No hace mucho tiempo me senté a tomar un café con uno de los políticos de moda -ganadores- a revisar -seis meses después- lo que había ocurrido en unos comicios. Fue una conversación franca -evito el nombre porque el lector perdería tranquilidad para abordar el tema- que puede ayudar a entender cómo se movían diversos actores de la vida política comarcana. “Hice todo mal. Pero si no hacía todo mal, no tenía forma de lograr un resultado exitoso como el conseguido”. Su confesión desnudaba el fracaso del sistema en el que estaba inmersa la política argentina.

El pretérito imperfecto (“estaba”) no implica una transformación ya realizada. Simplemente, se escribe obligadamente porque la Argentina ha entrado en un cambio de paradigma que el tiempo terminará juzgando.

Entonces, el político sabía que debía hacer “trampas” para ganar. El elector reconocía esa falta de ética pero la avalaba con el voto. La hipocresía daba buenos resultados. De eso se cansó la sociedad, Javier Milei la llamó casta y los ciudadanos lo respaldaron.

La historia del ahora ex senador Edgardo Kueider es una metáfora de los tiempos. El hombre fue descubierto con una cantidad de dinero inexplicable; balbuceó que no era de él sino de su secretaria, con quien terminó refugiado en un barrio privado. El parlamentario no explica claramente las cosas. Tampoco renuncia. Debió haberlo hecho. Pero en estos tiempos, eso no se hace. Lo terminan expulsando de la Cámara Alta por todas estas inconductas. Pero el Senado, que tiene las viejas costumbres, hace un papelón. Tanto que termina expulsando a Kueider en una sesión que preside alguien que estaba cumpliendo el rol de presidenta de la Nación, no del Senado. Todo un zafarrancho. Se buscó dar un ejemplo y les salió mal. Es que están acostumbrados a hacer todo mal para que les salga bien (para ganar). Ahora Kueider se pone la vestimenta de víctima y sigue sin explicar de dónde sacó los 200.000 dólares ni por qué los llevaba a Paraguay.

El Senado se enredó en su propio laberinto porque muchos vienen de hacer mal las cosas. Las mejores intenciones de algunos senadores era suspender a Kueider para que un supuesto corrupto fuera sancionado, pero no querían que asumiera alguien del kirchnerismo, emblema de la corrupción reciente. Tampoco pudieron sancionar a Oscar Parrill, mano derecha de la mismísima Cristina. Victoria Villarruel fue desbordada por las circunstancias y la sesión salió como no quería el oficialismo. Las declaraciones posteriores son simplemente para controlar el daño.

El desconcierto, gran legislador

Hace aproximadamente un año, el filósofo Slavoj Zizek publicó el libro “Mundo loco; guerra, cine, sexo”. Sobre el final de su obra, el esloveno advierte: “Sí, la democracia parlamentaria como la conocemos es cada vez más y más incapaz de resolver los problemas que enfrentamos. Sin embargo, si sólo evitamos las soluciones ‘falsas’ y esperamos el momento correcto, este nunca llegará. Estamos en una carrera contra el tiempo; tenemos que involucrarnos de la manera que sea posible y con la esperanza de que incluso el fracaso sentará las bases para los cambios por venir”. Teléfono para el Congreso de la Nación y para otras legislatura, podría sugerir Charly García.

Pareciera que Zizek hubiera sabido lo que iban a hacer los senadores argentinos un año después.

Mientras el Congreso argentino se retorcía en sus propias intrigas, en la Casa Rosada todos tiraban papelitos. Fue una semana de festejos. Inflación al 2,4%; riesgo país en el orden de los 700 puntos y un dólar controlado eran razones para festejar. Al mismo tiempo celebraban las promesas cumplidas de despejar la calle y mantener en claro que entre los responsables del descalabro anterior estaban los periodistas, los piqueteros, los gremialistas y los políticos en general. Cuando se les pregunta en las esferas del poder cómo consiguieron imponer sus postulados prácticamente sin nada responden que el gran aliado fue “el desconcierto” de los políticos tradicionales.

Zizek sostiene que “últimamente lo que vemos es algo que sólo podemos llamar tecnopopulismo: un movimiento político con una clara apelación populista (trabajar para el pueblo, para sus “intereses reales”, ni de izquierda ni de derecha) que promete ocuparse de todos mediante una política racional y de expertos; un enfoque pragmático que no moviliza pasiones bajas ni recurre a eslóganes demagógicos”. Esas son las bases del cambio en todo el mundo según este filósofo. Las realidades argentinas no escapan a esos conceptos pero sí mantienen el desconcierto.

