La última aparición pública de Juan José Sebreli tuvo lugar el 23 de octubre en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Falleció una semana después, el pasado viernes 1. El domingo pasado hubiera cumplido 94 años. Había sobrevivido el Covid-19 y en la convalecencia de la enfermedad acometía Desobediencia civil y libertad responsable, el libro que escribió con Marcelo Gioffré precisamente durante el apestado 2020 para renegar del oprobio de restricciones dispuestos por el gobierno hipócrita de Alberto Fernández y de Cristina Kirchner, que encerraba argentinos mientras inauguraba “Vacunatorios VIP” y celebraba fiestas de cumpleaños en la quinta de Olivos.

Después de la pandemia ya no se lo veía con la asiduidad que acostumbraba en el café de la librería de Santa Fe casi Callao, en Recoleta. Pero contra toda incomodidad, asistió a la presentación de El incansable polemista. La trayectoria intelectual de Juan José Sebreli (Biblos), de Carlos Cámpora. Él mismo había reivindicado ese trabajo en una entrevista con el diario La Nación.

Torsiones

“Cuando una obra abarca 70 años de trayectoria, el mundo cambia y el autor también. Se incorporan lecturas y nuevos paradigmas, lo que obliga a ir buscando otros caminos, otras soluciones, otras resonancias. No hacerlo es de sectario. Eso me pasó a mí y esas torsiones fueron sin duda las que despertaron más de una vez las críticas, vertidas justamente por los sectarios, según las cuales habría cambiado de ideología sin necesidad. Este libro ayudará a mis lectores a entender esos cambios, porque incluso me ha ayudado a mí mismo a hacerlo”, reconoció.

Sebreli y una forma particular de ver el mundo

Respecto de esa evolución no se refiere a su obra de corte filosófico (El asedio de la modernidad), sociológico (Buenos Aires. Vida cotidiana y alienación) o referido a las religiones (Dios en el laberinto). Es vastísimo el universo de cuestiones sobre las que Sebreli posó la mirada de la razón. Escribió sobre cine y sus ensayos sobre los estereotipos de la “mujer fatal” y del “hombre fatal” son una delicia. Escribió sobre las ciudades, como Buenos Aires, que por su condición de portuarias estaban destinadas (¿condenadas?) de antemano a la globalización.

En La era del fútbol trazó una visión negativa sobre la “pasión de multitudes”. “Para humillación de los populistas, ese supuesto deporte del ‘pueblo’, lejos de surgir en el seno de las masas populares, es un típico producto de la conservadora y refinada clase alta inglesa”, dice en la primera línea. Era, en buena medida, un aguafiestas de asistencia perfecta. En un punto, debe haber sido paradójico para Sebreli haberse convertido en el ícono de los derribadores de íconos.

Precisamente, en Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos da rienda suelta a su condición de iconoclasta. Su ensayo sobre Maradona es un ejercicio documental de desmitificación: prueba la falacia de la construcción del “Diego de izquierda”, así como la de “Maradona del pueblo”, mientras asumía como funcionario de gobiernos neoliberales, como el menemismo; o celebraba contratos con multinacionales. Su relación con la política nunca tuvo otra coherencia más que la propia conveniencia: coqueteó con jerarcas del Proceso, como Jorge Rafael Videla o Carlos Guillermo Suárez Mason, con Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fidel Castro, Hugo Chávez o Evo Morales.

Las “torsiones” ideológicas que menciona Sebreli, y sus críticos, se refieren a su literatura política. Fue, en su juventud, un peronista convencido. Luego fue un cuestionador impiadoso de esa expresión política. Definió a Juan Domingo Perón como un admirador convencido y declarado del fascismo. De igual manera, fue un confeso seguidor de Eva Duarte a mediados del siglo XX, a la que demolió a principios del siglo XXI en su ensayo “Evita”, contenido en el ya citado Comediantes y mártires, en el que la presenta como una artista carente de dotes actorales de toda especie. Feroz cuestionador del kirchnerismo, manifestó su apoyo a Juntos por el Cambio en la primera vuelta, y a La Libertad Avanza en el balotaje.

Pero el repaso de la obra de Sebreli también es pleno en constantes. Y son esas constancias las que exponen, acabadamente, el aporte inestimable a la conciencia argentina que tributó como un intelectual de fuste. Por caso, fue un eterno renegado de los autoritarismos. Sin concesiones.

En Crítica de las ideas políticas argentinas expondrá que una democracia liberal y de partidos políticos es incompatible con la idea de los “movimientos” que desarrolló Perón, pero también Hipólito Yrigoyen. Un partido político tiene límites claros: el “movimiento”, en cambio, se pretende (en cualquiera de estas dos variantes) como expresión genuina de la argentinidad. Por tanto, terminan por incubar proyectos de “partido único”, que es un requisito de los autoritarismos.

Los 70

En Cuadernos escribió un ensayo esclarecedor sobre la violencia de los 70 y la última dictadura, en el que desguaza la “teoría de los dos demonios”. “Una interpretación diferente puede admitir la maldad de los dos protagonistas sin optar por la de ninguno de ellos. Reprobar a los guerrilleros no supone elevar a los militares a la categoría de héroes salvadores. Condenar a los militares no implica convertir a asesinos políticos en ‘jóvenes idealistas’”.

