Alguien dijo que cualquier tiempo pasado fue mejor y lo seguirán diciendo; la cuestión es vivir y aprovechar los momentos a su tiempo. Y si de tiempo se trata, que alguien me explique cómo mi padre tucumano y mi madre santiagueña calcularon el tiempo para procrearnos a los tres hermanos cada dos años justo, todos en enero y por orden de aparición: Evaristo el mayor el 31, yo el 23 y Alberto el 13; una tía pícara nos decía que lo hacían con el almanaque en mano. En esa mezcla sanguínea de zamba y chacarera surge esa poesía y ataques de inspiración  sobre el tiempo en la mente de mi hermano, Evaristo que escribió algo que dice: “Si mi existencia me regala un nuevo día, me presta en esta jornada el sol para hacerme revivir, después de un ayer tórrido , extremadamente cálido , el tiempo me regala una tormenta de agua de lluvia para templar el medio ambiente , ya no escuchaba el canto de las aves , los trinos  entre las flores y la brisa entre las ramas de limoneros y naranjales . Si esta situación abre un resentimiento contra el clima, es que estoy fuera de la realidad, que me dice que las cuatro estaciones existen y existirán y si un tornado, una inundación, una nevada o una sequía llegan, con su poder destructivo podrían vencer al poder natural de la estabilidad y la integridad del ser humano. Me rebelo y vuelvo a mis tiempos, a desandar otros caminos, vuelvo a mi regreso a integrarme con mi cuerpo, que el tiempo se encargó de mostrarme que al tiempo lo debemos vivir, respetar y cuidar”. En esta cuestión de temperaturas, pronósticos y tiempos, no se ponen de acuerdo meteorólogos, astrónomos, chamanes, brujos ni curanderos; Dios y la naturaleza son más sabios que todos ellos y a ellos nos debemos. Por eso, el poco tiempo de vida que tenemos, lo vivamos bien.

Francisco Amable Díaz

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