En la era de la hiperconexión, la vida transcurre entre pantallas, notificaciones y estímulos constantes. Y mientras los adultos aún intentan entender este nuevo escenario, los niños ya lo habitan con naturalidad. ¿Cómo acompañarlos, entonces, sin caer en la prohibición ni en la resignación? La pregunta atraviesa familias, escuelas y a toda una generación de educadores que busca brújulas en medio del vértigo tecnológico.

En una nota en LA GACETA, el especialista en Educación Juan María Segura sostiene que la escuela no debe levantar muros contra la tecnología, sino enseñar a transitarla con sentido. “En lugar de crear espacios sin pantallas, habría que formar hábitos que sostengan la atención, la templanza y el significado”, propone. Su diagnóstico es claro: la cultura digital no es una moda, sino una forma de vida. Los chicos ya no distinguen entre lo real y lo virtual; son, como define, una generación “phigital”. Pretender volver atrás sería completamente inútil.

Sin embargo, el desconcierto de los adultos es real. Los padres y docentes que deberían orientar a los niños están igual de desorientados. Internet tiene pocas décadas, los teléfonos inteligentes no llegan a cumplir 20 años, y la inteligencia artificial irrumpió hace relativamente poco. Nadie recibió un manual. Por eso, el control rígido o el discurso moralista no funcionan en este caso: por el contrario, solo agrandan la brecha. “No se trata de bajar línea, sino de acompañar”, insiste Segura. La clave, entonces, no está en prohibir, sino en enseñar autogobierno, en formar personas capaces de decidir cómo usar su tiempo y su atención.

Desde otro ángulo, la pediatra Ángela Nakab -que concedió una entrevista a LG Play- alerta sobre las consecuencias del uso excesivo de pantallas en los primeros años de vida: retrasos en el lenguaje, dificultades de atención y problemas para interactuar. “No es solo el tiempo, sino el tipo de estímulo”, advierte. Y plantea que el cerebro infantil no está preparado para el bombardeo luminoso y veloz de los contenidos audiovisuales. Frente a esa hiperestimulación, el juego libre, el contacto con otros chicos y las experiencias reales se vuelven más urgentes que nunca. “Los niños aprenden mirando rostros, escuchando voces, siendo contenidos”, recuerda Nakab.

El desafío, entonces, no es demonizar la tecnología, sino redefinir los vínculos. Cuando un niño mira una pantalla junto a un adulto, dialoga y pregunta; cuando lo hace solo, se aísla. La diferencia no está en el dispositivo, sino en la presencia. La mediación adulta convierte lo digital en un espacio de aprendizaje compartido, en lugar de un refugio solitario. .

En un mundo donde las pantallas median casi todos los vínculos, la verdadera educación será la que enseñe a mirar más allá de ellas. No se trata de desconectarse del mundo digital, sino de habitarlo con criterio, humanidad y diálogo. Los chicos no necesitan guardianes del pasado, sino guías que los acompañen y los ayuden a construir futuro. Y los especialistas coinciden en que ese futuro -inevitablemente conectado- empieza en casa, con una conversación, una mirada y un “estoy acá” dicho a tiempo.