El reloj marcaba las 23.58 del viernes 16 de diciembre de 1994, cuando el primer ómnibus estrenaba uno de los flamantes andenes de la nueva Terminal de colectivos. Fue la unidad N° 107 de la empresa Panamericano, que en ese momento prestaba el servicio Córdoba-Pocitos. Hace 30 años, se dijo adiós a la vetusta terminal de El Bajo y se puso de pie un gigante que aún resiste.

“Emotividad, alegría, alguna lágrima traicionera, brindis, una lluvia de champán y hasta el tradicional estilo naviero de hacer estrellar una botella de bebida espumosa contra el frente del primer ómnibus, conformaron el cuadro que se vivió”, describió LA GACETA en su edición de aquel momento.

La construcción fue llevada adelante por el gobierno de Ramón Palito Ortega, quien -un día antes, en el acto oficial- había habilitado una de las obras más importantes de la provincia hasta ese momento. “Los tucumanos ahora tenemos una terminal para los próximos 50 años. La merecíamos”, afirmó el entonces gobernador.

Esta estación, junto al Shopping del Jardín (inaugurado un año después), formaron parte de una obra que encaró por el sistema de concesión y la primera vez en la provincia para un servicio público, la empresa Terminal del Tucumán S.A, que presidía Luis Carlos Zonis. Junto a Ortega, aquel día el empresario quiso resaltar a los obreros que levantaron los cimientos del proyecto: “La sacaron de la utopía de los sueños y hoy existe, y es ejemplo para todo el país”.

PATIO DE COMIDAS. Un lugar donde siempre hay mesas ocupadas.

El adiós a la terminal de El Bajo y el emplazamiento del enorme edificio en terrenos que alguna vez fueron del Aeropuerto Benjamín Matienzo, tuvo una inversión de $30 millones. Según la empresa constructora, fue pensada como un lugar que desterraría el concepto que existía respecto a otras terminales argentinas de la época: “inseguras, sin confort y sin limpieza”.

Así se crearon 86 dársenas para ascenso y descenso de pasajeros, 73 módulos para boleterías y otros tantos para oficinas de empresas, informaciones y turismo. Se crearon locales comerciales y dos salas de espera prolongada. Pasaron crisis económicas profundas, años prósperos y una pandemia.

Hubo cambios. Debió reinventarse y deberá seguir haciéndolo, pero hoy celebra tres décadas de ser una de las puertas que invita a la capital tucumana, de abrazos, de llegadas, de reencuentros y de adioses.

SHOPPING. Los locales comerciales ofrecen precios para todo bolsillo.

Antes y ahora

En el capítulo uno del libro de la nueva Terminal hay una historia con sabor dulce que no le puso final a su episodio. El primer local que tuvo el edificio fue Alfajores del Tucumán, empresa que adornó con una Casa Histórica su fachada y donde aún se venden alfajores, alfeñiques y otras delicias a locales y turistas.

“Mi padre apostó por Tucumán. Apostó por la Terminal y la familia continúa ese legado”, afirmó Nahún Mehlen, hijo de Rodolfo Mehlen, dueño de la empresa que hoy ya tiene dos sucursales en el mismo lugar.

En este tiempo, desde sus puestos fueron testigos de todos los cambios que ocurrieron, con épocas mejores que otras pero que se han visto más difíciles desde la pandemia. “Aunque el flujo de gente que llega o se va es alto, se nota que desde ese momento ha bajado la cantidad de usuarios”, afirmó. Para él, esto es reflejo de dos factores: emprender viajes en avión se ha vuelto más accesible y los problemas económicos que atraviesa el país y golpean de lleno en el bolsillo.

PUNTO DE DISTRIBUCIÓN. Una de las zonas por donde circula la gente.

“Nosotros tenemos fe, nunca perdimos la esperanza y estamos orgullosos de haber sido los primeros y poder estar aún en la terminal más grande del NOA argentino”, sentenció.

Desde su inauguración también, Hugo Echenique es uno de los muchos choferes de colectivos que trasladan a los usuarios del servicio público de pasajeros hacia sus hogares, trabajos o lugares importantes, incluyendo sitios de descanso. “Yo ya brindaba servicios desde la época de la terminal de El Bajo, así que he visto todos los panoramas de este lugar desde su inauguración”, contó.

El colectivero indicó que recoger a los pasajeros de la nueva terminal hizo que él se familiarice con rostros e historias. “Eso es lo que más disfruto de mi trabajo y de este lugar: el trato con la gente y poder llegar a conocer a algunos de ellos”, mencionó el conductor de 50 años que cubre el trayecto Capital–Laguna Robles para la empresa Nueva Fournier.

