Rocío Díaz nació en una familia en la que el fútbol no se enseñaba: se vivía. La criaron entre asados domingueros, piernas embarradas y la radio sintonizada en algún partido. “Él fue quien me puso una pelota entre los pies y me enseñó que con pasión se puede llegar a cualquier lado”, recuerda sobre su abuelo, el gran impulsor de su camino.

En su casa, el fútbol se respiraba. Pero afuera, las cosas eran distintas. “Mi primer contacto con la pelota fue en el barrio. Yo era la única chica jugando. A veces me decían que no podía o que el fútbol era para varones, pero mi abuelo siempre decía que si uno quiere, puede”, cuenta Rocío con la seguridad de quien aprendió a no dejarse frenar.

Mientras otras nenas jugaban a ser mamás, Rocío corría tras la pelota con la cara al viento. “El fútbol me dio fuerzas, me dio pertenencia. Fue mi lugar en el mundo desde siempre”, dice. En esos años no había muchas referentes mujeres, pero ella tenía claro que quería llegar lejos. Y así lo hizo.

En su recorrido profesional, pasó por equipos que marcaron su desarrollo. “Cada club me dejó algo. No solo desde lo deportivo, también desde lo humano. Aprendí a convivir con la presión, con la competencia, con la frustración, con las lesiones”, dice, repasando etapas que la formaron no sólo como futbolista sino como persona.

LA GACETA / DIEGO ARAOZ

En su carrera se ven las distintas etapas de la evolución del fútbol femenino en Argentina, ella también fue parte de la Selección: “Vestir la celeste y blanca fue un sueño. Lo viví con orgullo, pero también con bronca porque sabés que las condiciones no son las mismas. A nosotras nos cuesta todo el doble”, admite. Rocío es testigo del crecimiento de un deporte históricamente cerrado para las mujeres, pero también enfrentó de cerca sus límites. “Nos tocó, y nos toca, pelear para que se nos dé el lugar que merecemos. No sólo dentro de la cancha, también fuera de ella. Las condiciones siguen siendo muy desiguales”, señala.

A pesar de todo, nunca bajó los brazos. “El camino no es fácil, pero si me preguntás si volvería atrás, lo haría. Con todo. El esfuerzo vale la pena. Las mujeres hoy tenemos que seguir avanzando para abrirle el camino a las que vienen atrás”, afirma.

Después de varios años fuera de su provincia, Rocío volvió a Tucumán. Decidió retornar a casa y apostar por un proyecto que la entusiasmara: “Volví porque quería concretar otro proyecto. La falta de estructura del fútbol femenino hace que las jugadoras siempre tengan que pelearla”. Hoy entrena a un grupo de chicas en Las Cañas y coordina una escuelita de fútbol femenino. “Volver fue una decisión difícil pero necesaria. Acá me encontré con muchas niñas con ganas de jugar pero sin oportunidades. Quiero que ellas no tengan que pasar por lo mismo que nosotras”.

LA GACETA / DIEGO ARAOZ

La escuelita nació como un espacio chico y creció rápido. “Hay muchas ganas, muchas pibas que se acercan, muchas familias que acompañan. A veces no tenemos todos los recursos, pero lo que no falta es compromiso. Las chicas llegan con una sonrisa. Y eso te llena”, dice Rocío.

Su rol va mucho más allá del entrenamiento. Acompaña, escucha, aconseja, y sobre todo, cree. “El fútbol también es eso: un lugar donde te sentís parte, donde no estás sola. Yo quiero que sepan que pueden soñar, que pueden competir, pero que también pueden jugar solo por el placer de jugar. El disfrute también es revolución”.

El recuerdo de su abuelo sigue marcando el ritmo de sus pasos. “Él me enseñó que los prejuicios se rompen con acción. Si una mujer no puede estar en el fútbol, es porque nunca le dieron la oportunidad de demostrarlo”, sostiene.

Hoy, Rocío es esa oportunidad para muchas. Su historia, lejos de ser una de suerte, es un testimonio de lucha, de constancia, de pasión. “Si mi abuelo estuviera acá, me diría que no me rinda; que el camino sigue aunque todo parezca en contra. Eso es lo que yo intento transmitirle a todas las chicas que sueñan con jugar al fútbol”, dice con firmeza.

No extraña la competencia. O tal vez sí. Pero no la necesita para sentirse adentro del juego. “No me fui del fútbol, solo cambié de lugar. Ahora estoy del otro lado de la línea, pero con las mismas ganas”, asegura. Y esas ganas empujan a una nueva generación de futbolistas.

Rocío no solo jugó. Volvió. Y al hacerlo, sembró. Porque si una avanza empuja a las demás. Y eso es lo que ella hace todos los días, con cada entrenamiento, con cada charla, con cada pelota que vuelve a rodar.