“Elizabethtown”, película de 2005, escrita y dirigida por Cameron Crowe, se centra en la crisis existencial de Drew, un exitoso diseñador de zapatillas -interpretado por Orlando Bloom-, cuya vida se desploma luego de un espectacular fracaso comercial, del que es responsable, y que le hace perder, además del trabajo, la novia.

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Como si eso fuera poco, un llamado de su hermana interrumpe su torpe intento de suicidio y le anuncia que su padre ha muerto mientras visitaba familiares en su pueblo natal, Elizabethtown.

Por ser el mayor, Drew es el encargado de ir a arreglar los detalles del entierro. El viaje a la tierra paterna lo llevará a conocer a Claire (Kirsten Dunst), una excéntrica azafata que insistirá en vincularse con él para sacarlo de su abatimiento.

Volver a creer

La banda sonora ya es suficiente motivo para ver “Elizabethtown” (algo frecuente en las películas de Cameron Crowe, como “Jerry Maguire” o “Casi famosos”). Pero también algunas reflexiones y diálogos entre sus personajes son muy notables.

Entre ellos, aquel en el que Claire le suelta a Drew: “Vos y yo tenemos un talento especial. Lo reconocí de inmediato… somos personas sustitutas”.

¿A qué se refiere con esto? A aquellas que sólo sirven como distracción mientras el otro está en camino de encontrar el verdadero amor. Personas transitorias que llegan de casualidad a la vida de alguien que por lo general está en la mala -terminó una relación, por ejemplo- para devolverles el entusiasmo, la alegría, la fe en el amor.

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Una suerte de acompañante terapéutico del romance que, sin dramas, juega provisoria y magistralmente ese rol, hasta que el otro esté preparado para recibir a la persona indicada. Y una vez que la tarea está hecha, dejan de ser necesarios… y se van.

“Soy imposible de olvidar, pero difícil de recordar”, confiesa Claire. Y nos deja pensando si no hemos sido todos, en algún momento, ese buen samaritano.