El escultor Enrique de Prat Gay decía que había que “abandonar los ateliers de las grandes urbes y ponerse en contacto con la naturaleza y la vida”. Pasó los años 20 estudiando su arte en Italia y después se inspiró en la Quebrada de Humahuaca y en los Valles Calchaquíes. De intensa actividad en Tucumán, hizo los bustos de Nicolás Avellaneda (que está en el parque Avellaneda), y de Zenón Santillán, entre otros.
En 1941 ganó el concurso de la provincia para crear el monumento que llamó “El Chasqui”, que fue erigido en 1943 en un punto alto de la quebrada de Los Sosa, a mitad de camino entre Acheral y El Mollar.
La estatua, que desde entonces se conoce como El Indio, tiene seis metros de alto, más los 16 metros del basamento. Hay una leyenda que dice que la esposa del gobernador de esos años, inquieta por la desnudez de la estatua, pidió que se le pusiera una pollera, pero nada hay que corrobore ese rumor. En “El monumento al Indio” (La Tarde, 20/03/89), Carlos Páez de la Torre (h) dice que “la versión se revela fantasiosa ni bien uno la examina, ya que cualquier artista mínimamente documentado sabía que nunca un indio pudo andar sin ropa -y gruesa- por esas zonas montañosas que se tornan heladas ni bien se pone el sol. Pero el cuento perdura y perdurará”. Años después, el lector Dante Diambra Caporaletti diría en una carta que los aborígenes usaban taparrabos y que “la imagen de un chasqui vestido de pies a cabeza era tan absurda como un astronauta desnudo o un maratonista con sobretodo”.
Recuerdos fotográficos: 1904. El atrio del Templete en la Casa HistóricaEl Chasqui era un mensajero del Incario que recorría a pie todo ese imperio en cuyo extremo estaba Tucumán. En LA GACETA del 31/12/1941 se describe que lo representa “en el momento de aproximarse al puesto de avanzada, donde espera otro chasqui que ha de salir de inmediato para continuar llevando el ansiado mensaje”. Agrega que “lanza en ese instante un grito agudo en que anuncia su llegada, mientras con la pequeña lanza que lleva en su mano trata de mantener el equilibrio del cuerpo, en el que se nota que va deteniendo la marcha”.
La foto, con la cabeza silueteada con témpera, muestra una vieja estrategia de las publicaciones de los años 40 y más adelante, para remarcar artesanalmente los puntos centrales de la imagen.