El regreso de Marcelo Gallardo a River Plate estuvo acompañado de expectativas desmedidas. Después de la salida de Martín Demichelis, la dirigencia y los hinchas imaginaron un renacimiento inmediato de la mística que convirtió al “Muñeco” en el técnico más exitoso de la historia del club. Sin embargo, el presente muestra otra realidad: un equipo gastado, sin resultados y con la idolatría del DT puesta bajo examen.
La derrota 2-1 ante Deportivo Riestra en el Monumental, la cuarta consecutiva, expuso crudamente el momento de River. No se trata de un tropiezo aislado: es parte de una secuencia que incluye la eliminación en Copa Libertadores y un Clausura en el que el equipo perdió terreno frente a rivales de menor envergadura. Las falencias defensivas, repetidas hasta el hartazgo, y la falta de volumen ofensivo dejaron al "Millonario" en un estado de vulnerabilidad impensado para la era Gallardo. Las redes sociales amplificaron el malestar y los cánticos de “que se vayan todos” y “fin de ciclo” encontraron eco virtual, reflejando un clima de desconfianza que hasta hace poco parecía imposible.
Las estadísticas explican parte del desencanto. En 68 partidos de este segundo ciclo, Gallardo consiguió 32 victorias, 25 empates y 11 derrotas: un 59,3% de eficacia. Muy lejos de su primera etapa, cuando, con apenas la misma cantidad de encuentros, ya había levantado la Copa Sudamericana y la Recopa. El paralelismo es inevitable: la primera aventura estuvo marcada por épicas inolvidables; la segunda, por frustraciones acumuladas. El problema no es solo de resultados. River perdió la identidad que había hecho escuela en Sudamérica: presión alta, intensidad en cada línea y resiliencia en partidos decisivos. Hoy se ve un equipo lento, sin coordinación defensiva ni convicción ofensiva.
El desencanto se potencia con el gasto. Desde su regreso, River desembolsó alrededor de 78 millones de dólares en refuerzos: repatrió ídolos, contrató campeones del mundo y sumó promesas de renombre. Sin embargo, ni Castaño, ni Driussi, ni Salas, ni Martínez Quarta lograron darle al plantel el salto de calidad esperado. La chequera parece no haber alcanzado para disimular la falta de un plan de juego claro. Gallardo, con la autoridad de su estatua en el Monumental, tuvo libertad absoluta en cada mercado de pases. Pero las incorporaciones no rindieron como se esperaba, y algunas salidas rápidas dejaron al descubierto fallas estructurales en la planificación.
El mito sigue en pie, pero la paciencia empieza a resquebrajarse. La idolatría que alguna vez blindó al entrenador hoy convive con cuestionamientos cada vez más ruidosos. ¿Vale la pena mantener un cuerpo técnico que le cuesta al club seis millones de dólares anuales? ¿Tiene sentido seguir delegando cada decisión de mercado en la firma exclusiva del "Muñeco"? Lo inmediato no da respiro: Racing en Rosario por la Copa Argentina aparece como un partido bisagra. River necesita un golpe de efecto para descomprimir la presión y, sobre todo, para recuperar una identidad que se diluye entre derrotas y frustraciones.
El segundo ciclo de Gallardo expone una paradoja: el hombre que elevó a River al cielo ahora lucha por rescatarlo del desconcierto. Los resultados no llegan, las inversiones pesan y el blindaje de la idolatría comienza a corroerse. La estatua seguirá firme, pero la pregunta ya circula con fuerza: ¿podrá Gallardo reinventarse para evitar que este ciclo quede marcado solo por la nostalgia de lo que alguna vez fue?