El cuerpo humano habla, incluso sin palabras. Y lo hace a través de algo tan cotidiano como el olor. Científicos de universidades británicas como Edimburgo y Manchester estudian cómo los olores corporales revelan información clave sobre la salud, y se convierten en pistas para diagnosticar enfermedades antes de que aparezcan los síntomas típicos.

Todo comenzó con Joy Milne, una enfermera escocesa que observó un aroma almizclado en su marido años antes de que le diagnosticaran Parkinson. Luego descubrió que otros pacientes compartían el mismo olor. En 2015, la noticia fue recogida por medios como BBC News y The Guardian, y desde entonces abrió un campo nuevo en la investigación médica.

El hallazgo fue confirmado en pruebas científicas: Milne identificó camisetas usadas por personas con Parkinson con una precisión sorprendente. Incluso anticipó un diagnóstico que llegó meses después. Lo que parecía un detalle sin importancia se transformó en una puerta de entrada a una nueva forma de hacer medicina.

Cómo se traduce en ciencia

Lo que ocurre es que el cuerpo libera compuestos orgánicos volátiles (COV), pequeñas moléculas que se evaporan fácilmente y pueden olerse. Estos compuestos cambian según el metabolismo y, en casos de enfermedad, generan aromas característicos.

Algunas señales son más conocidas: la diabetes mal controlada puede provocar un aliento afrutado; la insuficiencia renal desprende olor a amoníaco, y las enfermedades hepáticas generan un aroma a azufre o humedad. Incluso la malaria en niños produce un olor dulce que atrae a los mosquitos, según estudios publicados en National Geographic.

Pero para detectar enfermedades en etapas iniciales hace falta un olfato mucho más fino. Por eso se estudia cómo replicar en laboratorios lo que hacen los perros entrenados y personas como Milne. Los canes, por ejemplo, pueden identificar distintos tipos de cáncer con tasas de éxito cercanas al 99%, de acuerdo a investigaciones publicadas en Journal of Urology.

Tecnología inspirada en el olfato

Equipos científicos buscan en el presente transformar este fenómeno en herramientas médicas accesibles. La química Perdita Barran, de la Universidad de Manchester, trabaja en pruebas rápidas que analizan el sebo de la piel mediante cromatografía y espectrometría. Su objetivo es detectar Parkinson en fases tempranas con un simple hisopo cutáneo.

En paralelo, la startup RealNose.ai, fundada por el físico Andreas Mershin y surgida de investigaciones en el MIT, desarrolla un dispositivo que combina receptores olfativos humanos cultivados en laboratorio con inteligencia artificial. La idea es crear una “nariz robótica” capaz de identificar patrones de olor asociados al cáncer de próstata y otras enfermedades.

Para los investigadores, este es un terreno fascinante: mezcla biomedicina, química, neurociencia y tecnología de datos. No sorprende que sea un campo en expansión, con la promesa de diagnósticos menos invasivos y más rápidos.

La historia enseña que no hay que subestimar lo que el cuerpo comunica. Los olores corporales, lejos de ser un detalle incómodo, podrían ser la clave para detectar enfermedades graves antes de que avancen.