Por Hugo E. Grimaldi

Se señala con una bastante dosis de razón que el electorado que votó en origen por Javier Milei con mayor enjundia, pero también quienes lo acompañaron en la segunda vuelta para no hacerlo por el kirchnerismo, confió plenamente en su idea de implantar un nuevo esquema económico que diera vuelta como una media al fracasado modelo anterior. Y que todos lo hicieron esperanzados en las promesas de ir por el desarme de las razones estructurales de la inflación y que, por ese motivo, prefirieron tirarse a una pileta con muy poca agua, antes que seguir chapoteando en aquel barro empobrecedor.

Casi siete de cada diez votantes sabían que repechar la cuesta iba a ser muy duro y que todo debía partir de la mano de un inevitable ajuste, pero igual le dieron un inusual crédito al Presidente y se dispusieron a apretarse el cinturón sin hacer oír quejas prematuras. A su vez, Milei le puso especial fuego al desafío porque cambiar el rumbo era la forma en que su pensamiento de años concebía la estructura económica de un país y el destino de progreso de la sociedad.

Casi siete de cada diez votantes sabían que repechar la cuesta iba a ser muy duro y que todo debía partir de la mano de un inevitable ajuste, pero igual le dieron un inusual crédito al Presidente y se dispusieron a apretarse el cinturón sin hacer oír quejas prematuras. A su vez, Milei le puso especial fuego al desafío porque cambiar el rumbo era la forma en que su pensamiento de años concebía la estructura económica de un país y el destino de progreso de la sociedad.

Entre otras señales, la gente se sacrificó y en general, no dijo ni pío durante el primer año de gestión. Las encuestas tranquilizaron y le dieron una vía bastante libre al gobierno nacional que, mes a mes, fue demostrando como, con achicamiento del Estado, superávit y emisión restringida, la teoría se podía verificar. Y como, aún con recesión, salarios apretados y muchas otras piedras más en el camino, como los desbordes institucionales del Presidente o la idea de empezar a dar  una “batalla cultural” probablemente temprana (el radical discurso de Davos o el giro pro-Trump), en los que Milei no se deja margen para salir por ninguna hendija, los frutos iban a ir siendo, de a poco, visualizados.

Siempre se insiste en el vital aspecto del manejo fiscal y monetario, pero hay una segunda cuestión muy ligada a los agujeros de la economía que la ciudadanía también tomó en cuenta para bajarle el pulgar al esquema anterior, quizás porque el propio Milei también hizo docencia en ese punto: los vericuetos del Estado eran pliegues fenomenales para esconder la corrupción. Néstor Kirchner encapsulaba esta cuestión tan delicada con un eufemismo justificatorio: “para hacer política se necesita plata”. Es decir que ya se había internalizado también en la sociedad que la mala economía es socia de la podredumbre que rodea a los políticos. En este caso, los de la “casta”.

A lo largo de la historia, numerosos casos de corrupción han evidenciado cómo el desvío y la mala asignación de fondos públicos generan erosión de la confianza institucional, retiro o no aplicación de nuevas de inversiones y cómo todo ese tobogán puede traducirse en consecuencias económicas graves. En el caso actual, como el crédito ya había sido bastante largo, en el caso de la “difusión” presidencial de la criptomoneda $LIBRA el 14 de febrero pasado (menos de un mes), se necesitó apenas una sospecha para que muchos adherentes, sobre todos quienes había realizado un sacrificio fantástico en el corto plazo priorizando el futuro, empezaran a mirar al gobierno nacional con algún recelo.

Desde ya que la pérdida de la virginidad resultó ser un festín para la oposición, pero las novedades que llegaban del exterior de boca de los mismos implicados, como tener que pagar un peaje en lugares cercanos a su hermana (Secretaría General de la Presidencia) para acceder a Milei, por ejemplo, le hicieron pensar a muchos sacrificados bancadores del experimento libertario que “son todos iguales” o algo por el estilo, como que había nacido una nueva casta. Si bien no hay números de un desgaste estructural, el apoyo no parece ser el mismo porque algunos han comenzado a dudar.

En paralelo, la desafortunada Asamblea Legislativa fue degradada a dos puntas: por una oposición al que el andamiaje institucional de la democracia, base de la República, parece importarle poco y nada y sobre todo, por el accionar del asesor Santiago Caputo quien, aunque provocado por el diputado Facundo Manes, mostró una imagen de canchero insoportable. Los protagonismos vidriosos de Karina Milei y del “mago del Kremlin” dejan la palmaria sensación que dos de los tres vértices del famoso “triángulo de hierro” han empezado a oxidarse.

