›ANÁLISIS

Un mundo apolíneo, una ciudad congelada

Sebastián Rosso

LA GACETA

Dice el diccionario que una placa es un cuerpo de forma plana y poco espesor. Desde muy antiguo se usaron placas inscriptas como forma de comunicar ideas y de señalar un lugar, ambas funciones requeridas para rendir homenajes a los muertos, para conmemorarlos ahí donde están sus restos. Las hicieron de diversos materiales, siendo el granito y el mármol las piedras más usadas, y el hierro y el bronce los metales predominantes. Para lápidas y placas grandes iban las piedras, en las medianas y pequeñas las de metal. Se las adosaba a la lápida o al muro del mausoleo, por lo general en homenajes posteriores al entierro.

Si hacerlas implicaba un arte, era principalmente un arte de la inscripción, un arte caligráfico que, en algunos casos, se combinaba con ornamentos, esculturas o relieves. Algunas son verdaderas obras de modelado, pero la placa, en su totalidad, es el arte de la combinación de textos e imágenes, una obra de diseño.

PRÓSPERO PALAZZO. El aviador murió cruzando los Andes. Los cóndores cuidan su descanso.

En los últimos años las placas de bronce se hicieron célebres por su rápida desaparición a manos del mercado negro de metales, lo que está haciendo estragos en este patrimonio. Una lástima, aunque nunca es demasiado tarde para relevar, estudiar y preservar obras de arte y documentos de una época.

PRÓSPERO MENA. Obra de Gotuzzo y Piana, con la imagen del ex gobernador en la cima de la talla.

Apuntamos a rescatar algunas ubicadas en el Cementerio del Oeste. Inaugurado en 1859 como el primer cementerio público de la ciudad, con el paso del tiempo, entierro tras entierro, con moradores y visitantes cada vez más empaquetados, se convirtió en el cementerio de la clase dirigente tucumana. Sabemos que la cultura mercantil, precisamente la burguesía, siempre quiso maquillar la muerte, de tal manera que a fines del siglo XIX el cementerio se había convertido en un magnífico barrio de palacios blancos. Como describía Marguerite Duras a un cementerio del siglo XIX: “noble, lujoso, muy ornamentado, como una fiesta inmóvil”.

En detalle

Volviendo a las placas, vemos que hay perfiles de ingenios, cuerpos de atletas, doncellas, ángeles, aviones, trenes. Un mundo apolíneo, una ciudad congelada. El Tucumán poderoso y maquinal de la energía azucarera es la imagen que se multiplica. La placa de 1915 que le dedican los empleados del ingenio San Pablo a Luis Felipe Nougués muestra un paisaje de cañaveral, ingenio, tren, puente y teodolito. Todos los símbolos del progreso técnico.

ROQUE ARAGÓN. La Justicia corona un homenaje por sus destacadas “honestidad e hidalguía”.

Las palabras que se usan son un canto al esfuerzo, al logro económico: “Varón de recio temple de los conquistadores, hizo suya la tierra tucumana (…) contribuyó a afianzar la economía de Tucumán y el progreso de su industria madre”, dice la placa de José Abella.

FEDERICO SCHWEITZER. La pelota y los “decanos”, juntos en una imagen futbolera.

Una pieza que resume el largo romanticismo del universo femenino muestra un ángel o doncella, vestida de gasas con corte griego, entre guirnaldas y paso de danza. Al pie de la placa, que púdicamente omite la fecha, están los nombres de un gran grupo de amigas. Leerlo es tener una instantánea de las habituales concurrentes a las fiestas de la clase alta.

Muchas placas tienen retratos, aparecen Próspero Mena, el hijo de Federico Helguera, Abraham González. Es muy impresionante la de Enrique Prat Gay, pues es una máscara mortuoria o al menos un calco de don Enrique, que parece dormido.

BENJAMÍN MATIENZO. El trabajo que demandaron los laureles en relieve es notable.

Entre los trabajos más vistosos están los relieves del mausoleo de Alfredo Guzmán y su esposa Guillermina Leston: uno representa el trabajo y el otro, la caridad. Lucho Akel, que le dedicó un libro al famoso camposanto, dice que el escultor encargado fue Juan Carlos Oliva Navarro.

EMILIO G. MONTILLA. “Justo, sincero y fiel”, dice bajo la efigie. A la izquierda, la balanza y el campo.