“Sobre guerrilleros y militares” es el texto en el cual, con lucidez implacable, mostró cuán parecidas eran ambas facciones (por su repudio a la democracia y al sistema de partidos, por la legitimación de la violencia, por el atractivo de las armas, por el culto a la muerte, por la violencia como fin en sí mismo, por matar en nombre del pueblo o de la patria, por ir a la muerte en nombre de Cristo, por el hecho de que diferentes sectores de la Iglesia bendijeron las armas de uno o de otro bando). También anotó la diferencia sustancial. “El Estado ejerce el monopolio exclusivo de la fuerza para el resguardo de los ciudadanos y el mantenimiento de las instituciones. Cuando adoptó los métodos de los terroristas pervirtió esa finalidad (…), y al transformarla en violencia contra civiles destruyó la legalidad, cuya defensa era la razón misma de su existencia”.

¿Por qué la vigencia de la “teoría de los dos demonios”? Porque, esclarece, “la demonización permitió a la sociedad seguir representando el papel que siempre le ha gustado: inocente y víctima”.

Culpables del colapso

Sebreli no era complaciente consigo mismo, ni con los poderosos, ni con los mitos, ni tampoco con la sociedad. En Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, despliega un tono crítico contra las clases sociales, comenzando por las burguesías. Pero, como advierte Carlos Cámpora en El incansable polemista, es particularmente áspero respecto de las clases medias.

Eso sí: no cayó en la cobardía, tan extendida en numerosos sectores de la dirigencia contemporánea de los más diferentes extractos ideológicos, de coparticiparles a los votantes la mediocridad, los fracasos y hasta la corrupción de los que conducen las riendas del Estado. “El grado de responsabilidad es proporcional al poder y a la capacidad de decisión”, subrayó en Crítica de las ideas políticas argentinas.

Juan José Sebreli 1930-2024

En ese libro, que publicó a finales de 2002, tras la debacle del gobierno de la Alianza, mostró que nunca perdió de vista que el presente está irremediablemente modelado por el pasado. “El colapso actual no es obra sólo de los responsables de los últimos desaciertos; es la consecuencia inevitable de una acumulación, durante años, de equivocaciones, delitos y efímeras ilusiones”, diagnosticó. En definitiva, como postulaba Sartre (a quien tanto leyó Sebreli) en El ser y la nada, con cada decisión que tomamos vamos dándonos un rostro. Como individuos, dice él. Como conjunto, cabría ampliar.

Un liberal de izquierda

Lo notable es que, en el análisis de Sebreli, la cuestión económica no fue anecdótica ni marginal. “Un requisito ineludible para la consolidación de esta frágil democracia es la racionalidad económica, que implica la superación de la falsa alternativa –en la cual nos debatimos desde hace más de medio siglo- entre un capitalismo meramente especulativo, de aventureros, y un imposible populismo”, puntualizó, proféticamente, hace ya más de 20 años.

Lo cual desemboca en una definición que Sebreli brindó de sí mismo hace poco, en 2021. En la revista Seúl publicó un artículo de título revelador: “Por qué soy un liberal de izquierda”. No es una consigna, definitivamente, preclara. Y él lo reconoce en el texto: “provoca ciertos resquemores de ambos bandos”. Pero era un polemista acostumbrado a esas esgrimas. En Dios en el laberinto, su libro de 2016, sostiene que es agnóstico porque considera a los ateos como los creyentes más fanáticos, que antes que admitir que Dios permite un mundo pleno en horrores, opta por negar la existencia de Dios y así preservarlo de cuestionamientos.

“Necesitamos una fórmula que ensamble mercado con democracia, libertades económicas con libertades civiles”, escribió en la publicación de hace tres años. Luego explicó que se asumía liberal en lo económico “porque la libertad de mercado es el único sistema que probadamente produce prosperidad, bienestar y crecimiento de las economías de modo sustentable y a largo plazo. Atrae inversiones, disminuye el desempleo, logra que los salarios suban y hace que la gente goce de más bienes. En lo político, porque es el único sistema que incrementa la diversidad, la pluralidad de pensamiento, la defensa de las minorías y, en definitiva, la democracia”.

Entonces, ¿por qué “de izquierda”? “Porque hay una serie de cuestiones que, libradas exclusivamente al mercado, no podrían funcionar adecuadamente”. La primera de ellas, hizo hincapié, es la educación. “Todos los seres humanos nacen desnudos y sin bienes, pero la condición dentro de determinada familia, de determinada ciudad, no es trivial, de manera tal que el niño que nace en el seno de una familia acomodada tiene infinitas más posibilidades de educación que aquél que nace en una villa miseria”, escribió, sin romanticismos. “Pero sí es posible mitigar esa injusticia y buscar que todos los niños, los ricos y los pobres, partan de una línea de largada relativamente pareja, para lo cual la única fórmula es una educación pública de excelencia. Si ésta no existe, el niño pobre estará condenado a seguir siéndolo”.

Sebreli se fue hace 10 días. Y ya es palmario cuánta falta nos va a hacer. Y cuánto lo vamos a extrañar.

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