Escribo estas líneas desde Pinamar, la localidad que registró el mayor nivel de ausentismo en toda la provincia de Buenos Aires el 7 de septiembre pasado, el día en que los resultados electorales cambiaron la fisonomía de la realidad política argentina.
El invierno se resiste a concluir en esta localidad balnearia que amanece con una temperatura de un dígito y un viento que persuade a la mayoría a permanecer dentro de sus casas. Lo mismo hizo uno de cada dos pinamarenses, hace dos domingos, en la jornada en que debían votar.
Más de cinco millones y medio de bonaerenses no votaron. El ausentismo fue el ganador de las elecciones en el distrito más poblado del país, superando por casi dos millones al peronismo. Fue una expresión del desencanto, y una desapropiación popular de la cosa pública.
Un habitante de Pinamar es uno de los más lúcidos analistas del laberinto argentino. James Neilson -periodista liberal, ex director de The Buenos Aires Herald y columnista de Noticias- piensa en inglés los problemas que creamos los que hablamos castellano. “Alucinados por la caída abrupta de la tasa de inflación y la convicción de que haber posibilitado la hazaña así supuesta sería más que suficiente como para garantizarles años de apoyo popular, los hermanos Milei se negaron a prestar atención a las dificultades que provocaba el ajuste que el gobierno aplicaba sin paliativos. Creían que todos comprenderían que era necesario y que por lo tanto no tendrían que explicar nada. Milei hizo mucho para reordenar la macroeconomía, pero descuidó todo lo demás”, reflexiona.
El Señor Frío
Enfriar la inflación, en ese diciembre caliente de 2023 en el que se cocinaba un estallido descontrolado de precios, era imprescindible. Javier Milei lo hizo con una fijación monomaníaca que se convirtió en su sello; el superávit fiscal es el gran logro y la definición de su programa de gobierno. El presidente improbable reordenó una variable central de una macroeconomía históricamente distorsionada. Pero el crudo invierno del ajuste exigía expresiones de empatía y el reparto de mantas entre las tiritantes víctimas de la micro.
La contrapartida del superávit económico es un déficit de sensibilidad política que acumula innecesarias fricciones. El Presidente cifró la sustentabilidad de su plan en el respaldo inicial de las urnas, su compromiso irrestricto con el equilibrio de las cuentas públicas, los guiños del gobierno norteamericano, las expectativas del mercado y la asistencia de los organismos internacionales. Apostando a capturar votantes pertenecientes a aliados originales y potenciales, desperdició oportunidades de construcción política que hubieran morigerado su debilidad legislativa y territorial.
Hubo un coqueteo discursivo con la frialdad, paralelo al intento de imponer la rigidez matemática en una realidad social inevitablemente inestable. El Gobierno se obstinó con el veto a proyectos sensibles como el del Garrahan y el de discapacidad, este último agravado por los audios de Spagnuolo.
Los detractores del oficialismo plantearon que más que falta de empatía había cierto placer en la humillación expresada en los agravios presidenciales amplificados por sus seguidores digitales. Un grupo de intelectuales tradujo esa idea, extendida en los últimos meses, en el título de un libro de reciente aparición: El goce de la crueldad. Argentina en tiempos de Milei.
Dentro del oficialismo, una diputada y ex cosplayer como Lilia Lemoine debió advertir a tiempo que el riesgo de interpretar a un villano de Ciudad Gótica como el Señor Frío es convertir a un eventual rival político en Batman, un vengador de injusticias.
Plan primavera
Confiado en proyecciones optimistas, el Gobierno dejó pasar chances de acumular reservas con las que podría enfrentar con más consistencia el actual desafío de sostener el techo de una banda cambiaria a la que pocos le auguran futuro postelectoral. Quedan 25 días hábiles de pulseadas contra un mercado que, a este ritmo, puede adelantar una devaluación desordenada que el ministro de Economía promete esquivar vendiendo “hasta el último dólar”.
El “plan primavera” modelo 2025 es una nueva versión del “plan aguantar”. De espaldas al calendario convencional, la astronomía oficialista sitúa el inicio de su primavera política y económica en el 26 de octubre. Aspira que los votos se conviertan en el bálsamo que cure las heridas provocadas por la hostilidad del clima político y las turbulencias financieras.
Mientras tanto, el Presidente viaja a Estados Unidos a encontrarse con Scott Bessent, el poderoso secretario del Tesoro que hace un tiempo planteó la posibilidad de un inusual préstamo de emergencia para tiempos tormentosos. Esos tiempos han llegado y Milei jugará la carta de su relación con Donald Trump, abonada por un escenario geopolítico en el que el gobierno estadounidense podría sostener a su incondicional aliado dentro de una región poblada de mandatarios díscolos.
