Los vikingos son una de las figuras históricas más fascinantes y complejas. Conocidos tanto por su destreza en la navegación como por su reputación de guerreros feroces, personajes como Ragnar Lothbrok, Lagertha o Bjorn Ironside han capturado la imaginación de millones gracias a la serie “Vikings”. Suecia, al que Jorge Luis Borges describió como “un país esencial” -que tenía la noble tradición de no darle el premio Nobel. Así escribió a su rey Carlos XII: Viking de las estepas, Carlos Doce / de Suecia, que cumpliste aquel camino / del Septentrión al Sur de tu divino / antecesor Odín, fueron tu goce / los trabajos que mueven la memoria / de los hombres al canto, la batalla / mortal, el duro horror de la metralla, / la firme espada y la sangrienta gloria.

Virginia Higa ha escrito un libro bellísimo sobre su vida en Suecia, “El hechizo del verano”. Es imperdible. Allí muestra que los tiempos han cambiado notablemente para el entonces reino de Upsala. La escritora hace una hermosa hipótesis naturalista -cómo son por cómo hablan y dónde viven los suecos contemporáneos-: “Son ricos y abundantes en vocales, quizás porque son un país rico y abundante en espacios abiertos, un país de aire puro”. No hagamos extrapolaciones apuradas a nuestro modo de hablar. Antes, vamos a un elemento que es más que lingüístico, sino moral, dice en el diario la escritora: el respeto por el lugar, el espacio de cada uno al intercambiar palabras o señas es fundamental.

“Para mostrar que están prestando atención a lo que decimos o para dar señales de asentimiento, los suecos hacen una aspiración corta que se parece al sonido que hacemos nosotros cuando algo nos asombra. Para no interrumpir diciendo ‘sí, sí, dale, seguí’, tienen una especie de viñeta oral. La primera vez que hablé un rato largo con una sueca pensé que sufría de asma”, comenta.

Una cuestión más que interesante: suponemos que la gente tiene que estar todo el tiempo hablando, que ser “callado” es una señal de tristeza. Cualquiera que haya estado de vacaciones estos días puede extrañar Suecia, sin haberla ni siquiera conocido: “En las playas en verano se oyen los ruidos del agua, los pájaros, el viento entre los árboles y los chicos que juegan. A nadie se le ocurre llevar un parlante y prenderlo en público”. Sería una hermosa lección de los suecos.

Sería más o menos fácil denostar acto seguido nuestra forma de hablar, en especial la nuestra, la de los tucumanos. Esta es una constante nuestra. No me refiero a la forma de hablar, sino al desprecio por nuestras propias maneras de hacerlo. Nos percibimos toscos y, por ejemplo, en mi caso -y esto es personalísimo- al escuchar a los comediantes exagerar el tucumano siento cierta tristeza. Me río de las costumbres que relatan, pero no tengo ningún aprecio por la tonada llevada al límite ni los diccionarios de “tucumano básico”. Quizás haya una sueca, una Virginia Higa al revés, que nos relate con el afecto y el respeto que ella lo hace con la lengua sueca.

También podríamos decir que no respetamos los tiempos de escucha, ni hablar de lo que suele ser un infierno de música, porque mucha gente, como observaba Lito Schkolnik, dirige los parlantes a la calle porque el placer de ellos no está en escuchar música, sino en que los demás la escuchen. Pero hay un punto de dramatización, de declarar nuestra tierra inhabitable, que no comparto. Se recibe también, además de los ruidos molestísimos, muestras de solidaridad y afecto que son impensadas en otros lugares.

Muchos tucumanos que no conocen ni Las Termas sostienen hipótesis migratorias totalmente infundadas, y esto parte del mencionado autodesprecio tucumano y argentino. Volviendo a Borges, Ernesto Sábato señaló nadie más argentino que él, que quiere ser europeo. Esto se cumple mal, pero muchas veces, entre nosotros. Sin romanticismo folklórico, ojo.

Pero hay un asunto que describe Virginia Higa que sí me hizo ver la superioridad de los vikingos retirados: “En los ómnibus viaja una clase de persona que es muy escasa en mi país: los viejos felices, que tienen la cara y los ojos de una persona que no ha sufrido el hambre ni la violencia ni la desidia estatal ni las colas del correo, ojos que sonríen…. Ojos curiosos, sin rencor…. No tienen el ánimo consumido por toda una vida de peleas con empleados del banco (no existe tal cosa como ir al banco) y tampoco encuentran placer en retar a los niños de otros. En el colectivo no necesitan pedir el asiento porque hay lugar para que todos viajen sentados”.