La actividad comercial declinaba, los negocios iban cerrando sus puertas, las calles se iban despoblando. Era noche de viernes. El lugar, calle San Martín al 600, pleno centro comercial de nuestra ciudad.
El café Suizo, que estaba ubicado en San Martín 631, cerró sus puertas cuando las manecillas del reloj casi alcanzaban la 1 de la mañana del 2 de abril de 1927. Adentro el ajetreo era importante: había que dejar limpio el local para el día siguiente.
Pocos minutos después José Flores, propietario del bar, despedía a sus trabajadores que se iban a sus casas. En este tiempo, Flores mantenía desde hacía unos dos meses un conflicto con los mozos afiliados al sindicato. Por ello había allí empleados calificados de libres, por algunos, y de carneros, por otros.
Esa madrugada de hace 90 años el negocio quedó en silencio; su dueño fue hacia los fondos, donde vivía con su familia: su esposa, Agustina de Flores, y los hijos de ambos, José, de 9, Benigno, de 8 y Agustín, de 7. Vivía con ellos además Rosa Quinteros, de 17, que estaba al servicio de la familia. Cuando el reloj alcanzó las 2.30, se produjo una explosión en la puerta principal del negocio. Aunque se escuchó a varias cuadras, gracias a algún defecto de fabricación o por su mala colocación no causó mayores destrozos. Sólo sufrieron daños la puerta y algo el frente del edificio.
“Nada anormal” según la crónica de LA GACETA, que se escribió cerca de la 4, el personal que hace servicios de vigilancia en los bancos no notó nada anormal en las inmediaciones del negocio. El explosivo estalló cuando los policías habían caminado media cuadra en dirección al sud por calle Maipú. Más adelante se informaba: un agente del escuadrón de Seguridad pasó por el lugar instantes antes de que (la explosión) ocurriera, advirtiendo que en ese momento transitaba por el frente del café Suizo un individuo tapado por un amplio poncho que bien puede ser el que aprovechando la ausencia de los policías que tienen parada en la esquina de Maipú y Las Heras (hoy San Martín) colocó el explosivos.
Pesquisas
Al día siguiente se anunció que el caso estaba, en principio, esclarecido. Fueron detenidos Manuel Fernández Grande, representante del gremio, y algunos otros integrantes del sindicato cercanos a él. La declaración de Fernández Grande generó dudas en los investigadores y algunas averiguaciones permitieron detectar incongruencias temporales entre sus dichos y los de los testigos que lo habían visto llegar a una fonda de 9 de Julio cuarta cuadra, relata la nuestro diario.
Detalles
Fernández Grande había dicho además que no había pasado por su casa -ubicada en la misma cuadra- antes de llegar a la fonda, pero los testigos señalaron que dos hombres se habían instalado en una mesa del bar a esperar su arribo. El aludido llegó a la 1.35 y después de departir largamente con sus visitantes, se separó de ellos para dirigirse a la fonda vecina, relata el cronista. La Policía obtuvo la orden judicial, allanó el departamento de Fernández Grande y encontró un papel clave: una receta para la confección de una bomba casera de manera muy básica y simple. La crónica del día de la explosión la describía así: “la bomba, que es un cilindro de hierro, que contenía recortes de hierro y balines y que se hallaba relleno con papeles, destrozó la parte inferior y derecha del edificio cuyos mármoles, pedazos de madera y de persianas causaron daños en la Casa Municipal y edificios vecinos. Rápidamente se conoció la fecha de fabricación del artefacto, pues los pedazos de diario usados correspondían a la edición de El Orden de la tarde del 1 de abril.
Se diluye
Varios elementos hicieron que con el paso de las horas perdiera fuerza la acusación sobre Fernández Grande, y este quedó en libertad unos días después. Entonces las miradas se volvieron hacia el famoso extraño embozado y cubierto con un poncho. Pero este personaje nunca fue encontrado y el caso se fue apagando, los ánimos se fueron calmando y las cosas volvieron a sus carriles normales.
Incendio en 1933
El ir y venir de personas era intenso. Los negocios tenían abiertas sus puertas. El reloj habían alcanzado el mediodía. El calor apretaba pero la gente seguía en su intenso transitar. Nos ubicamos en la calle San Martín al 800 (por entonces aún Las Heras), cuando repentinamente comenzó a salir humo del taller de reparaciones de una concesionaria de automóviles. “Inmediatamente el incendio llamó la atención del público, ya que a varias cuadras a la redonda se divisaba una densa humareda que partía del local de Las Heras 816”. Así nuestra crónica informaba sobre el incendio ocurrido el 8 de noviembre de 1933.
Según el relato las llamas se produjeron a raíz de un accidente. Un joven testigo indicaba: “se encontraban varios trabajadores dedicados a la tarea de reparar el chasis de un camión, entre ellos el sopletero, que estaba a cargo del soplete a llama muy cerca del camión. Cuando, por motivos que él y los demás ignoran, súbitamente la llama se propagó a un charco de aceite o nafta. No atinamos nada más que a defendernos del fuego y dimos aviso sobre el incendio”.
Casi al mismo tiempo la joven María Elena Daura, administrativa de la firma, salió del lugar hasta la esquina de Junín y Las Heras para dar aviso de la situación a los propietarios quienes junto a otros empleados se acercaron al lugar para comenzar a combatir el fuego. También llamaron a los bomberos, según la crónica: “el incendio habría comenzado como a las 11.45. Los bomberos recibieron la alarma a las 11.56 y dos minutos después llegaban hasta el lugar con dos transportes y una dotación de 12 bomberos”.
Actuaron bajo el mando del comandante Julio Décima. Rápido, los bomberos tendieron las líneas de agua: “una desde el grifo de la esquina de Junín y Las Heras, para ataque y otra desde la esquina de Salta, para alimentar el tanque”. El avance de las llamas “fue detenido y tras 15 minutos quedaron circunscriptas al foco de inicio”. Esto permitió aislar la planta baja donde se depositaban grasas, aceites y naftas. El incendio destruyó parte de la planta alta destinada a depósito de repuestos y a las 12.45 el fuego había sido extinguido.
Nuestro cronista criticó la actitud irresponsable del público, que pese al peligro que generaba las llamas, “se estacionó en gran número en las cercanías de la casa incendiada, obstruyendo la labor de los bomberos y la policía, al extremo de desafiar con su inoportunidad el tránsito de automóviles de auxilio”. Los curiosos querían llegar hasta las mismas puertas del negocio mientras se encontraban trabajado los bomberos hecho que obligó a la Policía a accionar en consecuencia y “con energía”.