A pesar de la complejidad del tema, no me resigno a que queden sin respuestas las dos desafortunadas y muy injustas cartas de los lectores Clímaco de la Peña (“Mentiras, grandes mentiras y estadísticas”, 17/07) y Antonio Liberti (“Cuando fuimos potencia” 16/07). Digo desafortunadas y, sobre todo, muy injustas porque ambos lectores decidieron ignorar (¿lo hicieron a propósito?) el momento histórico que están analizando. Eran tiempos en que la mayoría de los países no tenían instituciones democráticas como ahora; había dictaduras, monarquías, zares, etcétera. En Estados Unidos, después de terminar con la esclavitud, sus habitantes negros eran libres, pero sin derechos civiles. Las instituciones democráticas nuestras, muy precarias (Alberdi hablaba de “una república posible a una república verdadera”) permitieron que se pueda elegir al primer diputado socialista de América (Alfredo Palacios) en 1904. Es decir, con muchos defectos, no había muchos países con instituciones mejores que las nuestras. Los patriotas de la organización nacional y los de la generación del 80, abrazando el libre comercio (la Revolución de Mayo reivindicaba el libre comercio), estrecharon relaciones con Inglaterra, que era el primer país industrializado del mundo (allí había nacido la revolución industrial casi 100 años antes) y la economía Argentina creció sobre la base de un modelo agroexportador que hizo que grandes extensiones de nuestro territorio se incorporen al proceso productivo, conectándose a través de los ferrocarriles (la mayor extensión de vías férreas después de EEUU). Así nació una incipiente industria relacionada con la actividad agropecuaria. En esa época, fuera de EEUU, ningún país periférico como el nuestro estaba industrializado, el crecimiento económico permitió la creación de escuelas, lo que nos convirtió en ese momento en una población alfabetizada antes de la mayoría de los países de la vieja Europa. Fuimos un lugar promisorio que atraía a una inmensa cantidad de inmigrantes de distintas partes del mundo, desde 1880 hasta la primera década del siglo XX se cuadruplicó la población argentina (de 2 millones a 8 millones, aproximadamente). Por esa razón la existencia de conventillos que escandaliza al lector Liberti, quien debería saber que el bacilo de la tuberculosis lo descubrió Robert Koch en 1882. Esa enfermedad existía en todo el mundo; y en Buenos Aires había laboratorios y científicos relacionados con los que trabajaban en París con ese tema. Los líderes de la organización nacional y los de la generación del 80 nos dejaron un país próspero, alfabetizado y con una pujante clase media. Pretender negarlo ahora que tenemos un altísimo porcentaje de pobres y un territorio sembrado de villas miserias es muy desafortunado y, sobre todo, muy injusto.
Luis Ovidio Pérez Cleip
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