Una de las fotos de la semana podría ser la imagen de José Alperovich asomándose a un balcón, mirando hacia abajo, mientras un cigarrillo humea entre dos dedos de su mano izquierda. La anécdota transcurre en un edificio de Puerto Madero, donde según la condena que lo convirtió en reo por 16 años, se produjo el delito de abuso sexual. La foto es, en realidad, un cuadro de un video que filmó un ciudadano que pasaba por allí y que terminó haciéndose viral en las redes sociales.

Esa imagen congelada es la foto del lado B del poder. El lado A por lo general tiene glamour, camina por corredores anchos, se sienta a la cabecera de mesas gigantescas, suele vestirse con ropa de colores tranquilos pero de telas que cotizan bien en bolsa. Nunca está solo. Jamás. Y, si alguna foto lo refleja en un instante de soledad es porque hay un fotógrafo haciendo compañía o dispuesto a eternizar ese retrato. Hasta el sueño viene recargado.

Hay un lector de LA GACETA, cuya identidad se asocia con la del Guasón personificado por Joaquin Phoenix en el filme de 2019, que al comentar la información de Alperovich en el balcón dice: “Jajajajajajaja... Fumar es un placer genial, sensual.........Fumando espero a la mujer que quiero, tras los cristales de alegres ventanales. ......!!!!!!!!” Una ironía brillante que define o, mejor aún, sintetiza a ese hombre que, por lo menos durante seis de la docena de años que gobernó, tuvo a Tucumán en su puño.

“María”

Pero el lado B del poder es ese que no se ve. Porque no se quiere ver. Porque degrada. Es corrosivo. Infunde pena. Libera odios. Es el grito de la envidia. Es que el lado B no se mira al espejo, no se atreve. Ya no es el que era y, seguramente, no volverá a ser. Para aprovecharme del ingenio del Guasón forista un tango como “María” podría advertir con menos ironía ese estado: “Qué vieja y cansada imagen me devuelve el espejo/ Ah, si pudieras verme/ Solo aquí en la gris penumbra de mi pieza/ De este cuarto nuestro, que parece tan grande desde que faltas tú/ Sabe Dios por qué senderos de infortunios paseará tu tristeza/ Y yo solo con tu adiós golpeándome el alma”.

La metáfora de la mujer y el hombre cabe en la relación de aquel o aquella que asumió el poder y casi en el acto terminó creyendo que era algo propio. Y, en verdad se trata de algo que le delegaron, que le prestaron. Por eso algunos también pueden incurrir en caso de abusos porque no ven que los límites se les esfumaron. Por eso muchas veces hablan en tercera persona porque no terminan de reconocerse; por eso hablan de la cosa pública como si fuera propia y por eso no se miran en el espejo, tal vez por miedo a que les devuelva la verdadera imagen.

Los otros

Pero la confusión también es de los otros. El caso de Alperovich es emblemático. Cuando fue un todopoderoso lo seguían y adulaban políticos, jueces y empresarios por igual. Si hubiera alguno que se retobaba solía ser comprado de alguna manera. Fueron muy pocos los que no terminaron atraídos por ese imán. Alperovich, mitad en broma y mitad en serio, podía recibir a ministros y funcionarios en calzoncillos en su casa y así se desarrollaba una reunión de gabinete. El poder los fue degradando a todos. El lado A tiene “permitidos” que después se convierten en una droga imposible de abandonar.

Alperovich y sus aduladores (todos bien recompensados con cargos y buenas pagas) armaron una constitución a medida, incluso con artículos escondidos para perpetuarse en el poder. Hicieron de las distintas composiciones legislativas escribanías que validaban exageraciones de poder. Y cuando se le señalaban esos exabruptos ignoraba las críticas o señalamientos porque los aplausos y las alabanzas se oían más fuertes. Mezcló tanto todo que bussistas, radicales y peronistas llegaron a ser lo mismo.

“…Ninguna flor”

El lado B del poder está en el balcón (¿Qué tendrán los balcones que licúan el poder, los delitos y las condenas?) en una soledad absoluta. Para Alperovich se asomó en una cárcel donde la humillación se enseñorea y donde no entran los adulones ni los que se enriquecieron a su costa. Son pocos, muy pocos los que se animaron a acercarse a quien alguna vez lo decidía todo.

