Por Flavio Mogetta
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
Una antigua casa familiar en Palermo Hollywood. Dos hermanas. Una gastrónoma y repostera, Laura. La otra, Cora, detective. En planta baja, un café lleno de excelsas delicatessen. En el piso superior la oficina detectivesca. Y así como en El otro de Jorge Luis Borges sobre un banco frente al río Charles coexisten dos Borges de distintos tiempos y también de distintos lugares, donde el más joven cree estar en Ginebra enfrentado al río Ródano, dos cafeterías ubicadas a algo más de 11.000 kilómetros forman parte del universo creativo del periodista y escritor Jorge Fernández Díaz para su última novela.
“Cora Bruno se me apareció por entero en un café en París. No tenía nada que ver con París, pero esas cosas mágicas de la imaginación y la literatura”, introduce Fernández Díaz en su charla con LA GACETA Literaria. “Esto empezó hace cinco años aproximadamente cuando me becaron para vivir en París unos meses y armar unas notas para unos libros”.
Claro que la protagonista de Cora no se le apareció porque sí, sino que tuvo mucho que ver la información/formación que el periodista lleva en su cuerpo. “Durante diez años en Buenos Aires y Neuquén fui cronista policial, así que he tratado a muchísimos delincuentes, a detectives, a policías de todo tipo. Luego hubo un periodo en el que estuve metido haciendo relatos de amor de gente común a pedido del diario La Nación, en una sección que se llamaba Corazones desatados, que se convirtió en un libro y donde también hablé con muchos detectives privados. Y después cuando escribí la trilogía de Remil muchos, tanto públicos como privados, se me acercaron porque son fans de la trilogía. A mí me interesa mucho hasta el punto de que tengo una tertulia de detectives donde me divierto mucho y aprendo muchas cosas”.
Pero además de lo escrito y la experiencia como cronista policial, la semilla detectivesca en Fernández Díaz hay que buscarla bastante más atrás en el tiempo porque “cuando yo tenía diez años quería ser detective. Otros chicos querían ser jugadores de fútbol. En ese momento parecía un oficio descabellado y ya a los once o doce años leí La señal de los cuatro de Sherlock Holmes y dije ‘esto es lo que quiero hacer, quiero ser un escritor’. Y entre todos los detectives que conocí a lo largo de estos 40 años en el periodismo nunca conocí a una mujer detective y eso se me apareció en París, cómo sería una detective de infidelidades y cómo la diferenciaría con un hombre”.
-Y en ese boceto de personaje, ¿qué características fue apuntando?
-Pensé que “si es una gran profesional, es una mujer que se ha tomado tan en serio su trabajo, que es experta en vínculos sentimentales. Muy consciente del trabajo, muy concienzuda y en una especia de técnica sobre el amor”. Empecé a escribirla en varios cafés de París y luego volví y tuve muchos compromisos porque tenía otros libros y lo dejé. Siempre que dejás un libro corrés un riesgo y es que cuando vuelvas esté muerto. Que esté muerto porque ya no conectes con eso que fuiste, porque cambiaste vos, porque cambió el libro. Pero cuando lo encontré resulta que no, que estaba vivo y tenía todos los apuntes.
-Cora es un policial bastante especial si se tiene en cuenta el género.
-Yo quería escribir un libro sobre mujeres y cuando vos decís que es un policial especial, es especial. Primero porque no quise hacer una heroína de Netflix. Quería primero que esta mujer viviera en mi barrio, que pudiera ser una vecina mía, tanto ella como su hermana, la peluquera, la socia, la contadora, que fuera un grupo de mujeres con las cuales yo podría verme. Y que hablaran como hablan ellas, no como se habla en las películas o el teatro, que fueran de acá a la vuelta, es decir de cualquier ciudad de la Argentina. Entonces yo necesitaba que fuera una mujer real, un grupo de mujeres reales a las que les pasan cosas reales, que yo se las pudiera contar a un amigo y que me creyera. Por lo tanto, toda la espectacularización que tiene una serie se la fui bajando, aguando y diciendo esto “no puede pasar en mi barrio, esto no le puede pasar” y entonces estuve bajando y bajando. Hice dos procesos de recorte. Uno bajándole el tono para que fuera totalmente creíble y otro achicándolo, el hacer un compacto de la novela.
-Cora Bruno es una detective de infidelidades, pero después la trama la va metiendo en asuntos un poco más densos.
-Quería ser gradual en el sentido de que quería demostrar cómo la intriga se puede aplicar a temas que no son meramente luctuosos. Cómo puede haber suspenso en perseguir a una mujer que uno cree que es infiel y que al final hay una vuelta de tuerca. Mostrar que se puede aplicar la técnica de suspenso, de intriga del detectivismo a asuntos más cotidianos. Después, por supuesto, a medida que ella va ascendiendo socialmente sus clientes son gente más poderosa o vinculada a poderosos. Los poderosos protegen la vida secreta de una manera más violenta, tienen más elementos para hacerlo.