La hora de la moderación
En el discurso presidencial del lunes hubo un cambio de tono y, a su modo, una apertura a la negociación. Nada fácil para un fóbico al acuerdo; un líder antifrágil que hasta hace poco se nutrió, e hipertrofió, con el conflicto. La pulsión agresiva que lo llevó al poder es la que fragilizó esta etapa de la gestión.
Lo innegociable es el superávit. Es el último bastión, la esencia del plan de gobierno y del propio Presidente. No hay Milei con déficit. El discurso del inicio de la semana fue una larga exposición de la relevancia de ese principio. Y un paso adelante en la narrativa oficial. Gobernar es explicar, suele aleccionar Fernando Henrique Cardoso.
El discurso presidencial del viernes, en la Bolsa de Comercio de Córdoba, expuso un retroceso. Fue un repaso de los méritos de la gestión y un señalamiento de los palos en la rueda de la política como causas exclusivas de la tormenta económica del presente. No hubo ni una insinuación de autocrítica ni anuncios para regenerar confianza. Milei contó que había terminado un paper en el que logró conciliar la “teoría de la mano invisible” con la “teoría de la fábrica de alfileres”. Pocas horas antes, el Banco Central vendía 678 millones de dólares. “Siempre habrá un hombre que, mientras se incendia su casa, esté pensando en el universo”, decía Ernesto Sabato.
Gobernar también es corregir y generar expectativas verosímiles para quebrar las inercias negativas. El Gobierno inició el año con un presidente en el centro del ring y una oposición groggy. Ahora Milei, cada día arranca un interminable round en el que puede comerse un cross en la mandíbula por un veto rechazado en el Congreso o una manada de inversores hambrientos de dólares. En su esquina tiene a una secretaria presidencial magullada y a los Caputo, alguna vez magos de las finanzas y el marketing político, cruzando recriminaciones y ya sin conejos en la galera. Milei apuesta a la fortaleza de sus piernas para llegar entero al gong del 26 de octubre. Entonces -confía- el jurado electoral le otorgará los puntos necesarios para encarar, con renovado oxígeno, la revancha del segundo tramo del mandato.
Responsabilidad fiscal
Javier Milei y Axel Kicillof, hasta hace poco enfants terribles de la política argentina, en estos días ensayan la neolengua de la diplomacia. Pero siguen siendo, en el fondo, líderes jóvenes abrazados a viejos dogmas y a estrategias antinómicas. La discusión económica que viene girará en torno a John Maynard Keynes, el economista inglés al que el gobernador bonaerense le dedicó dos libros y el Presidente (quien confiesa haber leído cinco veces su Teoría general) su desprecio más meditado. En una línea, de manera simplificada, el keynesianismo plantea que ante la retracción de la actividad del sector privado, el Estado debe actuar decididamente con políticas fiscales y monetarias expansivas.
Milei dijo este viernes que el nuestro es uno de los cinco países, sobre casi 200 en el mundo, que tiene superávit fiscal. ¿No hay entonces, dentro de los que no lo tienen, países a los que les vaya mejor que al nuestro sin necesidad de un ajuste tan extremo?, preguntan desde la oposición.
En un caso como el argentino, la teoría de Keynes implica ofrecerle un trago a un alcohólico, plantea la ortodoxia económica. Ante una recesión provocada por un ajuste salvaje el riesgo es morir de inanición, sostienen los heterodoxos. El término equidistante es “responsabilidad fiscal”, que puede admitir períodos de déficit, como política anticíclica, con otros de superávit que compensen los primeros, redundando en equilibrio. La duda, más que atendible, es si esa responsabilidad puede ser asumida por un país adolescente.
La hora de la verdad
Milei sigue siendo, sustancialmente, un fenómeno electoral. Desperdició en los últimos meses la posibilidad de conservar y ampliar la coalición que lo llevó a la presidencia en la segunda vuelta. Por eso tiene un oficialismo sin alianzas sólidas con gobernadores, e intenta resistir los embates contra sus premisas económicas con raquíticos bloques legislativos. Tiene la posibilidad, menguante y hoy más costosa, de tender puentes en el interregno de las próximas semanas. Mientras tanto el nerviosismo de los mercados se contagia, transformado en angustia, al resto de la sociedad.
El Gobierno plantea que la hora de la verdad llegará el 26 de octubre. Ese día Milei debería refrendar su esencia, a través de los votos, para no transformarse en un rey desnudo, enfrentado al clima helado de la desilusión popular.