Si bien son estrictamente relieves repujados, y no placas inscriptas, nos interesan pues el mismo artista diseñó el bronce del joven Marcos Rosenvald, habitante del mismo mausoleo que su padre. León Rosenvald, director del diario El Orden, tiene una gran placa con una representación de la portada del diario que se rompe para mostrar la ciudad detrás de él. Lo firma Gotuzzo y Piana, responsable a la vez de las muy buenas placas de Arnaldo Mantegazza y Próspero Mena.

JULIO DOMÍNGUEZ. El deportista llora la pérdida. El club Hertz funciona en Villa Mugueta (Santa Fe).

También hay trabajos del escultor porteño Carlos de la Cárcova, el hijo del famoso Ernesto de la Cárcova, que firmó los relieves de Lozada Echenique y Ricardo Frías.

ARNALDO MANTEGAZZA. Otra de Gotuzzo y Piana. Lo despide personal de la Compañía Azucarera Concepción.

Es de lamentar, pero también saltan a la vista algunas bestialidades. La losa de Ernesto Padilla, discretamente acomodada al lado de Ignacio Colombres, lucía en su origen un tono gris neutro, estoico, casi una declaración de modernidad con la que se diferenciaba de sus colegas. Fue arruinada por una placa de mármol blanquísimo en 2018.

› MIRADAS

El genio al servicio del epitafio

Desde un punto vista más bien antropológico, Griselda Barale dedicó un libro al patrimonio funerario de Tucumán. Ahí distingue la pertenencia de clase social según el cementerio ocupado. Si el Cementerio del Oeste representó “a los miembros de la sociedad opulenta”, el Cementerio del Norte fue el que recibió a las clases populares. Sin el despliegue de palacetes y placas ornamentadas del otro, el del Norte también cuenta con sus maravillas.

TOMÁS CHUECA. En relieve se dibuja el canchón del ingenio Marapa. Arriba, la efigie del personaje homenajeado por empleados y obreros.

Es que hacer una buena placa no tenía que ver con la clase sino con quien pudiera pagarla. En el del Oeste, al ingeniero Tomás Chueca le dedican una pieza de piedra tallada que ensambla un medallón de metal. En la piedra se ve el ingenio Marapa y un cielo convertido en volutas de nubes mientras su cara aparece hecha bronce. Es obra de la marmolería Cesca, la misma que resolvió con gran elegancia la placa de Abelardo Pacheco en el del Norte. Maquinista del ferrocarril y víctima de un accidente de trabajo, la placa y el mausoleo fueron solventados por el sindicato ferroviario.

ENRIQUE THOMPSON. La figura remite al ideal de belleza clásica.

El gran despliegue de placas parece detenerse hacia la década del 60. Nada espectacular. Con un tímido desliz de diseños y artistas modernos, luego de los 60 las placas y todo el ornato se ocultan, como la muerte. Menos solemnidad, a lo mejor más ingenio, más desparpajo.

JOSÉ MARÍA PAZ. Homenaje de los técnicos del ingenio Concepción, que aparece tallado con su chimenea humeante.

Barale reproduce una pequeña placa en el Norte que dice: “Qué mirás, qué ves / Como te ves, me ví / Como ves te verás / Diviértete lo que puedas / Que aquí vendrás a parar”.

LUIS F. NOUGUÉS. La placa firmada por los empleados del ingenio San Pablo contiene todos los elementos relacionados con la industria azucarera.

Un epitafio genial, aunque sólo fue escrito en papel y nunca fue grabado en ninguna placa, dice “Aquí yace Moliere, el rey de los actores. En este momento hace de muerto y de verdad que lo hace muy bien”. Aquí en Tucumán, el 15 de octubre de 2004 el actor y comediante Blake Aybar seguía el camino de Moliere. Histriónico, divertido como pocos. No sólo era magnético en las tablas, todos lo querían, donde pusiera un pie la gente se le acercaba, todo era mejor con Blake cerca. Al poco tiempo de su entierro, en el cementerio parque de Yerba Buena, su padre lo revivió en una placa de bronce, pequeña y parecida a todas las demás. Debajo de un árbol que hoy se arquea para darle sombra, se puede leer: “Aquí sigue descansando José Blake Aybar”.

JOSÉ FRÍAS SILVA. Dos imágenes que se reiteran: dolor y un horizonte celestial.
SOFÍA AVELLANEDA DE ETCHECOPAR. Al pie de la placa aparecen las firmas de las numerosas amigas de la difunta.
ENRIQUE DE PRAT GAY. El rostro del escultor asoma en la placa con la forma de una máscara mortuoria. Una de las más impresionantes.