Los jóvenes argentinos que tienen entre 18 y 29 años siguen siendo el núcleo más fiel al presidente Javier Milei, según el último informe del Índice de Confianza en el Gobierno de la Universidad Di Tella. La pregunta es cómo repercute ese respaldo político en las relaciones afectivas entre pares. Concretamente, ¿cómo se para la Generación Z (agrupa a las personas menores de 30 años) ante la llamada grieta que rompió tantos afectos en el pasado? O, dicho de otro modo, ¿se puede ser amigo de alguien que vota lo opuesto?
Julio es un mes para pensar y hablar sobre una de las grandes pasiones argentinas: la amistad. Esta producción aborda el impacto de la diferencia política -o de la polarización- entre las nuevas generaciones de amigos. Cinco testimonios de militantes y no militantes tucumanos muestran cómo atraviesan —o no— la tensión entre afecto e ideología. Hay historias de ruptura y de conciliación, y mucho margen para el matiz.
"Acordamos no tirarnos palos personales"
Valentina Sáez, estudiante de Ciencias de la Educación, sonríe al recordar el primer "careo" serio con su mejor amigo. “Nuestro grupo siempre habla de todo, desde música hasta fútbol. Cuando llegó la política, en las últimas elecciones, pensé que iba a ser un conflicto, pero no lo fue”, explica. “Los mensajes en el grupo eran intensos, con chistes y memes de campaña, pero a nadie se le cruzó eliminarse mutuamente de WhatsApp”, refiere. Para ella, la clave estuvo en el respeto mutuo: “yo milito en un partido y mi amigo piensa distinto, pero acordamos no tirar palos personales. Si él me trae datos, yo respondo con argumentos y, al final, nos reímos. Lo que pesa es seguir siendo compinches, no quién vota a quién”.
Matías Torres, en cambio, a sus 25 años vivió la grieta de otra manera. Aunque no milita en ningún partido, confiesa que hace unos meses dejó de hablar con su amigo de la secundaria por una pelea política. “Discutimos y nos dijimos de todo, con insultos de por medio. Esa vez no hubo vuelta atrás”, cuenta. Su desencuentro comenzó en un asado: “yo dije algo que ofendió sus ideas, él me respondió que yo estaba cegado. Nos trancamos tanto que dejamos de juntarnos. A veces pienso que pudo ser por un par de palabras, que exageramos…”. Matías todavía siente que la amistad valía más que la discusión, pero se decidió por otro camino: “perdimos la amistad en plena pandemia. Ahora él no aparece en mis redes sociales, y ni me interesa saludarlo en las reuniones. Uno dijo ‘hasta acá’ y ya fue”.
La sonrisa de Camila Rodríguez esconde otra forma de lidiar con la diferencia política. A ella le pasó lo contrario de Matías: “mi mejor amiga y yo somos muy distintas políticamente, pero lo hablamos de frente y seguimos siendo amigas. Nos apoyamos y la verdad es que nos entendemos”. Camila, de 21 años, que no milita formalmente, pero sí participa en debates estudiantiles y activamente en la asamblea de Trabajo Social, dice que su necesidad de hablar y debatir sobre política fue creciendo. “Al principio me daba miedo comentar algo y pensaba autocensurarme, pero, después de varias charlas, acordamos que lo único que importaba es que somos amigas. A veces intercambiamos argumentos, discutimos duro, pero nunca rompimos la comunicación”, expresa. Y subraya que hoy en día hace a su amiga repost de memes políticos: “terminamos riéndonos de las noticias. Al final, restamos importancia al tema. Para nosotras, lo más fuerte son los recuerdos y los planes que tenemos juntas".
"La política está en la televisión"
Martín Quiroga, de 26 años, es compañero de carrera y militancia universitaria de Valentina. Su postura es de manual: “cuando entramos a un asado o juntada, nos ponemos de acuerdo en no arruinar la vibe. A veces, ni me entero por quién votó mi amigo y viceversa. Eso lo pactamos como regla: acá todos pueden expresarse, pero si alguien se altera, cortamos y cambiamos de tema. La grieta está afuera”. Para Martín no hubo quiebre entre sus allegados: “yo milito, pero otros amigos, no. ¿Resultado? Igual nos mandamos memes rojos y azules, pero nos respetamos. Lo que más pesa en una amistad son las horas compartidas y los proyectos que tenemos juntos, no un tuit o una propaganda”.
En contraste, Lucía Arón, de 25 años que no transita la facultad o espacios politizados, ofrece un testimonio más bien tranquilo: “en mi caso, mis amigos ni planteamos el tema. Somos pocos, pero sencillos: nos vemos para charlar, tocar la guitarra o salir a andar en bici. La política está en la televisión, no en nuestra cena. Yo sé que cada uno tiene ideas diferentes, pero me llama la atención lo poco que lo hablamos, el tema se toca de pasada, pero sin generar drama". Lucía cree que la clave está en la madurez: “nadie quiere pelear por eso. De hecho, me dan ganas de leer más opiniones de mis amigos porque casi no pregunto. Confiamos en que la amistad va más allá de la política: si surge, charlamos calmados, pero, si vemos que la cosa se calienta, mejor cambiamos a fútbol o a series”.
Esas cinco voces ilustran varios caminos posibles: la tolerancia activa, la ruptura frontal, la negociación cómplice y la distancia respetuosa. Aunque todos difieren en los detalles, coinciden en algo clave: para ellos, la amistad sigue siendo un valor superior. “Sería un garrón que la política nos pueda separar”, dice Valentina.
A 17 días del Día del Amigo, el panorama entre los jóvenes parece quedar así: la gran mayoría asegura que la polarización no definirá sus vínculos más cercanos. Tampoco faltan historias de distanciamiento, como la de Matías, pero son la excepción. La recomendación implícita de estos jóvenes es sencilla y esperanzadora: conversar con respeto o, en su defecto, cambiar de tema cuando la grieta asome. Al final del día, coinciden en que compartir un mate o una noche de música deja una huella más profunda que la discusión política más encendida.