El tumulto que estalló en el lateral que da a la popular de Pellegrini, con empujones y protestas que involucraron a casi todo el plantel de San Martín, expuso una impotencia que venía latiendo desde hacía tiempo. No fue solo un gesto de frustración. Fue el reflejo de una temporada en la que las oportunidades se escaparon una y otra vez. El equipo de Mariano Campodónico no logró levantar cabeza tras la caída en Córdoba y, en la despedida frente a su gente en La Ciudadela, se marchó con un empate 1 a 1 ante Quilmes. La igualdad significó la clasificación al Reducido, pero en medio de la bronca general pocos lo vivieron como un premio. La sensación predominante fue la de una nueva chance desperdiciada.
La previa del partido había traído buenas noticias. Los resultados ajenos favorecían y, como en aquella jornada en Nueva Italia, el equipo dependía de sí mismo para dar un salto en la tabla. Sin embargo, como ocurrió tantas veces a lo largo del torneo, el overol nunca apareció cuando la situación lo exigía. Durante los primeros minutos no hubo demasiadas emociones, hasta que Quilmes, liberado de presiones y consciente de que ya no tenía nada que perder, decidió jugar por orgullo.
La recompensa no tardó en llegar. Tras un córner desde la izquierda, Federico Pérez aprovechó el marcaje por zonas y sorprendió a todos con un enganche certero y un remate que se incrustó en el ángulo de Darío Sand.
San Martín intentó reaccionar, aunque sin claridad. El medio campo se mostró impreciso, incapaz de generar juego ni de romper el cerrojo defensivo del “Cervecero”. El reloj avanzaba y las dudas crecían, hasta que una chispa encendió la esperanza. Franco García, con su habitual picardía, adelantó la pelota en velocidad y forzó la falta de Gabriel Aranda dentro del área. El árbitro no dudó y señaló penal.
En medio de un contexto caliente, Sand asumió la responsabilidad. El arquero, héroe de otras noches y figura indiscutida del equipo, caminó con calma hasta el punto de ejecución. Su disparo fue seco, potente, imposible para Esteban Glellel. Era su segundo gol en el torneo y, más allá de la anécdota, parecía ser el envión anímico que necesitaba el “Santo”. Pero la ilusión duró poco: el complemento devolvió al equipo a la realidad que lo persigue desde hace meses.
San Martín no logró conectar en el último pase, falló en la resolución de cada intento ofensivo y terminó acumulando delanteros en el ataque, dejando un medio campo despoblado. La apuesta desesperada de Campodónico no hizo más que exponer la falta de ideas frente a un Quilmes que, sin objetivos en juego, se aferró a su plan con disciplina. El empate se fue sellando entre la impotencia del “Santo” y la serenidad de un visitante que disfrutaba arruinando la fiesta.
El final no tuvo épica. Solo silbidos, reproches y un aire denso en La Ciudadela. El plantel se retiró cabizbajo, consciente de que el séptimo puesto es apenas un consuelo. Un escalón por encima del último clasificado al Reducido y con la obligación de ganar este sábado frente a San Miguel, si no quiere terminar en los puestos más bajos de acceso. La última jornada marcará si todavía hay margen para escalar entre los cuatro primeros y así conseguir la ventaja deportiva. Por ahora, el sueño quedó demasiado lejos y la imagen de ese tumulto, desbordado de frustración en la popular de Pellegrini, resume mejor que nada el presente de un equipo que sigue buscando respuestas y no las encuentra.