-Mencionaba que siempre tuvo en mente al momento de la escritura y de la edición dos acciones: bajarle el tono para hacerla creíble y recortarla lo suficiente para lograr una novela compacta.
-Me propuse con esta novela dos cosas: que haya sorpresas naturales, no estrambóticas, cada dos o tres páginas; que te parezca una cosa y que después sea otra. Y después compactar, aplicar el principio de condensación. Últimamente veo que muchas obras narrativas están engordadas, son novelas de 600 páginas, a las que si realmente le aplicaras una técnica de edición creo que podrían quedar en la mitad por lo menos, sin perder nada. Ese engorde también ocurre en las series de streaming, donde algo que podría resolverse en tres o cuatro capítulos se resuelve en ocho. Está estirado y no funciona. Lo mismo pasa con las películas que hasta el propio Scorsese no puede hacer una película de 90 minutos, no puede hacer siendo un maestro lo que hacía Otto Preminger en la década del ’50 o John Ford o Hitchcock, que eran capaces en 100 minutos de escribir o filmar condensadamente una película. Creo que hay una inflación narrativa que no se corresponde con los tiempos modernos, donde cada vez hay menos tiempo y las cosas van a mayor velocidad y vos también querés creer a mayor velocidad. Por eso le tuve que sacar la grasa, la carne, llegar casi al hueso para que eso funcionara.
-Y esta Cora Bruno, que además de muy inteligente es muy práctica, se mueve por las calles de Buenos Aires manejando una camioneta utilitaria.
-Eso me lo contó un detective una vez, que usaban esa Kangoo y por esa razón es precisamente que Cora la usa. Yo creo que un escritor crece cuando deja de tomar cosas de otros libros o de otras películas. Uno al principio succiona, vive como una especie de vampiro. Vampiriza los libros y las películas que vio. Creo que un escritor crece cuando empieza a tomar de la realidad, de su propia experiencia, de las personas que ha conocido, de las circunstancias que se ha enterado, aunque no las escriba literalmente, sino que las traduzca o las reformule ficcionalmente. A mí me costó muchos años mejorar, me costó muchísimos años aprender a escribir. Una de las cosas que tuve que aprender fue a vivir con los ojos abiertos, como decía Hemingway, y toda esto sobre los sentimientos creo que básicamente empezó cuando escribí Mamá, que fue una novela verídica sobre sobre mi madre que me obligó a hacer una especie de viaje al corazón y a la mirada de una mujer. Estuve 50 horas entrevistándola y después escribiendo y observándola. Fue el comienzo de algo que abrió como un camino en mi literatura.
-En las tertulias con detectives o las entrevistas que tuvo con ellos, ¿se ha enterado de historias en las que pensó “si yo cuento esto no me lo van a creer porque es demasiado irreal”?
-La realidad es mucho más inverosímil que la ficción, ¿no? De todas maneras, nunca uso historias verídicas, directas. Nunca caigo en eso. Sí puedo reelaborar asuntos como cuando escribí Fernández, que era una novela autobiográfica, pero nada de eso había ocurrido literalmente, busqué cosas equivalentes a las que me habían ocurrido a mí. Pero hay un perfume, un modo de hablar, una lógica. Aprendés mucho sobre la vida humana, los secretos de la vida. A mí me cambió para siempre ser un cronista policial. Tenía 24 años y estaba leyendo toda la literatura negra: Chandler, Ross Macdonald, Hammett, mientras investigaba secuestros extorsivos, cubría los crímenes, entraba en las cárceles a hablar con delincuentes. La literatura y la realidad se cruzaban continuamente. Creo que es una de las cosas más formativas de mi vida quizá junto al cine.
© LA GACETA
Perfil
Jorge Fernández Díaz fue cronista policial, periodista de investigación, jefe de redacción de diarios y director de revistas. Hoy es uno de los escritores más leídos y uno de los periodistas más respetados de nuestro país. Publicó, entre otros libros, Mamá, Fernández, La segunda vida de las flores y La logia de Cádiz. El puñal fue uno de sus grandes best-sellers y el primer título de una trilogía que completaría con La herida y La traición. Obtuvo, entre otras distinciones, el Konex de Platino como el mejor redactor de la década y la Medalla del Bicentenario por su obra. En 2012 fue condecorado por el rey de España con la Cruz de la Orden de Isabel la Católica. En 2017 ingresó en la Academia Argentina de Letras.