Kate Winslet lo hizo de nuevo. La famosa actriz fue nominada a mejor actriz en los Globos de Oro y ahora espera tener esa suerte en los Oscars, interpretando el papel de Lee Miller, una mujer cuya historia es digna de una película.

Quién fue Lee Miller

En 1907, en Poughkeepsie, Nueva York, nació una mujer en un familia acomodada. Sus primeros años de vida fueron traumáticos, desde sus dificultades en la escuela hasta una violación infantil que le hizo contraer gonorrea (entonces una enfermedad estigmatizada y casi incurable) cuando solo tenía siete años. Sus relaciones familiares también fueron tensas; su padre, Theodore, era fotógrafo aficionado y la utilizó como modelo de desnudos durante su infancia y adolescencia. El nombre de esta mujer era Lee Miller.

A los 18 años, Miller era ambiciosa, extremeadamente bella y estaba ansiosa de romper con las normas convencionales. Se trasladó a Nueva York para dedicarse al arte, la interpretación y el modelaje. Su suerte quiso que en poco tiempo tuviera la oportunidad de conocer al legendario edito de Vogue Condé Nast, el hombre más influyente de la industria de la moda cuando ella estaba por ser atropellada por su auto que iba en contramano. Este suceso se convirtió en leyenda de la moda. La reconocida historiadora del arte Patricia Allmer considera que el hecho de ponerse delante del auto fue posiblemente una “decisión consciente”, ya que Miller probablemente sabía quién era Nast y estaba ansiosa por llamar su atención. Al poco tiempo se convirtio en un ícono de la moda y se consagró como una modelo top de la época.

En el año 1929, su vida con su carrera dio un giro de 180 grados cuando vio que una foto de ella aparacía en un anuncio de tampones. Era la primera vez que una modelo consagrada aparecia en un anuncio de productos menstruales, era un escándalo para esa época y puso fin a la carrera de Miller como modelo. Se dedicó a trabajar entre bastidores para Vogue y en 1929 viajó a Europa para un proyecto de investigación, donde decidió convertirse en fotógrafa.

Su paso por Europa con la fotografía

Miller decidió rápidamente aprender a trabajar con uno de los artistas más conocidos de Francia, el expatriado estadounidense y fotógrafo surrealista Man Ray. Se presentó al veterano fotógrafo en su estudio de París y se convirtió rápidamente en su aprendiz, amante y musa. Simultáneamente, mientras la fotografía de Ray transformaba el cuerpo de Miller en una de las figuras más representativas del movimiento surrealista, ella se transformaba en una fotógrafa sagaz por méritos propios. Miller colaboró con otros creadores como Pablo Picasso y Jean Cocteau, y aplicó técnicas fotográficas vanguardistas como la solarización (cuando se sobreexpone la película para invertir los tonos, generando un efecto sobrenatural) para realzar su propio arte. En los inicios de la década de 1930, Miller retoma a Nueva York, establenciendo su propio estudio fotográfico y comenzando a exponer sus obras. Tras un breve matrimonio con el empresario egipcio Aziz Eloui Bey, la artista conoció al fotógrafo surrealista Roland Penrose, a quien siguió a Inglaterra y con quien acabó casándose. Estando en Londres estalla la Segunda Guerra Mundial y Muller asumió un nuevo trabajo que rompió todo timpo de fronteras: corresponsal de guerra para Vogue

Una fotógrafa de guerra que rompió fronteras y fue a la guerra

En aquella época, la mayoría de los corresponsales de guerra eran hombres. Miller aportó a su labor la perspectiva de una surrealista y la mirada de una mujer, registrando el bombardeo y contribuyendo a expandir la idea de lo que podía abarcar una revista de moda. Después del Día D, se trasladó al continente europeo y fotografió la lucha activa en contra de los deseos de los oficiales estadounidenses, quienes no deseaban a una mujer en el frente.

Para acercarse al campo de batalla, Miller se unió a su amigo y amante Dave Scherman, fotógrafo acreditado de la revista LIFE. "Fue la única dama que permaneció en el asedio de Saint-Malo", escribió Scherman más tarde. El fotógrafo llegó a admirar su coraje y determinación, y juntos siguieron a las fuerzas aliadas en su marcha hacia Alemania.Fue Scherman quien tomó la fotografía de Miller en la bañera de Hitler pocos días después de que se aventuraran en el campo de concentración de Dachau con las fuerzas aliadas. No está claro de quién fue la idea de posar las botas de la artista, sucias por la suciedad de las fosas comunes que acababa de fotografiar, sobre la antaño impoluta alfombra frente a la bañera.

La vida después de la guerra

Miller permanecería en Europa para capturar también las secuelas del conflicto, produciendo imágenes inolvidables del impacto de la guerra en las mujeres y los niños, y continuando el perfeccionamiento de sus técnicas. Sin embargo, el estrés postraumático, la maternidad y el fin de la emoción que le proporcionaba la fotografía bélica le pasaron factura. Experimentó episodios de trastornos mentales y desarrolló problemas con el alcohol.Aunque su notoriedad se desvaneció en los años de la posguerra, escribe Allmer, su célebre caída en la oscuridad es solo eso: un mito. En realidad, Miller se mantuvo activa después del conflicto, convirtiéndose en una renombrada chef gourmet, fotografiando a su amigo Pablo Picasso y permaneciendo involucrada en el mundo artístico.

Como “mujer creadora activa y autónoma”, afirma Allmer, Miller nunca desapareció por completo, sino que se transformó en una nueva versión de su ser moderno y desafiante. Falleció de cáncer de pulmón a los 70 años.Hoy, gracias en gran medida a la defensa de su hijo, que preservó decenas de miles de sus imágenes y escribió su primera biografía, el legado de Miller sigue impactando el mundo de la moda, la fotografía y el arte.“La personalidad del fotógrafo, su enfoque, es verdaderamente más relevante que su destreza técnica”, expresó Miller en una ocasión. Afortunadamente, la artista poseía ambas cualidades, y con las recientes biografías y la película biográfica dirigida por Winslet, una nueva generación conocerá a esta innovadora escurridiza y ambiciosa.