Hugo E. Grimaldi

Es casi incomprensible, pero fue así. Cuando la Corte Suprema rechazó “sin más trámites” el pedido de recusación de Cristina Kirchner al juez Ricardo Lorenzetti, los mayores nervios transitaron por la Casa Rosada. Con esa decisión se acortan los tiempos para que el Alto Tribunal diga si decide revisar el caso y electoralmente todo seguiría igual o si confirma la condena a seis años de cárcel e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos dictada contra ella en la causa Vialidad. Si eso ocurre antes del 19 de julio, fecha de la oficialización de candidaturas en la provincia de Buenos Aires, CFK no podrá participar.

Ése fue el dato que provocó el insólito pánico entre los armadores políticos del Presidente porque la quieren sí o sí de contracara en setiembre, al menos esta vez, para confrontar, ganarle en su propio distrito y borrarla del mapa. Si la Corte se les adelanta le estaría quitando al oficialismo el enemigo ideal, tan devaluado como está en esta ocasión. Sin embargo, cuando se los pone de frente y de perfil a la expresidenta y a Javier Milei, queda en claro que ambos tienen rasgos muy parecidos en cuanto al manejo político y necesitan anularse mutuamente. Están “cortados por la misma tijera”, dirían las abuelas. 

Por supuesto que no es lo mismo, pero tanto la empresa que quiere ser monopólica como el “yoísmo” de los políticos se rozan, ya que tanto una como los otros buscan la exclusividad y eliminar o minimizar la competencia para asegurar su posición dominante. Una busca ser única proveedora de un bien o de un servicio, mientras que el político egocéntrico quiere ser la única voz o la figura central en la toma de decisiones. Ambos escenarios resultan en una concentración significativa de poder o bien sobre el mercado y los precios o sobre las decisiones y la dirección de un grupo o Nación. Los dos machos-alfa buscan guiar la manada y es necesario que se eliminen.

Más allá de la experiencia de los años y de los cargos que ocupó, Cristina tiene evidentes ventajas en materia de sangre fría, mientras que el actual presidente es más calentón. Hacer una lista de parecidos en la ejecución sería demasiado larga y hasta desdorosa para sus seguidores, pero ellos se la aguantarían porque no hay nada que quieran más que estar uno enfrente del otro, ya que se saben el enemigo perfecto. Si bien representan caminos muy diferentes, las similitudes entre CFK y JM se dan en el estilo y en la ejecución, más allá de las políticas concretas que representan ya que sus ideologías, proyectos de país y los caminos económicos implementados son radicalmente opuestos.

En lo práctico, Cristina utilizaba extensamente las cadenas nacionales, con actos públicos masivos y redes sociales para comunicar su visión y responder a las críticas. El actual Presidente se apoya más en las redes y da entrevistas selectas a medios afines y asiste a transmisiones en vivo para fijar el relato y atacar a los opositores. Ambos buscan crear y visibilizar de modo constante a sus supuestos enemigos y usan la misma estrategia, la de identificar y confrontar a grupos o sectores específicos para tratar de cohesionar a su base de apoyo y justificar sus acciones. La ex presidenta a menudo señalaba a las corporaciones mediáticas, económicas o judiciales, al campo, a los fondos-buitre o a la derecha como obstáculos, mientras que Milei arremete a diario contra la casta política, los “zurdos” o colectivistas en general y contra la prensa, por supuesto.

La victimización es otro rasgo en común, con la herencia recibida como bandera para justificar cada uno su presente y los desafíos que tienen como sustento de sus medidas. La ex con sus constantes referencias al neoliberalismo o a lo "oscuro" de los años previos a la gestión K, mientras que Milei hace menciones constantes a la herencia kirchnerista, al "modelo de la decadencia" o a la "bomba" dejada por el gobierno anterior.

Desde ya que ambos usan un discurso polarizador y confrontativo, lenguaje que busca dividir y enfrentar, apelando a la lealtad de sus seguidores y deslegitimando a la oposición. La ex con discursos encendidos, críticas directas y acusaciones a quienes no comparten su visión, dentro de todo algo más académico y el actual presidente con el uso de fuertes descalificaciones, insultos y un tono agresivo hacia sus detractores.

