La memoria es frágil y se destiñe con el tiempo. Pero hay un momento que Luciana Casmuz tiene grabado a fuego. Viaja con el pensamiento hasta el 31 de agosto de 2014. Era un día como cualquiera y de repente surgió un plan para ir a pasear a las Termas de Río Hondo con su hermano, su cuñada, sus dos hijos pequeños y un sobrino. Se subieron felices a la camioneta y emprendieron el viaje desde Famaillá.
En el cruce de las rutas 306 y 323, en Santa Rosa de Leales, un camión apareció en el camino inesperadamente. Hubo un chirrido seco de frenos, un estruendo, y la camioneta empezó a dar tumbos. En un abrir y cerrar de ojos, todo se transformó en caos. Luciana quedó tapada por los hierros. Tenía un brazo deshecho, quebrado en ocho partes, un dolor fuerte en el cuerpo y el alma desgarrada por no saber cómo estaban sus hijos. A lo lejos, alcanzó a ver el conductor del camión; estaba agachado y tenía el rostro desencajado. El lugar se llenó de gente y de ambulancias. Una vecina cargó en una moto a la bebé, María Emilia, de ocho meses, para tratar de salvarla. Su otro pequeño, Ramiro, de casi tres años, estaba convulsionando. Alguien se acercó, le tomó la mano y ella le dijo: “no me sueltes por favor”.
La trasladaron hasta el hospital más cercano. La subieron a una camilla. Entonces, tuvo un mal presentimiento. Lo confirmó cuando escuchó la frase: “hay dos óbitos menores”. La trasladaron de urgencia al hospital Centro de Salud. Le extirparon el bazo, que estaba a punto de explotar. Luego le operaron el brazo. Cuando despertó, vio que al menos 10 batas blancas la rodearon. Sus miradas estaban tensas. Luciana contuvo la respiración y les dijo: “no me digan nada, se bien dónde están mis hijos”.
Pasado y presente
Han pasado casi 11 años de ese día y estamos en el mismo lugar del accidente. La cita es las 9. Luciana llega antes, baja del auto con una sonrisa de oreja a oreja. Sus ojos tienen un brillo especial esta mañana. “He llorado antes de venir, pero de emoción”, confiesa, envuelta en un largo abrigo negro. Se ha peinado y se ha maquillado apenas un poco para la ocasión. Tiene motivos para celebrar, dice mientras mira de reojo las máquinas y a los empleados de la Dirección Provincial de Vialidad (DPV) que llevan adelante la obra: una rotonda que se inaugurará dentro de poco y que promete darle seguridad a uno de los cruces más fatídicos de Tucumán.
“Luego de vivir el accidente que transformó mi vida para siempre, soñé con un cambio. Pensaba que si a mí me había tocado pasar por todo eso, tenía una misión”, expresa la mujer de 42 años. Antes del choque estaba por recibirse de contadora. Todos sus planes se modificaron. “Entré en otra dimensión”, reconoce.
47 muertes
El mundo se había desmoronado. Y mientras ella intentaba reunir los pedazos de su vida que quedaban se preguntaba qué podía hacer con este dolor tan grande. “Con la partida de mis hijos, ya eran 47 las almas que habían perdido la vida en ese cruce trágico. Y fue entonces que comenzó el clamor por algo justo, necesario y urgente: una rotonda que protegiera la vida”, cuenta Casmuz.
Apenas le dieron el alta médica, con el brazo inmovilizado, empezó a recorrer la zona para juntar firmas pidiendo que se construya la glorieta. También golpeó las puertas de Vialidad, día tras día, llevando las notas firmadas.
“Miles de personas se sumaron al pedido de la rotonda. No solo los vecinos; también los que circulaban por estas rutas a diario. Cada firma recolectada fue un gesto de amor, de empatía, de compromiso. Gracias a ese esfuerzo colectivo, se logró en aquel momento la señalización en la zona del accidente y la colocación de lomos de burro”, remarca.
Cierra un ciclo
Hace poco, una amiga le envió fotos de cuando comenzó la obra de Vialidad y Casmuz no podía salir de su asombro. “Creo que con esto se cierra un círculo”, confiesa la mujer que luego de la tragedia que vivió, se convirtió en instructora de yoga, maestra de Reiki y especialista en biodecodificación.
Antes de eso pasó por muchas etapas. Recuerda que lo más duro fue volver a casa y no encontrar a sus pequeños. Estuvo durante meses medicada. Tenía ataques de pánico. “Muchas veces me levanté desbordada y llamé a mi mamá para pedirle que me trajera a mis hijos; le decía que todo eso que había pasado era una broma pesada”, cuenta. Varias veces pensó en ir a increpar al camionero. Ahora confiesa que le gustaría verlo para decirle que está todo bien, que fue un accidente.
Fue a Renacer (grupo de ayuda para quienes pierden hijos), hizo terapia psicológica y se aferró a la fe. “Esto es algo que va contra todo lo que uno está preparado. No hay una receta única para enfrentarlo; cada uno va encontrando su camino”, explica. Luciana pudo apostar de nuevo a la vida con quien era en ese momento su esposo. Al tiempo, tuvieron otro bebé, Alejo. El niño, que ya cumplió los siete años, la acompaña a todos lados.
