En “Anatomía del fascismo” (Ediciones Península, 2005, Barcelona), Robert Paxton aborda el caso de los dos totalitarismos europeos que se entronizan en el poder durante la “Entreguerra”, es decir, el interregno entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Tanto en Italia –primero- como en Alemania -después-, Benito Mussolini y Adolf Hitler no alcanzaron el poder mediante asonadas destituyentes. Tampoco consagraron el número de diputados que, en esos regímenes parlamentaristas, les permitieran convertirse en jefes de gobierno. Quienes les darán los votos legislativos que necesitaban serán, en uno y otro país, los conservadores. ¿La razón? Dice Paxton que tanto el líder del Partido Fascista y como el del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes se presentaban, uno en la década de 1920 y el otro en la de 1930, como la garantía de que el comunismo no sería instaurado en sus países, como lo había hecho en 1917 en la gigantesca Rusia. ¿La razón? Los obreros de Italia y los de Alemania los reconocían como sus respectivos líderes.

De modo que uno y otro “llegaron” al poder por medio de mecanismos institucionales. Pero una vez allí propiciaron la “toma” del poder absoluto. Y, como es trágicamente sabido, con ello instauraron sanguinarias dictaduras. En el caso italiano, la violencia paramilitar que se encargó de linchar opositores para acallar protestas. En el caso germano, materializaron el mal absoluto: el Holocausto.

En definitiva, los fascismos de la “Entreguerra” apelaton a una mecánica distinta que los golpes de estado “tradicionales”, pero los resultados fueron en extremo peores.

La situación de Venezuela, y la consagración de la dictadura de Nicolás Maduro, es inequiparable respecto de los horrores que se vivieron a mediados del siglo XX en los totalitarismos del Viejo Continente. Pero el dispositivo de “llegada” al poder y de posterior “toma” del poder absoluto presenta una lógica en extremo similar. Esa metodología es doblemente reveladora.

Crisis en Venezuela: Maduro advirtió que capturará a "los criminales" que cometieron actos violentos

Por un lado, con lo ocurrido el domingo se caen las últimas lucecitas montadas para escena en el país caribeño. Salvo para Rusia, China, Irán, Madagascar, Nicaragua y Cuba, para el resto de América y de la Unión Europea queda claro que el régimen instaurado en Venezuela no es una democracia. Ni una república (ni bolivariana ni de ninguna clase). Ni una revolución. Ya ni siquiera son elecciones.

Lo que hay es un régimen montado por un hato de criminales comunes que han hecho del poder un aguantadero. No están dispuestos a cederlo ni siquiera cuando la mayoría del pueblo lo reclame.

Cuando el reclamo popular se da en las urnas, contestan con fraude. Proclaman una victoria de la que no hay pruebas: sólo la proclama de un organismo electoral controlado por Maduro. Y prometen que, muchos días después, darán los certificados a una Justicia sometida a servidumbre.

Cuando el reclamo es en las calles, responden como la dictadura que son: las protestas dejaron ya entre 11 y 16 muertos, según las fuentes que se consulten, y 180 detenidos. La tiranía responde con represión militar que tira a matar. Los números se suman a los 270 presos políticos que hoy mantiene el régimen, según denunció en abril pasado la ONG Foro Penal. Cabe aclarar que ser detenido por razones políticas es una endemia en Venezuela. Entre 2014 y 2021, Amnistía Internacional había documentado 15.769 casos de personas detenidas en algún momento de esos siete años por razones políticas. Unos 8 millones de venezolanos debieron emigrar por la fuerza. La diáspora es el precio que el dictador cobra a su pueblo por su violenta impunidad.

Maduro maniobra la tragedia Venezolana, además, asistido por las fuerzas armadas. Lo cual conduce al otro lado de la revelación: la doble moral que rige en amplios sectores de la política argentina.

Chávez “llegó” al poder en un contexto de precios internacionales incomparables para los “commodities” de la región. Así como la soja cotizaba U$S 600 la tonelada, el barril de petróleo superaba los U$S 100. Así que durante los primeros años de Chávez hubo un retroceso de la pobreza en su país, como también la hubo durante la gestión de Néstor Kirchner en la Argentina. En contraposición, el populismo disparó en uno y otro lado el gasto público que, cuando el ciclo de los precios internacionales cambió, se tornó insostenible. En paralelo, chavistas y kirchneristas también celebraron negocios poco claros: Néstor canceló el pasivo argentino con el FMI de una vez y, en el acto, tomó deuda con Venezuela, en peores condiciones e intereses que los créditos con el Fondo. Ese pasado de relatos mentirosos y reales intereses crematísticos enmudece al kirchnerismo hasta la incoherencia. Ayer se escandalizaban cuando el gobierno porteño compraba pistolas eléctricas, porque eran reminiscencias de la última dictadura militar; y ahora nada dicen de que Maduro y sus militares vomiten plomo sobre los civiles venezolanos. ¿Asesinar a los que piensan distinto no está mal si lo hace la “revolución bolivariana”? ¿Un protocolo antipiquetes en la Argentina criminaliza el derecho a la protesta, pero matar manifestantes en el Caribe es defender la “patria grande”?

Así como el fascismo europeo vendió el fantasma del comunismo a los conservadores, el fascismo latinoamericano trafica el fantasma del imperialismo, que no dudan en comprar algunos sectores de la izquierda argentina. Sostienen que los intereses capitalistas quieren liquidar un gobierno “socialista”, en lugar de respetar la “información oficial” del Estado venezolano. En 100 años pasaron de enfrentar el fascismo en el Viejo Continente a abrazar las prácticas fascistas del Nuevo Mundo. Y a arriar las banderas de “memoria, verdad y justicia” que valientemente enarbolaron en los 70. Si ahora las “informaciones oficiales” son verdades de fe, entonces se equivocaba Rodolfo Walsh cuando en su “Carta a las Juntas Militares” deploraba las versiones del gobierno de facto, según las cuales los “subversivos” subían de a ocho en autos que, espontáneamente, explotaban. Según esa “información oficial”, no hubo delitos de lesa humanidad, sino alta siniestralidad de tránsito…

Dos clases de “izquierdas”

El presidente Gabriel Boric, que en su coalición de gobierno cuenta con el Partido Comunista de Chile, cuestiona el oprobio de Maduro. Primero, porque la izquierda trasandina llegó a poder a través de las urnas, en los 70, con Salvador Allende. Segundo, porque Boric sabe que Maduro es muchas cosas, menos de izquierda. Tercero, porque hay dos clases de “izquierdas” en Occidente: las que tienen los pies en la tierra y las que aún están paradas detrás del Muro de Berlín.

Eso sí, el doble estándar moral respecto de las dictaduras no es sólo patrimonio de la izquierda. Aquí, hoy, se rasgan las vestiduras dirigentes conservadores y de derechas que aplicaron el mismo relativismo canalla respecto de la asonada que depuso a Evo Morales en Bolivia. En nombre de que el dirigente cocalero era un populista que no respetaba la Constitución, resultó que el pedido militar para que dejara el cargo no era un “golpe” sino fuerzas armadas con sentido republicano…

Acaso la tragedia venezolana acapara tanto la atención de los argentinos porque actúa como el elogio de la culpa: observamos el caribe porque mirar el ombligo austral resulta insoportable.