículo 3°, “Declárase igualmente el estado de guerra entre la República Argentina y Alemania atento el carácter de esta última aliada del Japón.” Una “carambola”. Revélase, sin demasiada suspicacia que, pese a la realidad, se intenta morigerar la responsabilidad criminal de la Alemania nazi, dándole el primer lugar en la declaración de guerra al imperio de Japón. Indisimulable posición de las ideas y expectativas del gobierno militar de turno en Argentina. Se mostraba como pro nazi para un sector de los “Aliados”.
¿Con qué cara?
Cuando Argentina pretenda que la ONU se circunscriba al derecho internacional sobre Malvinas (en el “Comité de descolonización” donde está ahora el tema)) y exija su derecho a ser defendida en este aspecto, los funcionarios de ONU podrían espetarle: ¿“Con qué cara” nos exigen cumplir si Argentina desobedeció la resolución 478 del Consejo de Seguridad (CS) del 20 de agosto de 1980”? Resolución que cuestiona por ilegal que Israel consagre a Jerusalén como su capital. Por ello se le pidió, expresamente, a los miembros de ONU (Argentina miembro fundador, nada menos) aplicar la resolución 478.