Está claro que, más allá de los grupos partidarios a los que representan, ambos han buscado establecer una identidad política fuerte y distintiva, que trascienda las estructuras partidarias tradicionales y proponga nuevos tiempos. Ella consolidó el kirchnerismo como un movimiento político con una narrativa propia, enfocada en los derechos humanos, la inclusión social y la soberanía económica y el actual presidente se presenta como el líder de un movimiento libertario que busca terminar con la decadencia, achicar el Estado y reposicionar al país en el mundo occidental.

Desde ya que los emparenta también la recurrencia a los DNU para implementar políticas, especialmente en momentos de resistencia legislativa o cuando buscan una ejecución rápida de medidas de gran alcance. Por lo tanto, su relación con los demás poderes nunca es fluída porque perciben a esas instancias como obstáculos para sus proyectos. Tampoco se han llevado bien con sus respectivos vicepresidentes, un contrapeso interno que ese tipo de liderazgos no tolera. Ambos han ejercido y ejercen una fuerte personalización de la supremacía que ejercen y son figuras centrales en la comunicación, con una presencia constante y dominante en el discurso público, ya que buscan establecer un diálogo directo con la ciudadanía, excusa perfecta para ningunear al periodismo.

Cuando no hay contrapesos, el egocentrismo político puede llevar a abusos. Un monopolio podría explotar a los consumidores con precios altos o baja calidad, pero un político egocéntrico podría tomar decisiones que beneficien sólo a sí mismo o a su círculo cercano, ignorando las necesidades de la mayoría. Ambos suelen mostrar resistencia a cualquier forma de crítica o competencia que amenace su posición y es por eso, que la prensa se transforma en un enemigo molesto al que hay que correr y desacreditar. 

La defensa de la libertad de expresión es un pilar fundamental para el desarrollo de una sociedad crítica e informada. En contextos políticos adversos, como los que construyen este tipo de líderes, los medios no sólo informan, sino que también actúan como un contrapeso a narrativas sesgadas o manipuladas por el poder. Ser precisos y rigurosos no es sólo una cuestión de estilo, sino un fundamento básico para que el discurso público gane en profundidad y credibilidad. La indignación (sobre todo la impostada en los canales de cable) puede servir para atraer audiencia, pero más le sirve a los detractores para mostrar subjetividades.

Es importante recordar todas estas cosas en el Día del Periodista, porque es el argumento central que utilizan las autoridades para devaluar a los medios. No prohíbe, sino que descalifica para que la gente no reconozca a la comunidad periodística como referente de la institucionalidad. Otro es la narrativa que dice que el periodismo ha quedado obsoleto debido a las redes sociales, algo no sólo falso de toda falsedad, sino que forma parte de un intento de manipular la percepción pública. Es verdad que las redes han democratizado el acceso a la información, pero también que han amplificado la desinformación y la falta de rigor.

El periodismo profesional sigue siendo esencial precisamente por su método: verificación de fuentes, análisis crítico y responsabilidad editorial. Sin esos pilares, el debate público se fragmenta en percepciones y opiniones sin sustento. Mariano Moreno lo decía en su ensayo “Sobre la libertad de escribir” en el que hacía una defensa de la prensa libre y precisa y advertía sobre el riesgo de aceptar "las preocupaciones populares" sin examen crítico.

Si se deja avanzar la idea de que el periodismo no es necesario, el terreno quedará abonado para el caos informativo, donde lo que más circula no es la verdad, sino lo más emocional o conveniente para quienes están al mando. El creador de la “Gazeta de Buenos-Ayres” lo defendía como un notable mecanismo para iluminar el pensamiento colectivo y para evitar la manipulación de las masas, algo que sigue vigente hoy más que nunca. La crítica del prócer al embrutecimiento provocado por las restricciones al debate encaja perfectamente con el intento de desacreditar a la prensa en la Argentina.

Cuando busca debilitar al periodismo, el poder suele recurrir a dos estrategias: la siembra de dudas sobre medios y cronistas y su deslegitimación. Con su defensa férrea de la libertad, Moreno proponía precisamente lo contrario: fortalecer la transparencia y permitir el libre cuestionamiento de ideas. “Rara felicidad de los tiempos en los que está permitido pensar lo que se quiera y decir lo que se piensa”, consignaba la portada de su creación. Rarísima.