El artículo “Un proyecto económico para disminuir el gasto de luz” de abril de 1784, fue escrito por Benjamin Franklin a los 78 años. Estaba seguramente desnudo en la Embajada de Norteamérica en París. Efectivamente, como Dios lo trajo al mundo con la ventana de su cuarto del palacio abierta y el rostro indignado al ver las calles vacías de la ciudad de las luces porque los parisinos duermen como si nada derrochando tres horas de sol hasta ahora cuando podrían estar ocupados como él.

No es que a Ben le guste “andar en bolainas” por la casa, lo cual es perfectamente entendible. En realidad se está dando uno de sus baños de aire. Franklin tiene una sofisticada teoría que involucra el culto al aire por todo el cuerpo. Según él, la ropa no deja respirar al cuerpo y los males invernales son, en gran medida, producto de que nos falta que la naturaleza nos sople la piel. Misma idea de las abuelas y las medias en la cama.

Francia lo adora: es el único que anda sin peluca ni sable por el palacio de Versalles. Cada sombrero suyo repercute en la moda de las damas francesas. Conoce a las mujeres. Tanto que a sus quince años inventó una. Después vendrían el pararrayos, los lentes bifocales, la famosa estufa y la Constitución Norteamericana (en coautoría).

Al mal tiempo: elogio del despiste

Era uno de quince hermanos en Boston y para entonces trabajaba en el periódico del mayor, que no le permitía publicar nada por su edad. Su colaboración tenía que ser meramente mecánica pero Ben no quería ese papel en el diario (disculpen la expresión) y entonces inventó a Silence Dogood, una viuda culta que enviaba cartas al periódico. Un alias divertido, pero más importante es que a través de ese personaje Franklin soltó la pluma: a su nombre dio consejos prácticos de vida, polémicos y convocantes para los lectores. Decía cosas como: “Una doncella puede ser virtuosa sin casarse, y una esposa, aunque casada, puede ser desgraciada sin culpa suya”. El New-England Courant, tal era el nombre del diario del primogénito, vendía como nunca. La militante viuda Dogood ya tenía su fila de pretendientes cuando Franklin confesó su autoría. La furia de su hermano lo empujó a dejar Boston y probar suerte en Filadelfia. Allí empezó a crecer como impresor, inventor, político y escritor. Su primer éxito a su nombre fue un almanaque: el Poor Richard’s Almanack, con refranes que se harían proverbiales. Como si dijéramos un calendario motivacional.

El tiempo fue siempre su obsesión. “Time is money”, una de sus frases más famosas, es la síntesis de una preocupación de siempre. De chico, en medio de más de una docena de hermanos, veía que todo se consumía rápidamente: la comida, las velas, la atención de los padres. Por eso ahora su enfado: el sol ha salido y los franchutes roncan como locos. Les encanta la noche, gastan la parafina y a él le duele en el alma la suerte de esas velas que podrían usarse mejor.

Decide entonces en su traje de baño de aire, escribir de modo urgente al Journal de Paris. Comienza con un cálculo simple: París ahorraría millones de libras de cera en pocos meses. Tendría que haber entonces un cambio de hábitos durante el verano, sumado a una serie de medidas prácticas. Algunas de ellas son una entendible multa a las persianas cerradas por la mañana. Eso de abrir la ventana para que entre el sol es una estupidez porque no debe ser él quien espere a los parisinos. Otras tratan de restringir la venta de velas o, al menos, doblar su precio a partir de cierta hora de la noche sería importante.

Al mal tiempo: la burbuja de la vida

Pero había que ser drástico y no llorar después por la cera derramada. Franklin propuso campanadas a todo volumen desde los primeros rayitos de sol. Pero las campanas, por más fuerte que suenen tienen algo de celestial. Entonces, propone el sabio, había que hacer un movimiento de director de orquesta antes del gran final. Calmar de a poco los tañidos hasta que se apaguen y entonces, cuando los parisinos sonrían por la piedad del silencio de la oscilaciones de los badajos y crean que pueden volver a su fiaca, entonces era el momento de disparar cañonazos por cada esquina.