CHOFERES. Hugo Echenique (primero a la izquierda) y dos colegas.

Con sus pies y no sobre cuatro ruedas, Marco Alderete recorre toda la extensión del edificio con su oficio de lustrabotas desde hace cerca de 28 años. “El trato de la gente aquí suele ser bueno y por eso siempre vuelvo”, destacó. Tiene 52 años y mientras le saca brillo al calzado de sus clientes, lo que más le ha llamado la atención fue el crecimiento comercial de la terminal.

“Siempre se ve algún negocio nuevo. Hoy aquí se vende de todo”, detalló sobre el paisaje comercial actual del shopping, que tiene desde forrajerías cerca de los andenes de los colectivos, hasta negocios de electrónica y comida rápida, sin dejar de lado el supermercado anexo en el mismo predio.

BIEN LUSTRADO. Marco Alderete y su cajón está al servicio del viajero.

Otro oficio que perdura es el de los maleteros y en la estación de ómnibus está muy bien organizado. De chaleco amarillo son quienes ayudan a la gente que llega en taxi a buscar pasaje hacia algún destino cercano o lejano. De azul están quienes reciben cada colectivo y colaboran en bajar (o subir) del depósito los pesados equipajes a los que arriban a suelo tucumano.

“La gente a veces es muy descortés con nosotros y muchas veces nos miran como ladrones. Lo que no saben es que para maletero hay que presentar una serie de papeles como un certificado de buena conducta, fotocopia del documento y dos fotos todos los años. Muchos incluso tenemos estudios secundarios”, relató Luis Marcelo Ortíz, quien trabaja allí prácticamente desde la apertura.

“La gente más amable es la que viene del campo tucumano”, aportó José Alberto Santillini, quien estuvo al lado de su compañero por el mismo periodo del tiempo. Este último también comentó que antes se trabajaba mucho mejor y como el empresario Mehén, admitió que tras la pandemia el movimiento es menor. “Nosotros vivimos de la propina y siempre se hace algo por lo menos para la comida”, sopesó.

De chaleco azul, Alberto Campero también quiso resaltar a los usuarios que les dan una mano en los casi 30 años que lleva como maletero de chaleco azul en la terminal. “Le agradecemos a toda la gente por la colaboración porque con esto criamos a nuestra familia. Nos gusta nuestro trabajo”, afirmó. Junto a él, de anteojos y sonrisa tímida, está Carlos Ledesma, que agregó: “es un oficio lindo en el que hay mucho compañerismo y uno se acostumbra a su turno, porque puede tocarle estar por la mañana, por la tarde o por la noche”. Es que el edificio nunca duerme desde hace tres décadas.

TESTIGO DE TRES DÉCADAS. Alberto Campero trabaja con las valijas.

Pequeño monstruo

Detrás de esta obra que se inauguró en 1994 -pero de la que ya se hablaba en 1980-, están quienes manejan hilos invisibles para que no deje de funcionar. El ingeniero Ariel Spector es el director; la contadora Claudia Mafud, la gerenta general; Mario Reynoso, el gerente de tráfico y Fernanda Rodríguez, la gerenta comercial.

“Como administradores de ese pequeño monstruo, porque realmente es un una superficie grande que tiene muchos frente y actividades, tenemos el gran desafío de coordinar todo y mantenerlo. Y es un trabajo del que nos sentimos orgullosos”, destacó Spector. Reynoso puntualizó que la terminal cuenta hoy con 62 andenes para servicio de media y larga distancia, y 14 paradas de micro en el lado sur de la edificación para distancias cortas y coches metropolitanos que recorren el Gran San Miguel de Tucumán.

Mientras que el Shopping del Jardín vio un renacer cuando se convirtió en outlet después de la crisis de 2002, y hoy se encuentra con el 95% de sus locales ocupados. “No tan solo logramos mantenerlos, sino que todos se renuevan continuamente. Además tenemos la característica de un público de clase media, por lo que los precios que se encuentran son accesibles y eso también atrae al cliente”, subrayó Rodríguez.

IRSE O LLEGAR. Los colectivos transportan miles de pasajeros por día.

“Hacia el futuro, el anhelo es que el transporte pueda despegar, porque hablar de la terminal de ómnibus es hablar del transporte público y es un área que sufre mucho. Nuestra terminal se creó con la capacidad de recibir 10.000 colectivos por día y hoy solamente llegan 2.600”, reflexionó Spector, sobre el deseo de todos los que festejan estos 30 años y esperan que se multipliquen por muchos más.