Por Jaime Nubiola para LA GACETA
Estoy leyendo en estas semanas el volumen de la correspondencia que mantuvieron el escritor austríaco Stefan Zweig (1881-1942) y el autor francés Romain Rolland (1866-1944), que acaba de aparecer en Acantilado bajo el título De un mundo a otro mundo. Se trata de la correspondencia cruzada entre dos autores de primera categoría de países enfrentados entre sí en la Gran Guerra, la que después sería llamada “Primera Guerra Mundial”. Ambos escritores deseaban persuadir al mundo de la importancia del diálogo para la paz y con esa finalidad planeaban organizar una reunión en Suiza de intelectuales de los diversos países beligerantes.
Después de cuatro meses de guerra, Rolland escribe desde Ginebra a Zweig el 27 de octubre de 1914 advirtiéndole que ha tanteado el terreno y ha comprobado que los intelectuales alemanes están persuadidos de estar en la verdad. Añade: «Es imposible discutir con quien ya está convencido de no estar equivocado. Ojalá hubiera un poco de humildad intelectual, por una parte y por la otra. Es la virtud de la que más carente está el mundo. [...] Las generaciones actuales están enfermas de orgullo. No saben dudar» (p. 83). No tuvieron éxito Rolland y Zweig en su intento de organizar una reunión de intelectuales de todos los países en favor de la paz.
Pero, lo que venía insistentemente a mi cabeza y a mi corazón es la pregunta acerca de dónde están hoy —120 años después— los intelectuales en favor de la paz. Y, más aún, ¿dónde están los pacifistas?, o ¿qué estamos haciendo quienes defendemos la paz? Además me quedaba perplejo ante la consideración de que los movimientos ecologistas —que mueven a tantas personas a cuidar y salvar a los animales y plantas— son del todo inoperantes para detener las guerras. Incluso la denominada batalla contra el cambio climático —que tan en boca está de todos los políticos— me parecía una añagaza para no afrontar esas otras guerras mucho más mortíferas. Alguien me advirtió de que en la famosa agenda 2030 sobre el desarrollo sostenible no se dice nada ni de las guerras ni de la fabricación o venta de armas...
Como es bien conocido los cristianos medievales desarrollaron una profunda reflexión acerca de la guerra justa, recogida incluso por el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2309). Sin embargo, lo que ha cambiado en las últimas décadas completamente es la propia realidad de la guerra: nos encontramos ante una guerra total en la que todo vale con tal de destruir al enemigo. La bomba atómica, la tecnología de última generación, la sofisticada guerra electrónica sugieren que ya no puede haber guerras justas dado el poder de destrucción de los medios modernos.
Cuando hace 50 años hice el servicio militar para ser oficial de complemento del ejército español aprendí la famosa sentencia de Clausewitz en el manual de estrategia: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Lamentablemente vemos que es así y por eso con el paso de los años esa afirmación me ha parecido cada vez más cínica; más aún cuando parece que muchos han dado la vuelta a la oración y consideran que la política es la continuación de la guerra por otros medios.
No a la guerra. La guerra nunca. Los intelectuales hemos de repetirlo con insistencia y amabilidad de múltiples maneras. Y todos podemos trabajar por la paz, pues hemos de erradicar de nuestro entorno todas las formas de violencia: son la semilla de la guerra. Si quieres la paz..., trabaja en favor de la paz.
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Jaime Nubiola - Profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Navarra (jnubiola@unav.es).