En Tucumán ocurre algo parecido. Reina el desconcierto. Los legisladores -oficialistas principalmente- no tienen juego propio. Sólo esperan ver qué les dice u ordena Jaldei. Los otros que quedaron al margen porque habían sido niños y niñas mimadas del itinerante senador Juan Manzur eligen la prudencia. No quieren ofender a Jaldei, pero tampoco terminan de acompañarlo. Tibieza total. La oposición es aún más tibia. Tanto es así que se aprobó el presupuesto como quiso el mandatario provincial como si nada hubiera pasado y sin que nadie sufriera ni un magullón público. ¿Qué tanto se pierde si hacen enojar al mandamás? Lo que no terminan de entender los unos y los otros es que la sociedad no es la misma a la que ellos venían acostumbrados. El triunfo de Milei ha cambiado las cosas. Zizek lo confirma en su libro.

El desconcierto del Poder Legislativo donde el liderazgo timorato del vicegobernador no alcanza, es tal que esta semana que no volverá, un legislador terminó confesando que la reforma política con la que tanto presumió el mandatario tucumano no será muy profunda. Los oficialistas tienen miedo de perder las herramientas que les permitieron llegar. La oposición pareciera que también tiembla o carece de una estrategia clara para pelear sin huestes. No es para menos, si entre ellos casi no pueden verse.

Es curioso el comportamiento de la oposición. Un ejemplo es el proceso de destitución de la jueza Carolina Ballesteros. Resulta que ella y su abogado descubren irregularidades en el funcionamiento del Jury de enjuiciamiento. Son ellos los que impugnan a figuras que no podrían ni estar en la Legislatura por sus condenas como es el caso de José Orellana, pero pareciera que los legisladores ni cuenta se dieron de que entra al recinto o que camina por los pasillos con ellos.

El caso reciente del descubrimiento de toneladas de mercadería en el domicilio de un puntero es un emblema más del descalabro de esta Cámara. La Justicia metió presos a algunos de los responsables del manejo irregular de la mercadería. Los vecinos dijeron que estos presos actuaban desde hace más de un lustro en nombre de determinados políticos. Desgraciadamente, el Poder Ejecutivo lleva ya 40 días sin poder dar con esos nombres. Los legisladores, menos aún. Ellos que presumen de recorrer barrios y conocer las preocupaciones de los vecinos, podrían ayudar. Pero sin dudas, no pueden, tienen demasiadas ocupaciones. El mejor paraguas es decir no hay que interferir en la investigación de la Justicia. Argumentos parecidos se escucharon el jueves en el Senado para ser tibios con Kueider cuando la sociedad al pronunciarse está esperando posiciones más contundentes. Los ciudadanos que hablaron sobre el caso de la comercialización de las mercaderías no se animaron a decir en voz alta quiénes estaban por detrás porque tenían miedo. Tampoco los legisladores encontraron la forma de que el tucumano no tenga miedo. Es un temor parecido al de abandonar los acoples. Nuestro filósofo de marras nos advierte del peligro que significa que los parlamentos no puedan resolver los problemas simples.

Tarde, pero alerta

Un miembro de la Corte Suprema de Justicia que deja la magistratura dijo esta semana que se fue para siempre lo siguiente: “Tenemos que volver a recuperar el camino de las instituciones de la democracia constitucional, reivindicando a los poderes legislativos para que cumplan su función; reivindicando al Poder Judicial, que yo sé que es molesto para todo Poder Ejecutivo en toda democracia. Pero la molestia se da por los límites que se ponen y esos límites debemos seguir reivindicándolos”. Juan Carlos Maqueda agregó: “Temo por los poderes judiciales y también temo por los poderes legislativos. Por la institucionalidad, como les dije. Soy un institucionalista y veo que en el mundo hay una preocupación mayor por los resultados que por los métodos para alcanzar esos resultados”. Maqueda fue aplaudido por estos conceptos que llegan tarde en la Argentina de hoy. Acostumbrado a ser un hombre que habla por sus sentencias, abre la boca cuando se va. Tal vez esto es lo que exigen los cambios de hoy con mayor protagonismo y convicción. Maqueda posiblemente debió haber hablado mucho antes. Zizek insiste y coincide con la preocupación de Maqueda: “La vergonzosa paradoja que nos vemos obligados a aceptar es que, desde un punto de vista moral, el modo más cómodo de mantener una posición de superioridad es vivir en un régimen moderadamente autoritario”.

Cuando se terminó el café con aquel político me quedó claro que los principales actores de la vida pública ven con absoluta claridad lo que pasa, el problema es que no saben cómo salir del laberinto que ellos mismos crearon.