Muchos de ustedes pasan a diario más de una vez por esta calle. Aunque no lo parezca, se trata de Córdoba al 500. Si no fuera por el edificio del Correo sería imposible identificarla con el emplazamiento actual. Podríamos entretenernos con el juego de las diferencias y seguramente las encontraríamos con facilidad.

Tal vez la primera curiosidad es que en la década del 30 en la que César Martínez Laino sacó la foto, los autos circulaban de Oeste a Este y no al revés como ocurre actualmente. En la vereda Norte no están los comercios de artículos del hogar ni las farmacias. Tampoco están en la imagen los negocios de ventas de champués, tinturas o de artículos para el pelo; sin embargo, como si un ADN los vinculara, casi en el mismo lugar se ve la peluquería “La femenina” que se ocupa de hacer permanentes y ondulaciones.  

Tal vez los más desprevenidos no advirtieron que en lo alto del edificio del Correo, en su torre, falta algo emblemático. Sí, exacto. ¡Acertaste!

Al momento en el que Laino apretó el obturador de su máquina aún no se había instalado el histórico reloj. Una prueba de que todavía se estaba construyendo y haciendo trabajos en este edificio es la carretilla que está en la vereda sur.

A esta altura de la nota, el lector se debe estar preguntando si la presencia de una carretilla justifica la suposición de que se están haciendo trabajos en el Correo. Y la respuesta es sí. La carretilla es un detalle en la imagen, pero es el testimonio de una historia muy particular de este edificio.

El gobierno nacional había destinado 892.622,50 pesos para la construcción. Pero la empresa Virasoro que se había adjudicado esa tarea tenía una serie de problemas financieros. Era obligación avanzar con los trabajos. La solución fue curiosa: se le encargó a un solo obrero cumplir con las tareas. Ese hombre fue el albañil Tomás de Frari quien durante 14 meses fue levantando las arcadas de calle Córdoba. Según cuentan los relatos de Carlos Páez de la Torre (h), algunas veces Frari le pidió ayuda al sereno del edificio, quien le acercaba los materiales.

Frari se convirtió así en un personaje popular en el Tucumán de los años 30. Pasó a la historia como “El albañil solitario”, como lo denominaron las crónicas periodísticas de entonces. Pero las ironías del destino hicieron que cuando llegó la hora de la jubilación en 1956 su expediente se perdió en el laberinto de la burocracia y se complicó su pase a retiro.