A veces da la impresión de que los ciudadanos nos volvemos indiferentes al entorno: subimos al auto, cerramos las ventanillas, prendemos el aire acondicionado y nos inmunizamos del afuera. Pero en realidad es una apariencia. Porque detrás de eso que parece apatía se esconde un mecanismo de protección que nos preserva de la agresividad del tránsito, del deterioro de la infraestructura de la ciudad, de las incoherencias urbanísticas, de la contaminación, de los malos olores, de los ladrones, de los que insultan, del calor bestial y de un larguísimo etcétera. Sólo eso puede explicar que a diario circulemos con parsimonia por algunos lugares que son una ofensa a la inteligencia, a la planificación metropolitana y a cualquier intento por vivir una vida más o menos digna en el ámbito urbano. En este espacio nos hemos referido a varios puntos del Gran Tucumán que cumplen con estas características. Hoy nos vamos a enfocar en uno de los más complejos: la ruta 301, con su opaco historial de muertes, contrastes y sinsentidos.

Algunos le dicen “la vieja 38”; otros, “el camino a Lules”. Efectivamente fue la ruta nacional 38 en algún momento, pero hoy depende de la provincia.

La 301 nace en el cruce de las avenidas Roca y Alfredo Guzmán y se extiende hasta Famaillá. Su trazado es una especie de muestrario de muchos Tucumanes posibles, con sus contadas luces y sus innumerables sombras. Para entenderla es bueno dividirla en tramos.

LA AUTOPISTA QUE SE TERMINA. La imagen muestra el punto donde concluye (o empieza) la multitrocha, en San Pablo.

Si la recorremos de norte a sur, el primer sector es el que va desde el Canal Sur hasta El Manantial. Industrias, depósitos, corralones, supermercados y complejos deportivos le dan al entorno un aspecto industrial y pujante que oculta la vulnerabilidad de algunos barrios y asentamientos que se levantan detrás de esos grandes predios.

Accidente en la ruta 301: un trabajador rural resultó herido tras caer de un colectivo

Al llegar al Manantial, la presión urbana crece de un modo bestial sobre un camino que parece insuficiente para contener un flujo de tránsito ecléctico en el que conviven camiones con colectivos urbanos, autos, motos, carros tirados por caballos, ciclistas, peatones, chicos que van a la escuela, perros y hasta algunas gallinas. Los semáforos, cuando funcionan, ordenan pero suman demoras en un tramo que parece acercarse al colapso, especialmente en los horarios pico.

Además, es una zona insegura, con los problemas de infraestructura y las carencias típicas a las que nos tiene acostumbrados un Gran Tucumán que parece degradarse sin solución de continuidad.

Las transformaciones

Un poco más al sur, a la altura de Ohuanta aparecen nuevos actores: los barrios cerrados y los countries, que conviven con viejas fincas de limones -que tarde o temprano terminarán loteadas- y con barriadas en las que se mezclan resabios de la vida rural con la cultura de la marginalidad. Aquí, un semáforo y una colectora nueva permiten ordenar el acceso a una flamante estación de servicio, a un barrio cerrado y a una calle que se consolidó hace poco tiempo y que comunica la 301 con la 338 (la continuación de la Solano Vera), donde los countries, los loteos, una universidad, colegios y una diversidad de comercios están transformando el piedemonte. No es exagerado decir que todo este sector es el más dinámico y en el que se van a ver las transformaciones y las mejoras más importantes en el mediano plazo. Si este corto tramo que va desde el barrio privado Viento Sur hasta una clínica que se encuentra frente a una rotonda auguran un futuro más o menos promisorio, lo que aparece más allá de San Pablo supera cualquier expectativa, inclusive las de los más pesimistas. La autopista termina abruptamente: no hay carteles ni ningún otro tipo de indicación que advierta sobre la reducción de la calzada. Nada. Cero. De golpe, dos carriles (uno por mano) desaparecen y no queda otra que clavar los frenos y pegar el volantazo para no terminar despistado. Vale aclarar que a la deficiente infraestructura se suman las avivadas de los que aprietan el acelerador para pasar por la derecha y se encuentran con que de golpe se les achica el camino.

