Francisco Osvaldo Maltés no alcanzó a ver rodar sus trenes. Durante años reunió locomotoras, vagones y piezas importadas con la paciencia de un artesano. Soñaba con verlos circular en su maqueta. Hoy, gracias a su familia y a un grupo de ferroviarios apasionados, ese sueño cobra vida en el museo de Tafí Viejo, donde el ferrocarril vuelve a contar su historia en miniatura.
Sobre una mesa donde el tiempo parece detenerse, los rieles dibujan un recorrido por la memoria de Tafí Viejo y de la provincia: el viaducto El Saladillo, el Pozo de Vargas, los Talleres y el Museo Ferroviario laten en miniatura, envueltos por lapachos rosados. Desde el cielo de ese pequeño mundo, una avioneta de madera, hecha por Maltese, cuelga de hilos invisibles, como si quisiera custodiar el sueño de hierro que hoy vuelve a ponerse en marcha.
La chispa de una donación
“Esto se inició con una donación que dio la familia de un ferromodelista. Él había comprado casi todo el equipamiento de máquinas y vagones. Lo que se ve en la maqueta”, cuenta Daniel Campi, historiador y colaborador en la recuperación documental de los Talleres Ferroviarios de Tafí Viejo en avenida Sáenz Peña 200 que abre los sábados a de 10 a 14.
Las cajas con el material permanecieron apiladas e ignoradas durante años hasta que, finalmente, se decidió poner en valor lo donado. “Luego llegó la pandemia y el proyecto quedó en pausa, recuerda Campi, pero hace unos meses el arquitecto Pablo Della Torre se hizo cargo de armar la maqueta, que ahora es uno de los grandes atractivos del museo”.
El ferromodelismo, también conocido como modelismo ferroviario, nació a fines del siglo XIX y busca reproducir en miniatura el funcionamiento del tren y su entorno. En esas maquetas a escala se representan paisajes, vehículos, edificaciones y figuras humanas.
Los trenes en miniatura, como un juego de chicos pero para grandes, pasaron de ser impulsados a cuerda a funcionar con electricidad. En las décadas de 1950 y 1960 alcanzaron su auge, cuando el realismo y la precisión técnica lograron conquistar a generaciones de aficionados. Hoy, gracias a la tecnología digital, es posible controlar desde una computadora o un celular las locomotoras, las luces y hasta el sonido de las máquinas.
Una historia de amistad y memoria
Tony Martínez, obrero y presidente del museo ferroviario, fue testigo directo de aquella donación y relata emocionado cómo llegaron las tantas cajas hasta el lugar. “Hace casi seis años que nos dieron las piezas. Emanuel, un amigo que venía siempre al museo, me llamó una mañana y me dijo: ‘Tengo una maqueta de mi tío para darte’. Fuimos en camioneta pensando que sería algo chico, pero cuando llegamos a su casa en Los Nogales, encontramos una habitación llena de trenes, rieles y edificios en miniatura”, relata y se le dibuja una sonrisa.
Maltese, el tío de Emanuel, había intentado armar su maqueta en una habitación de su casa, pero enfermó y murió antes de poder verla terminada. “Nos costó traer todas las cajas. Le pregunté varias veces si realmente quería donar todo eso”, cuenta Martínez con emoción e incredulidad. “Me dijo que la maqueta debía llevar el nombre de su tío. Así lo hicimos”, enfatiza.
Durante años, las piezas esperaron un nuevo comienzo pero nadie tuvo el coraje de hacer el trabajo. “Vinieron varios modelistas a ver el material, pero nadie se animó a armarlo. Era enorme”, recuerda Tony y señala la maqueta. “Ahora la mostramos con orgullo. La gente se acerca, a veces golpea la puerta aunque esté cerrado, y nosotros abrimos igual. Es lindo, porque eso nos da fuerzas para seguir”, dice contento, el ferroviario.
El arquitecto que le dio forma al sueño
El arquitecto Della Torre, vicepresidente del Museo Ferroviario, fue quien finalmente y, sin saber sobre el tema, dio vida al proyecto. “La idea fue mostrarle al público, no solo de Tafí Viejo, sino también a los visitantes y a las escuelas, una maqueta ferroviaria a escala 1.87, conocida como escala H0, una de las más comunes dentro del ferromodelismo”, explica.
La maqueta mide cinco metros de largo por dos de ancho y cuenta con 36 metros de vías distribuidas en tres circuitos. En ella se recrean espacios emblemáticos: la estación de trenes, los talleres, el viaducto, el monumento a la locomotora y al ferroviario, la cancha de Talleres y el Pozo de Vargas. “Buscamos representar a Tafí Viejo en todos sus detalles. Los chicos se fascinan: recorren las salas rápido, pero con la maqueta se quedan mirando largo rato”, comenta el arquitecto con alegría.
De las cajas al paisaje vivo
El material donado incluía 15 locomotoras, 20 vagones, autos, árboles y decenas de edificios. “No se puede mostrar todo a la vez, así que vamos rotando las piezas. Maltese había reunido muchísimo”, detalla Della Torre.
Aclara que no se trata de juguetes: “Esto es ferromodelismo, una disciplina técnica. Las locomotoras funcionan con electricidad y motores a 12 voltios. Es un hobby caro, y en el país muchas piezas no se consiguen. Hoy, con la impresión 3D, podemos fabricar algunas partes, pero en la época de Maltese eso era impensado”.
La maqueta fue construida casi desde cero. “Un día vine al museo y vi la mesa vacía. Le saqué una foto y me dio pena ver tanto material guardado. Esa noche decidí empezar”, recuerda Della Torre.
El trabajo le llevó dos meses y medio de esfuerzo constante. “No tenía experiencia en ferromodelismo, así que aprendí viendo tutoriales y consultando al club de modelistas de la capital. Usamos impresión 3D para piezas grandes, como la estación ferroviaria, que mide 50 centímetros y tarda seis horas en imprimirse. Todo fue pensado para que se viera real: los árboles, los puentes, los vehículos e incluso las piedras del terreno, que recogimos del río local”.
Un homenaje en movimiento
Cuando los trenes en miniatura comienzan a recorrer los rieles, algo se enciende también en la mirada de quienes los observan. Niños y adultos se detienen, asombrados, frente al pequeño universo donde Tafí Viejo respira a escala. “Fue como volver a la universidad y también a la niñez”, reflexiona el arquitecto encargado de la misión. “Al principio trabajé solo, pero después se sumaron compañeros del museo para las terminaciones. Fue un desafío hermoso”, relata emocionado.
La maqueta no solo rinde homenaje al ferrocarril, orgullo de una ciudad que nació entre rieles y locomotoras, sino también a la pasión de un hombre que soñó con construir en miniatura su amor por los trenes. Gracias al gesto de su familia, y al trabajo de quienes creyeron en esa herencia, la historia de Francisco sigue viva, circulando, una vez más, sobre rieles.