En el mapa africano, Cabo Verde apenas se distingue como un puñado de islas en el Atlántico. Pero en el mapa del fútbol, su nombre empieza a escribirse con letras mayúsculas. El país insular está a una sola victoria de clasificar al Mundial 2026, algo que sería histórico para una nación de poco más de medio millón de habitantes.
Un archipiélago que late fútbol
Ubicado a unos 460 kilómetros de Senegal, Cabo Verde es un archipiélago formado por diez islas y cinco islotes, que logró su independencia en 1975. Su territorio, de apenas 4.033 km², es uno de los más pequeños del continente, pero su influencia deportiva creció gracias a una característica única: su enorme diáspora.
De los poco más de 500.000 caboverdianos que viven en el país, hay 1,5 millones que residen en el exterior, sobre todo en Portugal, Países Bajos, Francia, Italia y Estados Unidos. Esa conexión entre los que están dentro y los que emigraron se convirtió en el motor de un proyecto que cambió la historia del fútbol nacional.
El plan que cambió todo
El salto competitivo de Cabo Verde no fue producto del azar. Desde comienzos de los 2000, la Federación Caboverdiana de Fútbol (FCF) impulsó una estrategia para rastrear a los hijos de la diáspora que jugaban en clubes europeos. Con los cambios en la normativa de FIFA, muchos de ellos pudieron representar la tierra de sus padres.
El resultado fue inmediato. Los “Tiburones Azules” pasaron de ser una selección desconocida a transformarse en un equipo respetado en todo el continente. En la última convocatoria del entrenador Pedro Leitão Brito, conocido como Bubista, 14 de los 25 jugadores nacieron fuera del país, un reflejo del éxito de esta política deportiva.
Talento global, corazón caboverdiano
El actual plantel combina raíces africanas con formación europea. Entre sus figuras se destacan Bruno Varela, arquero formado en Portugal y exrepresentante olímpico; Steven Moreira, subcampeón europeo sub-19 con Francia; y los hermanos Duarte, Deroy y Laros, surgidos en Países Bajos.
Uno de los casos más curiosos es el de Roberto Lopes, defensor nacido en Irlanda que fue contactado por un exentrenador caboverdiano a través de LinkedIn. Hoy es uno de los referentes del equipo y símbolo de la conexión que unió a toda una diáspora bajo una misma bandera.
El sueño de 2026
Los resultados avalan el proyecto. Cabo Verde alcanzó los cuartos de final de la Copa Africana de Naciones en 2013 y repitió la hazaña en 2023. Estuvo a punto de clasificar al Mundial de 2014, pero una sanción administrativa truncó la ilusión. Esta vez, sin embargo, la historia parece distinta.
El seleccionado lidera el Grupo D de las Eliminatorias africanas con 20 puntos, luego de empatar 3-3 con Libia. Si vence a Suazilandia, el último del grupo, conseguirá el pasaje directo a la Copa del Mundo de 2026. Si no logra ganar, dependerá de que Camerún no derrote a Angola.
De concretarse, Cabo Verde sería la segunda nación menos poblada en la historia en jugar un Mundial, detrás de Islandia. Un logro que confirmaría que el trabajo, la identidad y la visión a largo plazo pueden vencer cualquier limitación geográfica.