Por Solana Colombres
Para LA GACETA - TUCUMÁN
Alina Diaconú es al menos Alina por tres. Si es que consideramos a las lenguas como las partículas esenciales que nos componen. Está la Alina de Bucarest, aquella que junto a sus padres, debió armar petates y poner norte a la remota Argentina en tiempos de Stalin. Desde entonces además de su rumano natal y el francés que siempre fue como una segunda patria (o primera), a Alina el español se le volvió también hogar, refugio, nido. Lo habla dominando los matices de una porteña culta mientras nos muestra tramos de su vida de geografía intensa: de montañas y cañadones y de poca llanura. Una geografía del tamaño del universo. En esta charla, sin embargo, quisimos poner en foco en la Alina de Baudelaire, de Víctor Hugo, de Moliere. La Alina de los años parisinos, y las tertulias con la intelligentzia mundial. En suma, la Alina en francés.
- ¿Cuál fue tu primer contacto con la lengua?
- Empecé a estudiar francés en Bucarest, Rumania, a los 4 años porque me pusieron una profesora cuatro horas por día y fue así hasta los 13 en que nos fuimos de Rumania a Argentina.
- ¿Cómo es vivir entre lenguas?
- Hay una familiaridad interior, fue como si Francia fuese parte de mi vida porque además cuando cumplí 10 o 12 años esta profesora me leía cosas en francés. La cultura francesa me influyó muchísimo desde la infancia.
- ¿Cómo fue tu adaptación a Argentina?
-Fui al Mallinckrodt, un colegio de monjas alemanas. Terminé el secundario con un diccionario bajo el brazo y rindiendo libre. Como premio, mis padres me enviaron a París, a la casa de una especie de prima hermana, que vivía en un departamento muy modesto en el distrito 16.
-Entiendo que tu primer paso por París, camino al exilio argentino junto a tus padres, no fue bueno debido a la tristeza que te generaba dejar tu Rumania natal ¿Cómo fue esa segunda experiencia parisina?
- Fue la oportunidad de descubrir la ciudad. Estaba a cinco minutos de Trocadero, la Tour Eiffel. Había muchos rumanos amigos de mis padres, entre ellos un crítico de arte que convocaba en la casa a reuniones culturales donde acudían todos los rumanos de la intelligentzia y del arte, y me invitaban. De hecho allí cumplí 18 años y me lo festejaron. Uno de esos días el anfitrión me dijo: “venite a tomar el té porque hoy va a venir Ionesco y Elíade junto a unos actores”. De pronto me encontraba en medio de esa gente.
- ¿Cómo fue conocerlo?
-Ionesco era ya muy conocido. Sus obras La cantatrice chauve (La cantante calva) y La Leçon (La lección) eran un éxito en el teatro de La Huchette ¿Viste como dicen acá que “hubo una onda”? Bueno, así. No con Mircea Eliade. Yo era una niña y los demás, adultos. En esa época escribía poesía francesa porque me manejaba con el español para vivir pero no para escribir. Como nadie leía el rumano, y yo tenía veleidades de ser leída, escribía poemas en francés en un cuadernito. Ionesco me invita a su a casa a las 10 de la mañana a que se los leyera. A las 10 estaba en la Rue Rivoli delante de su escritorio donde ostentaba una colección de rinocerontes que la gente le regalaba en alusión a su obra de teatro homónima.
- ¿Cómo se desarrolló el encuentro?
-Le leí mis poemas y, con una paciencia infinita, me escuchó. Estuvo dos horas conmigo y al final me dijo una cosa muy linda. Pienso que si no fuera por ese encuentro, yo no hubiese seguido en el camino de la literatura.
- ¿Qué te dijo?
-Me dijo: “Usted y yo tenemos algo en común, el pesimismo y la vehemencia”. Ese impulso que todos necesitamos para comenzar fue lo que me llevó a elegir la escritura por sobre la pintura, que también practicaba. Básicamente me pregunte si yo podría vivir sin pintar y la respuesta fue sí pero me di cuenta que no podía vivir sin escribir.
- ¿A los 18 años eras pesimista?
