A propósito de Franco Colapinto y su reciente primer gran trago amargo en la F-1 en el Gran Premio de Brasil, cabe una serie de reflexiones acerca de cómo cuidar de los jóvenes deportistas como él, sin importar la disciplina que practiquen. Lo que él está atravesando a los 21 años se multiplica por millones en un mundo que así como suele elevar al límite del paroxismo los pasos positivos, también cae en la crítica que daña cuando los resultados no son los que se esperan

Sirve referir una definición del filósofo español José Antonio Marina, que dijo que el talento es “inteligencia en acción”. Colapinto es un talento joven, que puede dar la imagen de un atleta superdotado o con grandísima capacidad dada su meteórica ruta hacia la máxima categoría del automovilismo mundial. Pero estas capacidades, que las tiene, no servirán de nada si no se usan bien ni  se las conduce adecuadamente.

A lo largo de la historia del deporte, son innumerables los ejemplos de deportistas que prometían mucho y luego no llegaron a desarrollar el potencial que se esperaba de ellos. En ese camino sinuoso y lleno de alternativas en ocasiones inesperadas, todas las personas que forman el entorno de un deportista tienen una gran responsabilidad e influencia en su desarrollo. Colapinto ha hecho un camino lógico en el automovilismo deportivo, compitiendo en todas las categorías denominadas  “escuela”. Y es probable que su inesperada llegada a la F-1 haya sido prematura, pero aquí interviene fuertemente el trabajo de los detectores de talento, que suelen ver condiciones excepcionales mucho antes que el común denominador de las personas.

El talento no es algo que se presuponga en alguien, hasta que no lo demuestra. Los canales normales para llegar a esa definición son el esfuerzo y la acción. Es por eso que lo que se debe juzgar en un deportista son estos dos últimos aspectos, más la perseverancia. Esto, antes que un resultado.

Colapinto llegó a una categoría en la que se rodea, y se mide, con deportistas de mayor edad, que en principio actúan con otra responsabilidad y que en sí mismos se convierten en ejemplo a imitar. Eso es lo óptimo para aquellos que están en los albores de su desarrollo. Está también el tema de los retos. Lo esencial es que sean difíciles pero que se puedan lograr. Esto permite que paulatinamente  el joven deportista pueda sentir la experiencia de tener éxito, y de esta manera desear repetirlo. Hay otros aspectos a tomar en cuenta en la formación: delegar responsabilidades de forma progresiva; trasmitir confianza y no dudar; escuchar, empatizar, dialogar; dar apoyo incondicional; fomentar la generosidad y humildad; ayudarle a que exprese lo que sienta y respetar sus emociones.

Desde el equipo Williams y desde el entorno del piloto bonaerense sirve darle un ejemplo de estabilidad emocional. Y esto debe ser un aporte permanente, porque estamos hablando de un deportista que llegó a una elite, un “club” exclusivo de apenas 20 integrantes, en el que le dieron un lugar y donde necesita consolidarse. Y no hay talento sin acción.