El reloj marcaba las 8.17 y la voz de Mariana Soler, desde los parlantes, avisaba que faltaban pocos minutos para el inicio de los 10K. Sentí un cosquilleo en el estómago. A mi alrededor, cientos de corredores se acercaban a la línea de partida mientras una música —que imitaba el sonido de un corazón latiendo— marcaba el pulso de la ansiedad y la emoción. Era el preludio perfecto para la tercera edición de los 21K LA GACETA, una jornada que transformó al Parque 9 de Julio en un punto de encuentro entre el deporte y la historia.
El punto de partida no podía ser otro: ese parque majestuoso, pulmón verde y símbolo de Tucumán, que fue inaugurado en 1916 y hoy representa un emblema de la ciudad. Correr ahí, entre sus árboles centenarios y las familias que lo recorren cada domingo, fue como abrir una puerta al pasado y al presente al mismo tiempo. Cada paso por avenida Gobernador del Campo tenía el eco de la historia: los paseos familiares, los carnavales y las carreras de bicicletas que marcaron generaciones.
Los primeros kilómetros fueron pura energía. El sonido de las zapatillas sobre el asfalto se mezclaba con los bocinazos curiosos de los autos y las voces que alentaban desde las veredas. Cuando llegamos al Autódromo, ese escenario clásico para el automovilismo tucumano, sentí que esta vez brillaba distinto: por unas horas, los motores y los sonidos de las bicis se cambiaron por pasos, y la velocidad se transformó en ritmo humano. La pista era nuestra.
Después vino el tramo por Teniente Berdina. Al dejar el parque atrás, una nostalgia dulce acompañó el avance hacia la ciudad. En la rotonda del Parque, las familias despedían con aplausos y filmaciones. En calle Francia, una arteria que conecta barrios tradicionales con el corazón urbano, se ofrecía agua y también sonrisas. Esa energía fue combustible para seguir.
El recorrido por Avellaneda fue largo y soleado, pero una escena me recargó de ánimo: dos chicas sostenían un cartel que decía “Tocá el cartel para recuperar fuerzas”. Lo hice y sonreí. Pequeños gestos que hacen grande una carrera. En Santiago del Estero, el segundo puesto de hidratación fue un alivio. Ya cerca del centro, la historia empezaba a sentirse en el aire: estábamos a punto de entrar al casco histórico, el alma misma de Tucumán.
Frente a Marathon Deportes, en 25 de Mayo, una murga llenó la calle de ritmo y color. Las trompetas y redoblantes se mezclaban con los aplausos, y luego, el paso por la peatonal Mendoza se volvió una fiesta. Esa calle, que durante décadas fue el paseo comercial más tradicional de los tucumanos, hoy se transformaba en un corredor de alegría. Más adelante, en la fachada de LA GACETA, el baterista Tito Esquinazi levantó el ánimo de todos. Correr entre esos sonidos fue sentirse parte de algo más grande.
El tramo final, por Maipú, San Lorenzo y Congreso, me llevó directo al punto más emotivo: la Casa Histórica de Tucumán. Verla, imponente, me puso la piel de gallina. Ese lugar, donde el 9 de julio de 1816 se firmó la independencia argentina, estaba rodeado de runners, aplausos y emoción. Correr frente a ella fue rendir homenaje al lugar donde empezó todo. Luego vino la bajada por 24 de Septiembre, con la Catedral al costado —la misma que, con más de dos siglos de historia, vio desfilar a generaciones—, hasta volver al Parque 9 de Julio. Allí esperaban abrazos, sonrisas y lágrimas. Más que una carrera, fue un viaje por la historia.
Así se vivió la mayor distancia: los 21k
La mañana había comenzado igual para todos: con el parque lleno de color y entusiasmo. Más de 2.300 corredores participaron en las tres distancias, y los de 21K extendieron su recorrido hasta avenida Salta, San Martín, Marcos Avellaneda y la extensa Mate de Luna, con el Monumento al Bicentenario como postal. Esa avenida, una de las más emblemáticas del oeste tucumano, conecta barrios, universidades y plazas, y es testigo de la vida diaria de miles de personas. Desde allí, el recorrido regresó por San Luis, Lavalle, Plaza Belgrano y Plaza Irigoyen, antes de volver al centro histórico.
“Pasar por lugares históricos únicos hace que la carrera sea más interesante y no solo una búsqueda de tiempo”, dijo Pablo Maximiliano Gómez, de la categoría 45-49. En tanto, la santiagueña María Alejandra Targa Villalba lo vivió con más emoción: “Los lugares recorridos fueron únicos; las plazas hermosas y la Casa Histórica espectacular”, aseguró.
Por su parte, Aixa Martínez Pastur destacó la emoción de correr en casa. “Reconocer nuestras maravillas en cada paso es un lujo; la ciudad se vive distinto cuando la corrés”. Y Sebastián d’Hiriart lo resumió con orgullo: “Pasar por la Casa Histórica me dio un enorme orgullo como tucumano. Sentí que el esfuerzo personal se unía a la historia del país”, cerró.
Más allá del tiempo o la distancia, todos coincidieron en algo: Tucumán se redescubre cuando se corre. Cada calle guarda un pedazo de memoria, cada plaza refleja la identidad de un pueblo que crece sin olvidar su pasado. En cada esquina, la historia se vuelve paisaje, y el deporte se convierte en una forma de rendirle homenaje.