Para los que viven en la ciudad, es casi imposible concebir la vida sin ruidos. Pero para otros, los que habitan lejos de la vorágine, el día a día es muy distinto. Aunque parezca imposible, existen rincones en los que la paz y la tranquilidad son moneda corriente. Espacios casi vírgenes llenos de misterio, sí, pero también de armonía. Una armonía que te conquista y que te arropa. Eso es Talapazo, un paraje único en el mundo que espera ser descubierto.

Está en Tucumán. Es un pueblo de montaña ubicado a 2000 metros sobre el nivel del mar en el Valle Calchaquí. Se encuentra a 11 kilómetros de Colalao del Valle; allí viven 26 familias de la comunidad Quilmes dedicadas a la agricultura y a la cría de animales. Desde hace un tiempo, sus habitantes se embarcaron en una nueva actividad para difundir su historia y sus costumbres. Se trata del turismo rural comunitario, una modalidad que permite que visitantes experimenten en primera persona la vida de pueblos rurales u originarios.

UNA CONSIGNA CLÁSICA. “Vení a Talapazo y dejá que el silencio te despierte”, les dicen los pobladores del Valle a los turistas. Y tienen razón.

“Vení a Talapazo y dejá que el silencio te despierte”, dicen sus habitantes a los turistas. Es que claro, alejados de la vida citadina, no hay más que silencio; al llegar, los latidos de tu corazón se oyen fuerte, y sólo se interrumpen por el cantar de un pájaro o por la brisa que golpea algún árbol. Es una experiencia distinta, que no podés perderte.

Y allí llegó LA GACETA, ahora por una invitación del Ente Tucumán Turismo. La propuesta es la de acompañar a los talapaceños en un día común y corriente.

Pasos ancestrales

Una vez terminado un largo camino de piedras, llegás al pueblo. Las casas -cada una en un terreno amplio- están separadas por varios metros. Varias de ellas poseen alojamientos autogestionados para recibir a los visitantes; el punto de encuentro es siempre el comedor, creado para acoger a los turistas y para ser punto de partida de las experiencias culturales, de turismo aventura y de gastronomía.

UNA ANTIGUA PIRCA. Entre las piedras solo hay quietud y silencio.

Y de ellas vamos a participar. Lo primero a lo que se nos invita es a una caminata de trekking. Puede que no estemos muy preparados (ni en forma física ni con el calzado adecuado), pero eso no es problema. “La caminata es de dificultad baja”, dice Judith Agüero con una gran sonrisa. Será, junto a Rubén Soria, quienes guiarán todas las experiencias. Claro, luego comprobaremos, la caminata sí es de baja dificultad, pero para los talapaceños.

Recorré en Talapazo los restos de una cultura originaria

No importa. Con botella de agua en mano y con la mejor “de las ondas”, partimos. La senda de La Loma llega hasta la cumbre de una montaña cercana y permite admirar todo el valle en su esplendor. Desde el momento uno, se abren postales únicas: tierras virgenes y cardones añejos que sólo son admirados por los visitantes. Ellos, testigos del paso del tiempo, seguramente custodian aún las tierras que los primeros Quilmes supieron caminar. Rubén nos cuenta que esos senderos fueron los que usaron sus antepasados en la resistencia frente a los españoles. A lo lejos se ven, imponentes, algunas terrazas de cultivo. Cuando llegamos a la cumbre, observamos hasta las construcciones que sus ancestros ocupaban para defenderse del enemigo.

Dulces, hierbas, vinos y hasta un “café”: con el turismo rural, Talapazo exporta productos propios

“Ni el paso del tiempo logró tumbar esto”, advierte Rubén, mientras saca una caja para tocar. “Acá vamos a realizar una corpachada; es una ceremonia de agradecimiento a nuestra Madre Tierra.