Hay algo inquietante en la agresividad del poder: su capacidad para provocar sumisión. Paralelamente, parece importarle sólo su conservación. No se trata sólo de obediencia, sino de una forma más profunda de rendición: el sometido no solo acata, también adula, celebra, se pliega. Y lo hace, muchas veces, sin necesidad de que se lo obligue. El poder, cuando es brutal o excesivo, no solo impone sus condiciones: modela afectos, disciplina la memoria, genera comportamientos interesados. “El poder es la capacidad de imponer la propia voluntad en una relación social, mientras que la autoridad es el poder aceptado como legítimo por la comunidad, basado en tipos ideales como la tradición, el carisma o la legalidad”, está claro que el sociólogo alemán Max Weber lo explica de mejor manera que el firmante de esta nota.

Las ganas de comer

José Alperovich, de vez en cuando se escapaba de la Casa de Gobierno y se iba hasta La Gran Vía a tomar un café. Lo seguían funcionarios y los adulones de siempre. Alguna vez sugirió que aspiraba a terminar su gestión haciendo lo mismo. No lo logró y los chupamedias de entonces se relamen las mieles que supieron saborear en aquel entonces.

De un viaje a Cuba quedó guardaba una anécdota de cuando la comitiva tucumana se preparaba para ir a almorzar. En el óminbus turístico, la guía preguntó si iban a visitar un monumento o iban a dirigirse al restaurante. ”¿A dónde queremos ir, José?”, preguntó con buen humor uno de ellos, que después se convertiría en hombre del Poder Judicial.

En el recuerdo de los tucumanos está aquella orden de Antonio Bussi, gobernador democrático elegido por el pueblo tucumano, que antes de que alguno de sus adulones eligiese el menú ordenó: “milanesa con puré para todos”. Bussi también terminó diluido en la decrepitud de lado B del poder.

La sumisión del lado A es efímera. Cuando el poder cae, porque el ciclo se agota, porque el contexto cambia, porque aparece un nuevo orden, porque los abusos son demasiados y se vuelven delitos, algo se quiebra. Adentro y afuera de la cabeza de cada uno de los seguidores algo cambia. Lo que antes era reverencia se convierte en olvido. Lo que parecía respeto se revela como cálculo. Y lo que era miedo muchas veces muta en una forma feroz de revancha y ¿odio?

Quizás por eso conviene desconfiar tanto del poderoso que se impone como del subordinado que se pliega demasiado rápido. Ambos, en ese pacto desigual, están jugando un juego que no terminará cuando lo digan los cargos, los votos o los mandatos. Terminará más tarde, cuando llegue la hora del ajuste. Y esa hora, tarde o temprano, llega. Y, en estos tiempos parece que se aloja en un balcón.

La revancha no siempre es justicia; a veces es simple inversión de papeles, espejo que devuelve la agresividad recibida. Pero deja algo en claro: la reverencia de hoy contiene la semilla del olvido de mañana, y el miedo que una vez aseguró obediencia prepara, con la misma tenacidad, la carcajada o el desprecio futuro.

El video de Alperovich lo demuestra: el balcón, concebido para proyectar grandeza, termina funcionando como confesionario público. Cuando los aplausos cesan y la plaza se dispersa, queda a la intemperie.

La deuda

Un balcón, como el Estado, debería ser puente y no pedestal. Mientras conserve esa función, la palabra “poder” podrá significar, también, responsabilidad compartida. De lo contrario, la baranda volverá a llenarse de fantasmas que miran hacia abajo y descubren, demasiado tarde, que la altura no era privilegio sino deuda pendiente.

El lado B en los viejos discos de vinilo que escuchamos los jóvenes de ayer y los viejos de hoy puede que se escuche después, pero se grabaron juntos. No es menor la enseñanza de nuestro forista, el Guasón. Quizás la lección sea sencilla: no hay que ser tanto para ser más y mejor; no hace falta adular para luego reclamar recompensa. El poder siempre es prestado y advierte que el humo de un cigarrillo puede revelar, en un parpadeo, la grieta que separa el aplauso del abucheo. Mientras el balcón siga expuesto a la intemperie de las redes, el lado B permanecerá recordándonos -como una sombra pegada a la suela- que de los dos rostros de Jano (aquel Dios bicéfalo y antagónico de la mitología romana) sólo ignoramos el que aún no miramos.

La foto que dejó esta semana más que una metáfora y una reflexión debería ser una enseñanza para el futuro.