San Salvador en Bahamas, es la isla donde Cristóbal Colón desembarcó por primera vez en América, y el encanto más grande que tiene es la historia que guarda. Hace unas semanas, estuve nadando en las mismas aguas en las que anclaron aquellas tres carabelas. Y, al hablar de San Salvador, inevitablemente hay que volver al comienzo de todo: al día en que empezó aquel viaje que cambiaría el rumbo del mundo.
Hoy, hace 533 años, un puerto pequeño en el sur de España despedía a tres embarcaciones con destino incierto. Era el 3 de agosto de 1492 cuando la Santa María, la Niña y la Pinta soltaron amarras en Palos de la Frontera. Al mando iba Cristóbal Colón, un navegante convencido de que el mundo era redondo y que, navegando hacia el oeste, encontraría una nueva ruta hacia Asia. No sabía que el viaje lo llevaría a un lugar que no figuraba en ningún mapa europeo: un grupo de islas de aguas transparentes, donde los cocoteros se mecían suavemente y la arena blanca, era el piso de un mundo nuevo.
Casi diez semanas después, el amanecer del 12 de octubre de ese mismo año rompió el horizonte del Atlántico. Un grito desde la Pinta anunció la noticia: ¡Tierra! La expedición había llegado a una isla que sus habitantes llamaban Guanahaní. Colón la rebautizó con el nombre de San Salvador, como un agradecimiento al “Santo Salvador” por haberlos conducido hasta allí. Lo que él vio entonces probablemente se parecía mucho a lo que se puede ver hoy: playas de un azul imposible, barreras coralinas que protegen la costa y un silencio solo interrumpido por el viento y las aves marinas. Para Colón, aquella tierra era el umbral de las Indias; para el mundo, el comienzo de un encuentro que cambiaría la historia.
Pero lo que fue un descubrimiento para Europa significó un quiebre para quienes habitaban esas islas. Los lucayanos, un pueblo pacífico de raíces taínas, fueron los primeros en encontrarse con los recién llegados. Colón los describió en su diario como “gente de buen corazón, generosa y sin armas”, sin imaginar —o tal vez sí— que ese contacto traería consigo el fin de su modo de vida. La llegada de los europeos inició un proceso que los despojaría de sus tierras, su libertad y, finalmente, de su existencia: en menos de 30 años, los lucayanos habían desaparecido de las Bahamas, víctimas del trabajo forzado, las enfermedades y el traslado como esclavos a otras islas y territorios del Caribe. La colonización, iniciada en estas aguas tranquilas, se convirtió rápidamente en un proyecto de explotación que cambiaría para siempre el destino del continente.
La isla que entonces fue el punto cero de este encuentro pasó por muchas manos y nombres. Durante siglos se llamó Watling’s Island, por un corsario británico que la reclamó en el siglo XVII. Recién en 1925, como si el tiempo quisiera devolverle su lugar en la historia, fue oficialmente renombrada San Salvador. Hoy, lejos de aquel escenario de tensiones y encuentros irreparables, es un remanso de apenas 800 habitantes, con pequeños pueblos costeros y una economía que vive del turismo, la pesca y la investigación científica. El Gerace Research Center recibe investigadores y estudiantes de todo el mundo para estudiar su geología, biología marina y arqueología.
Actividades y naturaleza subacuática
En San Salvador hay más de 50 sitios de buceo con paredes verticales, arrecifes llenos de vida marina, grietas y restos de naufragios. En algunos lugares como Devil’s Claw o Vicky’s Reef viven rayas y tiburones arrecifales y en otros sitios es posible avistar incluso tiburones martillo. La claridad del agua—con visibilidad que supera los 30 metros— hace que nadar ahí sea un espectáculo de colores bajo el mar.
Además, hay excelentes zonas para snorkel, especialmente sobre arrecifes poco profundos habitados por cientos de peces tropicales y corales como el elkhorn y el staghorn. Y, por supuesto, también se puede practicar kitesurf, kayaking, jet-ski, paddle, pesca deportiva o simplemente nadar rodeado de aguas cálidas y tranquilas.
Más allá del mar
En Long Bay se alza un monumento conmemorativo sencillo, erigido en el sitio donde Colón ancló por primera vez. Se puede ver una cruz blanca frente al mar turquesa. Lamentablemente, no hay mucho más que permita conocer en profundidad cómo fueron aquellos primeros encuentros entre europeos y lucayanos. Más allá de este monumento y de una pequeña iglesia local, símbolo de la historia religiosa traída por los colonizadores, no existen otros espacios que cuenten esa historia.
¿Cómo se llega a San Salvador?
La forma más directa es tomar un vuelo desde el aeropuerto internacional de Miami hasta el aeropuerto de San Salvador. Generalmente hay un vuelo directo por semana y el trayecto dura aproximadamente entre 1 hora y 15 minutos.
Es muy importante, tener en cuenta los requisitos de salud para ingresar: hay que averiguar bien qué vacunas se necesitan. A los argentinos nos piden comprobante de vacunación contra la fiebre amarilla. La vacunación debe haberse recibido al menos 10 días antes del ingreso.
¿Recordás qué son las Bahamas?
Mucha gente cree erróneamente que Bahamas es parte de Estados Unidos. No lo es. Las Bahamas son un país independiente, un archipiélago de más de 700 islas y cayos en el Atlántico, al sureste de Florida y al noreste de Cuba. Su capital es Nassau y es miembro de la Commonwealth, conservando al monarca británico como jefe de Estado simbólico. San Salvador es una de las islas más pequeñas y menos pobladas, pero sin duda una de las más históricamente emblemáticas del país.
Sabores del mar y del trópico
La gastronomía de Bahamas se centra en el mar: pescados como mero, besugo, bonefish, atún o mahi-mahi, además de moluscos como el caracol conch (símbolo nacional), cangrejo, todos fresquísimos y preparados de formas muy variadas. La langosta, tiene su temporada de agosto a marzo. Se sirve siguiéndo prácticas locales sustentables, servida a la parrilla o al vapor con salsa ligera.
Y no faltan en la mesa las frutas tropicales: ananá, mango, melones y sandías. Son utilizadas tanto frescas como en postres tradicionales. Las tartas de coco o ananá, pudding de maíz y helados de frutas son el cierre dulce y auténtico al festín isleño.
Nadar con la historia
San Salvador no solo es historia: es una isla pequeña, tranquila y perfecta para desconectarse. Allí estuve alojada en un hotel all inclusive, que concentra gran parte de la actividad turística. Hay tres restaurantes que, como un guiño histórico, llevan los nombres de las famosas carabelas de Colón: La Pinta, La Niña y La Santa María.
Mientras estuve ahí, no tuve oportunidad de recorrer la isla en profundidad, pero creo que el encanto de este lugar es, simplemente, estar ahí, nadar en las mismas aguas en las que desembarcó Colón y dejarse envolver por la sensación de estar en el escenario de un hecho que cambió el mundo. Es un pensamiento poderoso, sentir que este rincón del Caribe fue testigo de uno de los momentos más trascendentes de la humanidad.
A eso se suma su belleza natural: playas desiertas, agua cristalina, días que transcurren sin prisa. Es un sitio ideal para relajarse y escapar del caos de las ciudades, distinto a cualquier paisaje que podamos encontrar en Argentina, por más hermosos que sean los nuestros.