COPENHAGUE.- Algo huele bien en Dinamarca. Su capital, Copenhague, recibe al congreso anual de Wan-Ifra, la asociación más representativa de la prensa a nivel global. Más de 1.000 representantes de medio millar de medios pertenecientes a 76 países se congregan durante esta semana para debatir acerca de los retos del periodismo, la tecnología y su impacto institucional. El debate, en sí mismo, aviva el fuego democrático de nuestras sociedades. Y constituye una oportunidad para poner en el foco mundial las grandes amenazas que sufren los esquemas de convivencia, el papel que juega el periodismo y los intentos de ahogar la libertad de expresión.

Las calles de Copenhague están cubiertas de carteles con las caras de los candidatos locales al Parlamento europeo, que en pocos días será reconfigurado a partir de una elección decisiva para el futuro de la Unión. Las fuerzas de extrema derecha, reactivas frente a muchos de los presupuestos de la comunidad que 27 países europeos han sostenido en estos años, figuran en los sondeos con más chances que nunca antes. Hay una particularidad en la forma en que los candidatos se publicitan. Todos lo hacen con carteles en la vía pública sostenidos con precintos para ser prolijamente removidos horas después de la elección. No hay pintadas ni carteles pegados con engrudo.

Copenhague, para los ojos de un latinoamericano, alberga contrastes llamativos. Una ciudad en la que sus ciudadanos, como refleja la serie Borgen, no se sorprenden si ven llegar una mañana a su despacho a un ministro en bicicleta. Y a ese mismo funcionario, por la tarde y a pocas cuadras, visitar al rey en su palacio. Sí se sorprenden, en realidad se escandalizan -como describe también la producción de Netflix-, si se enteran que uno de sus gobernantes ha gastado dinero estatal para comprar un vestido a su esposa. Para quienes habitan regiones con gobernantes que pueden apoderarse del equivalente a un PBI de su país, la escena suena inverosímil.

Multiculturalismo y tolerancia

Copenhague exhibe una convivencia extraordinaria de las más diversas culturas pero también fue escenario de muestras de intolerancia. En nuestro primer día atravesamos procesos de seguridad, superiores a las de los más rígidos aeropuertos, para participar de una reunión en JP/Politiken, principal grupo de medios del país, que ha tenido varias amenazas de bomba a partir de la controvertida publicación de caricaturas de Mahoma, en 2005, en uno de sus diarios. Uno de los dibujantes, Kurt Westergaard, sufrió un intento de homicidio de un fanático que entró a su casa con un hacha.

Hasta hoy se mantiene la discusión sobre la publicación. El editor que decidió hacerlo pensó que era un experimento para medir los niveles de autocensura. Después de las manifestaciones de rechazo y de las amenazas, sostuvo que disculparse significaría traicionar la libertad de expresión. El director de otro de los diarios del mismo grupo piensa que fue una provocación innecesaria. Las preguntas siguen generando respuestas divergentes. ¿La libertad de expresión contempla -y si es así, hasta dónde- el derecho a ofender? ¿Debemos tolerar a los intolerantes? ¿Las culturas son moralmente equivalentes? Si la respuesta es sí, ¿no implica eso, acaso, aceptar por ejemplo que en ciertas comunidades las mujeres tengan menos derechos, como prescriben ciertos mandatos culturales?

El debate toca, también, un punto central detrás de las propuestas políticas que se ponen en juego en las elecciones de los próximos días. El nivel de apertura o cierre de los europeos a la inmigración, particularmente la proveniente de países musulmanes.

Mundo polarizado

2024 es un año con una intensidad política infrecuente. Con elecciones en cien países, más de la mitad de los habitantes del planeta en condiciones de votar elegirán a sus máximas autoridades en los próximos meses. Los mexicanos, este domingo, elegirán por primera vez a una presidente mujer, ya que son dos las candidatas con chances (curiosamente, dice la editora mexicana Marta Ramos, ninguna habló de género durante la campaña). Venezuela y Uruguay, de una punta a otra en materia de libertades políticas, son otros dos países de la región con presidenciales. Con 900 millones, la India tiene el récord de convocatoria a votantes y termina este sábado su proceso electoral. Las de Estados Unidos en noviembre, entre Donald Trump y Joe Biden, son las que mayor atención, e inquietud, despiertan alrededor del mundo. El futuro de la guerra de Ucrania, ante un posible recorte -o corte total- de asistencia por parte del candidato republicano, puede jugarse allí.

El clima adecuado para tomar decisiones estratégicas es el opuesto al predominante. Tenemos un ecosistema digital contaminado con noticias falsas, un debate público permeado por campañas de desinformación y discursos de odio, con candidatos que crecen en la medida que impulsan sus declaraciones hacia los extremos. El periodismo se ve desafiado a contrarrestar el clima de época proponiendo una discusión basada en hechos, argumentos racionales y una expectativa compartida de una coexistencia armónica y pacífica.

Dinamarca es un lugar propicio para debatir cómo hacerlo de la mejor forma posible. Desde 1909, ningún partido ha gobernado con mayoría absoluta y esa realidad los convierte en especialistas en el cultivo del diálogo y la construcción de consensos. No hay líderes mesiánicos con poder ni partidos que puedan gobernar solos. Periodistas y medios deben trabajar juntos para impulsar la convicción en la sociedad del valor y la conveniencia del intercambio tolerante de ideas y de decisiones políticas informadas para diseñar un próspero futuro común.

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