Aunque el presidente de la Nación haya dicho en ese discurso en el Congreso que iba a pedir apoyo legislativo para el “estratégico” Programa que se está cerrando con el Fondo Monetario Internacional, él nunca expresó que iba a hacerlo por la vía de un Proyecto de Ley. Dicha necesidad es algo bien local (el organismo no lo solicita) y tiene que ver con la tirria kirchnerista al endeudamiento en dólares, ya que Néstor le canceló al Fondo en 2006 una deuda “barata” en términos de tasa de U$S 9.530 millones y se endeudó con Hugo Chávez en un juego sospechoso de sobretasas.

En verdad, la intervención del Congreso es una obligación que impone la Ley de Fortalecimiento de la Sostenibilidad de la Deuda Pública impulsada por el ministro Martín Guzmán en 2021, en pleno último gobierno K. Allí, se dice que para que se autorice el acceso a deuda con el organismo deberá “requerirse que una Ley del Honorable Congreso de la Nación lo apruebe expresamente”.

¿Ley o DNU, entonces? La jugada de mandar un Decreto sólo de forma y sin las condicionalidades que impone el organismo y el tiempo de los desembolsos tiene que ver con los soportes políticos, ya que de esta manera, para que el Acuerdo se transforme automáticamente en Ley (“sanción ficta”, ideada por Cristina Kirchner en 2006) se necesita conseguir el aval al Decreto de parte de una sola Cámara, mientras que un Proyecto de ley necesita ganar dos votaciones.

Éste es el atajo que más le conviene a la Casa Rosada porque en el Senado le iba a ser más que difícil conseguir los votos. En paralelo, la retórica del Fondo acaba de expresar que, aunque ellos no propician ninguna Ley, igual se necesita “un amplio apoyo”, aunque si se logra que el DNU pase el aval legislativo para el FMI será algo bastante simbólico, casi solo para conformar a los burócratas de Washington y para que el Directorio tenga un elemento algo más concreto a la hora de acordar el nuevo crédito.

Otro juego de carambolas impensadas se ha dado en el rechazo por parte de la Corte Suprema a la licencia de Ariel Lijo: si no renuncia a su cargo actual, no tendrá su sillón en el Alto Tribunal. Más allá del pulgar hacia abajo de un juez “en comisión” recién asumido, al que se creía mileísta por convicción (Manuel García-Mansilla), la cosa se pondrá movida también la semana que viene en el Senado, ya que allí se buscará rechazar ambos pliegos para ponerle punto final al culebrón y dejar al Gobierno sin su berrinche más preciado.

Todos estos vericuetos de la política –la mayor parte generados en la minoría que recién podría revertirse a fin de año- no lo ayudan tampoco a Milei a retomar el aire que necesita. Es verdad que un político puede reconstituir su imagen dañada o evitar que se siga deteriorando y que, para ello, puede apelar a varias estrategias aunque, primero, quien busque salir indemne de los problemas debería reconocer públicamente sus errores y asumir la responsabilidad, ya que la transparencia y la honestidad son clave para recuperar la confianza del público. Persistir en decisiones equivocadas para evitar mostrar flaquezas puede ser una estrategia arriesgada.

En muchas ocasiones, los líderes políticos tienen que equilibrar la percepción pública de firmeza con la necesidad de adaptarse y corregir el rumbo cuando es necesario, ya que es todo un desafío mantener la autoridad y al mismo tiempo reconocer y corregir desaciertos. A lo largo de la historia, otros líderes demostraron que es posible superar errores y recuperar la confianza y el respeto del público, siempre a través de la perseverancia y el compromiso con el cambio positivo.

La capacidad de adaptarse y aprender de los errores suelen ser más valoradas a largo plazo por los votantes. Para remontar el barrilete, en lo inmediato, Milei debería cambiar de asesores (fusibles), aunque es muy difícil que la personalidad del Presidente lo ponga en ese camino, debido al grado de cercanía que tiene con sus más íntimos. Además, él redobla la apuesta siempre y, al mejor estilo Trump, apela al golpe de puño sobre la mesa. Y aunque el estadounidense vuelve muy seguido de sus apretadas, el presidente argentino carece todavía de ese arte esencial de la política.