-Imagínate, venía de una tragedia, cortar con mi país y venir a un país nuevo, cortar con el idioma sin conocer a nadie. Al principio fui muy infeliz y la poesía fue una catarsis importante. Él debe haberlo vivido así porque sabía lo que era salir del mundo comunista.
- ¿Cómo era él?
- Siempre hago la diferencia con Cioran, que es de otra época de mi vida. Físicamente tenía algo de payaso triste, hasta en el humor. Éra un tipo muy introvertido pero tenía el don de la escucha y cuando terminaba de hablar decía una frase genial. Cultivaba un humor ácido.
- Rinocerontes es una crítica velada a los totalitarismos. Todo un gesto de libertad en ese tiempo, el de un intelectual criticando al comunismo. Para vos, por todo lo vivido, imagino que la libertad habrá sido un cultivo permanente, una actitud vital tal vez.
- La libertad implica hacer todo lo que uno necesita para sentirse bien sin dañar al prójimo. En el arte la libertad es fundamental. Para los que escribimos, para los que pintan. Si hay censura, no hay libertad. Yo lo viví en la época militar, tuve un libro censurado. Siempre fui muy rebelde. Fui hija única, no me gustaba que me mandaran, que me invadieran.
- ¿Y la patria? ¿Qué es la patria para vos?
- No creo mucho en el concepto de patria. En todo caso, yo tendría tres patrias y tres lugares de pertenencia: la Argentina Francia y Rumania. Cioran decía que la patria es un engrudo. Siento que es algo que está impuesto por la enseñanza, la tradición. Yo le tengo mucho amor a la Argentina y no es mi patria….
- ¿Cuándo lo conociste a Cioran y cómo?
-Lo conocí en el 84. Lo había leído y estaba enloquecida por conocerlo. Entonces, en un viaje a Europa con mi marido, Ricardo, en que hacíamos pie en París, hablé con el editor. Me dijo que era imposible porque él no quería recibir a nadie pero me recomendó dirigirme a la editorial Gallimard. Allí me dijeron que le escribiera una nota dejándole mis datos, ya que volvíamos a París una semana después. De regreso de Brujas, había una respuesta de él en la recepción del hotel en donde me invitaba a visitarlo en su casa.
-¿Y cómo siguió la historia?
- Eso fue en el 84, el inicio de la amistad de mi vida. Fue un encuentro de almas. Con Ionesco fue una cosa amistosa, social, pero con Cioran se estableció otro tipo de vínculo. Ionesco me ayudó muchísimo en mi carrera. Fue esencial, pero con Cioran establecí un vínculo más humano.
- ¿Cómo era Cioran?
-Un tipo de una calidez única. Hacía bromas todo el tiempo. Todos deducían que Cioran debía ser un tipo huraño. Además él cultivaba esa imagen porque no quería recibir gente pero algo le habrá resonado de mí. Cada vez que íbamos con mi marido lo visitábamos y además teníamos conversaciones telefónicas de horas.
- ¿Sobre qué hablaban?
- Sobre lo que pasaba en Rumania. Él consideraba que Europa ya estaba cansada. Decía que en 20 años Notre Dame iba a ser una mezquita, que París ya no era lo que había sido. Era un gran observador, un testigo de su tiempo y veía también lo que iba a pasar con la inmigración y con el Islam.
- Me imagino que al tener tres lenguas con sus culturas respectivas, el sentimiento de pertenencia en vos debe ser un poco difuso.
- Borges me dijo una frase de Mellville: “hay que ser ciudadanos del universo”. De esta manera uno siente que está unido a otras culturas, a otras gentes, a otra visión de las cosas. Yo me pertenezco a mí y al universo, somos hermanos en el universo.
© LA GACETA
Perfil
Alina Diaconú nació en Bucarest, en 1945. En 1959 se exilió con sus padres en Buenos Aires, donde obtuvo la ciudadanía argentina. Entre 1968 y 1970 vivió en París. Es colaboradora de La Nación, Clarín, Perfil y LA GACETA. Entre otros reconocimientos, ganó una beca Fullbright y el premio de la American Romanian Academy of Arts And Sciences de Estados Unidos. En Tucumán, el año pasado recibió el premio Paul Groussac de la Alianza Francesa. Es autora de una veintena de libros, algunos de los cuales fueron traducidos en el extranjero.