Rubén Darío, refiriéndose a los primitivos habitantes del continente americano, decía que: “Ellos eran altivos, nobles y francos, ojalá los hombres blancos hubieran sido como los Atahualpas y los Moctezumas”. Cuando los españoles irrumpieron en América estaba en su apogeo el imperio incaico extendía su poder sobre lo que hoy llamamos Perú, Bolivia y Ecuador, parte de Colombia y de Chile y llegaba hasta el norte argentino a pesar del largo tiempo de devastación han quedado numerosos testimonios de su grandeza, como monumentos religiosos que nada envidian a las pirámides egipcias; confeccionaban exactos calendarios, mapas en relieve, avanzadísima agricultura, métodos ingeniosos de riego, y un largo etcétera. Los mayas, por su parte habían sido grandes astrónomos, habían medido el tiempo y el espacio con precisión asombrosa, y descubrieron el valor de la cifra cero antes que ningún otro pueblo en la historia. Cuando llegó Pizarro al Perú, lo primero que hizo fue degollar al inca Atahualpa, arrancándole previamente un rescate de un millón de escudos y enormes tesoros de oro y plata; y luego se lanzaron sobre Cuzco dedicándose a saquear el Templo del Sol. La capital del imperio incaico fue arrasada y todos sus moradores asesinados... La espada y la cruz marchaban juntos en la conquista y el despojo. Fueron los Reyes Católicos, y Felipe II desde su palacio del Escorial, quienes comandaban la terrible maquinaria de la inquisisión y el sometimiento de la América indiana. Fray Bartolomé de las Casas en su “Brevísima Historia de la Destrucción de las Indias” (Madrid, 1.985) decía que: “Los naturales de las Indias, tan virtuosos en sus costumbres, eran muchos millones cuando entraron los españoles como lobos, leones y tigres cruelísimos de muchos días hambrientos, y dejaron el territorio casi despoblado” (.) “Dos maneras tuvieron aquellos que se llaman cristianos: la una con sus armas en sangrientas guerras, y la otra oprimiéndolos con la más dura y despiadada servidumbre. Las causas por las que han muerto y destruido tantas inocentes ánimas ha sido solamente tener por fin último henchirse de riquezas en muy poco tiempo”... “Degollaban a diestra y siniestra, tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas y daban de cabeza con ellas en las peñas”… “Los indios tuvieron siempre justísima guerra contra los cristianos, e los cristianos ni una ni ninguna nunca tuvieron justa guerra contra los indios”. Es sabido, por otra parte, que el trabajo forzado en las minas trajo aparejado, en el transcurso de tres centurias, la muerte, en toda América, de una inmensa cifra de aborígenes: Pierre Chaunú manifiesta al respecto que “El efecto acumulado de la conquista y de todos los choques recibidos costó la vida a setenta millones de nativos. El proceso de unificación planetaria se hizo sin duda a este precio, elevado ciertamente, pero inevitable (?) si se tiene en cuenta todo lo que había en juego” (”La Expansión Europea”, Barcelona, 1982). Se menciona, además, en cartas recientes la “virtud del mestizaje” y los presuntos “casamientos” de algunos españoles con las indias; llamaban así lo que en realidad fue un amancebamiento de hasta diez indias por cada español en lo que llegó a llamarse “El Paraíso del Mahoma”. Para contrarrestar la excesiva afición de algunos cristianos por las mujeres naturales del nuevo mundo, el Rey Fernando el Católico promulgó en 1.512 una real cédula dirigida a la Casa de Contratación de Sevilla en la que se lee que “En las Indias muchos españoles, a falta de mujeres blancas, se casaban con indias, que era gente apartada de razón, por lo que convenía enviar algunas esclavas blancas hebreas (hijas y nietas de quemados), menores de catorce años, con las cuales los mismos se podrían servir mejor y rentar así beneficios para la corona” (José Torres Revello: “Crónicas del Buenos Aires Colonial”, marzo de 2004, Bs. As., página 57.
Arturo Garvich
Las Heras 632 - S. M. de Tucumán