Tras una tensa previa, motivada por expedientes que reposaban en la Corte Suprema de Justicia de la Nación -y que empujaron a Juan Manzur a renunciar a su postulación a vicegobernador-, los comicios de renovación total de autoridades provinciales se realizaron el 11 de junio del año pasado. 

La fórmula del Frente de Todos, encabezada por Osvaldo Jaldo, obtuvo 612.402 votos, de acuerdo al escrutinio definitivo. La cifra superaba por 23.287 sufragios los que había cosechado José Alperovich en 2011, y entonces convirtió a Jaldo en el gobernador con mayor cosecha de adhesiones en la historia de Tucumán. Desde aquella jornada, han pasado 371 días, y muchas cosas en la política comarcana. Primero, un Jaldo que de haber militado por el candidato presidencial de Unión por Todos Sergio Massa pasó a mostrarse como el más libertario de los gobernadores y a encolumnarse detrás de quien finalmente resultó electo presidente, Javier Milei. Lo curioso es que tal postura no le significó problemas por parte del peronismo nacional. De hecho, en la única ocasión en que el Partido Justicialista sesionó -el congreso que aceptó el pedido de licencia del ex presidente Alberto Fernández- ni siquiera mencionaron al tranqueño.

La sociedad con Milei, que redundó en la llegada de recursos, estuvo acompañada de una política de puertas adentro. Jaldo armó un gabinete ampliado que incluyó dirigentes de la oposición. En su discurso de apertura de sesiones ordinarias de la Legislatura habló de reforma política, un sempiterno reclamo de la oposición y de un sector de la sociedad. Tiene a los gremios estatales en mano. Incluso, al ex díscolo Sindicato de Trabajadores Autoconvocados de la Salud (Sitas), cuyos dirigentes, otrora reacios a mostrar- se con la guardia baja en las negociaciones salariales, ahora posan sonrientes junto al gobernador. Y no solo los gremios estata- les: también desactivó una huelga del sindicato azucarero. Y muestra buenas migas con el empresariado tucumano; en especial, con el vinculado a la industria sucroalcoholera.

Punto de vista

Fiel referente de la casta, que conoce la dinámica del poder

Luis Karamaneff

Politólogo - miembro del Conicet - docente de la Universidad Nacional de San Martín.

Lo que hemos visto a partir de que Osvaldo Jaldo resultó electo y, después, a partir de que asumió la Gobernación, es un fiel representante de la casta, que conoce con obsesión el funcionamiento de los entresijos y de la dinámica del poder en la provincia. Y que a raíz de eso, justamente puso un pleno a la relación con Javier Milei, sabiendo que siempre hay margen y tiempo para volver al peronismo. Y eso -que con el tiempo hay margen para volver al peronismo- lo puede haber aprendido de su antecesor, Juan Manzur, que “jubiló” a Cristina Fernández, y que después casi fue candidato a vicepresidente de Eduardo “Wado” de Pedro.

Jaldo entendió la necesidad de establecer un intercambio con el Gobierno nacional, para que ambos se vieran dotados de gobernabilidad. En algún punto, sin sueldos al día no hay estabilidad ni reelección. Eso lo entendió bien. Y esa dinámica con el Gobierno nacional la replica en su relación con los intendentes, con los sindicatos, con los empresarios: una mirada instrumental, pero no solo de gobernabilidad, sino también porque leyó el tablero. Entendió que se estaba solapando buena parte de su electorado con el que lo había votado al Presidente. Y efectivamente, está llevando a cabo esta estrategia.

Pudo alinear a los dirigentes políticos del peronismo, a buena parte de la oposición, a legisladores y a intendentes, al igual que a los sindicatos. Pero con el empresariado se notó una diferencia: estuvo más aceitado con los azucareros -y en eso, con el DNU 70/23 y con la “Ley Bases”-, pero le faltó conocimiento del tablero y de las internas de los cítricolas. No los pudo persuadir de la utilidad del Instituto del Limón, se vio frenado; ahí encontró un límite, y mostró con quién está dispuesto a ceder, mientras que en otros ámbitos se muestra mucho más duro.

Y este punto demuestra algo que ya enfrentaron sus antecesores. Muchas veces existe la ilusión de la construcción de algo así como el alperovichismo, el manzurismo o, ahora, el jaldismo. Pero que en ese punto, en Tucumán, eso se torna imposible de construir, porque lo que existe es el partido del orden, que es el peronismo. Y entonces, muchas veces crea esa idea de una construcción que lo supera, pero siempre se ve, si se quiere, entrampado. Un partido del orden que es útil para dar estabilidad, pero que muchas veces traba cualquier tipo de transformación.

PUNTO DE VISTA

Antes que principios, un plan de contingencia atado a la Nación

Agustín Viejobueno

Lic. en Cs. Políticas - Docente de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino

A un año del triunfo electoral del gobernador, Osvaldo Jaldo, el balance de su gestión nos deja una doble paradoja expresiva del carácter inusual de una figura que se manifiesta también acorde a los inusuales tiempos políticos de la actualidad.

En primer lugar, Jaldo exhibe dudas a través de sus certezas. El gobernador ha tomado la decisión de acompañar al Gobierno nacional, haciendo gala de su “dialoguismo” y resaltando en toda oportunidad que lo hace para beneficiar a la provincia, sin que ello implique abandonar sus banderas.
De conversación periódica con el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, su carácter de aliado le ha reportado beneficios, como la firma del convenio para reactivar la obra pública en la provincia. Asimismo, discursivamente deplora las actitudes gremiales opuestas a las políticas nacionales, y ha venido sosteniendo su posición de apoyo a la sanción de la “Ley Bases” -no sólo desde el discurso sino también desde la acción-. Esta firme posición política ha cubierto con un velo de incertidumbre a analistas, a peronistas, a opositores y hasta a su propio electorado, que conjeturan y especulan acerca del rumbo que con certeza ha decidido tomar el gobernador.
No obstante, queda claro que este viraje muestra a un Jaldo radicalmente distinto de aquel que juró como diputado “por la memoria de Néstor (Kirchner), la conducción de Cristina (Fernández) y por el mejor gobernador de la historia de Tucumán, José Alperovich”. O de aquel que en su asunción se ponía la banda acompañado por Sergio Massa y por Axel Kicillof. Los vericuetos de la política lo llevaron a verse en la disyuntiva de mantenerse fiel a un peronismo que hoy despliega todas sus armas para poder sobrevivir, honrando su postura tradicional, o de tomar el camino de acompañamiento a los planes libertarios que hoy eligió. Lo que sí se advierte fácilmente es que de esos vaivenes surge clara una certeza: Jaldo hace gala de su ADN de pertenencia al peronismo clásico, espacio que muta según las circunstancias y según los laberintos políticos que cada contexto histórico plantea al país. Así, su hábil estrategia de “acompañamos, pero no cogobernamos”, antes que una firme convicción de ideas o de principios, se muestra más bien como un plan de contingencia atado al éxito del Gobierno nacional, y cuya fecha de vencimiento es tan incierta como la propia figura del gobernador. Solo el futuro tiene la respuesta.