“La Mocha”, como le dicen sus amigos, no se queda quieta. Saluda a los obreros, les agradece por su trabajo. Fija su mirada en lo que pronto será la rotonda y sus ojos se empañan. ¿Qué les dirías a tus hijos hoy? “Les diría que los amo. Les diría gracias por todo lo que me vinieron a enseñar. No pienso por qué me tocó a mí pasar por esto. Valoro lo que pude aprender. Y creo que estamos haciendo bien las cosas, por la gente que quedó en este plano, por todos los que pasan por este cruce cada día. Miro hacia atrás y siento que tal vez me podría haber quedado quieta. Total, yo ya había perdido lo más importante: mis hijos. Y no solo quedé mal desde lo emocional. También me derrumbé económicamente. Sin embargo, había una fuerza interior, algo inexplicable que me empujaba a moverme”, detalla.
Luciana cree que todavía le falta mucho por hacer. “Hay que crear conciencia. Cada vez más chicos y adolescentes se mueren en las calles y estamos anestesiados. Pensamos que nunca nos va a pasar”, agrega. “Yo les diría a los que toman (alcohol) antes de ponerse antes del volante, que lo piensen mejor, que no es una buena idea salir a destruir una familia. Les diría a los padres que no les den una moto a su hijo si es menor. El cambio está en nosotros. Es mejor pensar que sí te puede pasar. Si vas en moto el casco te salva, igual que el cinturón en el auto”, reflexiona.
Se queda pensando y mirando, una vez más, ese montículo de tierra. Ella dice que es la rotonda de sus ángeles: “una rotonda que es memoria, amor y prevención. Una rotonda que guarda nombres y honra vidas. Una rotonda que nace del dolor, pero florece en esperanza”.
“Era una obra fundamental para dar más seguridad”
La rotonda tendrá 146 metros de desarrollo. Ayudará a optimizar la circulación vehicular y a dar más seguridad. Además, el asfalto se ensanchará en el ingreso a la glorieta para que haya más espacio para transitar. “Ya no se va a cruzar nadie en ese lugar”, señala Esteban Romano, inspector de la Dirección Provincial de Vialidad (DPV). Según se estima, la obra ubicada en los cruces de la ruta 306 y 323, en Santa Rosa de Leales, podría estar lista a fines de agosto. Los avances de los trabajos dependen mucho de las inclemencias del tiempo por estos días. Pero ya está casi todo listo para empezar a desarrollar la estructura, dijo. Asimismo, según detalló, la calzada de la ruta en ese sector tiene seis metros y pasará a tener siete metros y medio. Se trata de un proyecto de Vialidad con financiación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), especificó. Por otro lado, enumeró los trabajos que acompañan la ejecución de la rotonda: se repavimentará un sector de la ruta 323, para mejorar la transitabilidad y se está construyendo un nuevo puente en la ruta 306, a seis kilómetros de allí. También se están ampliando las alcantarillas, habrá dársenas y un refugio para esperar el colectivo a la vera de la ruta.
“La rotonda era una obra fundamental para dar más seguridad. Había muchísimos accidentes, especialmente en épocas de zafra”, señaló Romano.
Testimonios
Vive a los sobresaltos y ha visto las cosas más terribles. “Este es un lugar muy agobiante”, dice Luisa Aranda, de 63 años, que reside desde hace cuatro décadas a pocos metros del cruce de las rutas 306 y 323. Nunca pudo acostumbrarse a las frenadas bruscas que se suceden a diario ni a los gritos desgarradores de los que sufren accidentes. “Son como explosiones. Aquí es raro un fin de semana tranquilo”, describe. Hay choques que la dejaron temblando durante días enteros. Y no los puede olvidar. Uno de ellos es el siniestro en que murieron los hijos de Luciana Casmuz. Cuando la joven madre empezó a juntar firmas para que se construyera la rontonda y para que no haya más tragedias, Luisa decidió también hacer un aporte: cada mañana llevaba una mesita al costado de la ruta y ahí se quedaba por horas pidiendo a los conductores que se detuvieran y firmaran la petición.
“Me parece un milagro ver que están haciendo esta rotonda después de tantas vidas que se cobró el cruce. Este es un lugar que tiene buena visibilidad. El problema es la velocidad y que, al llegar aquí, los conductores se confían en que el otro va a frenar. Y eso no pasa”, reflexiona la mujer.
En la zona de Santa Rosa de Leales los vecinos están felices por la construcción de la rotonda, la cual les traerá al fin un poco de tranquilidad, según dijeron. “Este camino es muy peligroso, más en esta época del año por la zafra. Circulan muchísimos camiones. Además, hay varios tramos en el asfalto está en mal estado”, expresa Luis Fernández, que en varias oportunidades fue testigo de las frenadas de los vehículos y de los choques. “Vivo aquí hace 20 años y he visto demasiadas desgracias en el cruce. Ojalá la rotonda ayude a que vivamos más seguros. Sería bueno, además, que haya algún cruce peatonal”, pidió Margarita Vanegas. No solo los vecinos. También los que transitan a diario las dos rutas se mostraron esperanzados al ver el avance de las obras. Por eso Mónica Lazarte agradeció especialmente a Luciana Casmuz: “esa ruta es un recorrido que hace siempre mi familia y los que amo. Cuando paso por ahí me acuerdo de vos y me generan mucho dolor tus pérdidas, a la vez te admiro por tu manera de transformar tu dolor”.