Un colectivo de la empresa Exprebus volcó en la ruta 301

Una manía tucumana

Unos kilómetros más adelante se manifiesta otra extravagancia: en medio de la ruta hay un complejo de semáforos que sirve únicamente para ordenar un giro hacia el oeste. Es decir, ni siquiera se trata de un cruce excesivamente complejo. Obviamente, pocos lo respetan y las banquinas terminan operando como un carril más por el que se mandan los que no tienen ganas de esperar la luz verde. Ahora bien ¿De dónde viene esa manía tan tucumana de semaforizar rutas y rotondas? ¿No habrá otras maneras de ordenar los puntos sensibles?

Desde ahí hasta Lules, todo es desolación: la 301 adquiere la apariencia de un camino distópico por el que circulan desde 4x4 a más de 160 km/h hasta bicicletas y, en tiempos de zafra, viejas rastras que a duras penas alcanzan los 40 km/h mientras desparraman caña. En el medio hay más semáforos y junto al pavimento conviven fincas, quintas, barrios de condición humilde, nuevos loteos, empaques de frutas de exportación e inclusive un punto histórico que desde hace años da lástima: las ruinas de Lules. Lo que sigue hasta Famaillá se parece un poco más a lo que uno espera de una ruta. Pero es un tema para otra columna, porque lo que aquí estamos tratando de entender es cómo llegamos a normalizar el espanto de todo lo anterior. Vamos a ensayar algunas posibles razones:

Un auto cayó a un canal de la ruta 301, a la altura de la rotonda de San Pablo

1- Planificación: lo que describimos más arriba confirma que una ciudad es un elemento vivo, que crece, que se desarrolla de modo orgánico, pero que cuando carece de orden pierde lógica. Tal como puede ocurrir con un chico con padres ausentes o con un arbolito al que le falta el tutor. Por un lado está la iniciativa privada, que busca y encuentra oportunidades -instalar un comercio o hacer urbanizaciones, por ejemplo- y, por el otro, el crecimiento demográfico de zonas muy vulnerables que se rigen por las necesidades y las carencias. En el medio aparece un Estado que se manifiesta con omisiones (infraestructura insuficiente, como la ruta angosta y en mal estado), con lentitud (demoras en dar respuestas: ¿por qué la autopista se corta en San Pablo? ¿Cuántas vidas podrían haberse ahorrado si llegara hasta Lules?) y de modo reactivo (se exhibe recién cuando el desorden está consumado y lo hace con respuestas mediocres, como semaforizar una ruta).

2- Mirada metropolitana: ¿de quién es la responsabilidad de ordenar el crecimiento de este sector? ¿De la capital, de Lules, de San Pablo, de El Manantial, del Gobierno provincial? ¿Todos tienen algo que ver? Tal vez es momento de considerar un ente supramunicipal en el que representantes de organismos estatales y del sector privado se encarguen de pensar al área metropolitana como una unidad y no como un grupo islas administrativas inconexas que sólo comparten un mismo espacio geográfico.

Un motociclista murió en la ruta 301, en Lules

3- La tucumanidad al palo: en toda esta maraña de carencias y desórdenes hay otro factor que juega fuerte y que tiene que ver con el modo en el que interactuamos. No respetar los semáforos, las velocidades máximas y mínimas, pasar por la derecha, usar la banquina como un carril más, no ponerse el casco y un larguísimo etcétera también aportan al caos; lo confirma un informe del Gobierno nacional que pone a Tucumán como una de las provincias con más muertes por accidentes de tránsito. Claro que, a la hora de comparar responsabilidades, los burócratas que gestión tras gestión desaprueban planificación urbana llevan la delantera.