Decía Borges que “la patria es un acto de fe”. También lo es la justicia: una fe en que los hombres habrán de cumplir la ley no por temor al castigo, sino por respeto al otro. Durante demasiado tiempo, esa fe fue puesta a prueba. La emergencia en discapacidad y la crisis hospitalaria en el hospital Garrahan revelaron la fragilidad de un sistema que, por momentos, olvidó a quienes más necesitaban protección. Desde mi rol como asesor de la Comisión de Salud de la Legislatura de Tucumán, he manifestado en reiteradas cartas y pronunciamientos públicos la necesidad de atender con urgencia esta situación. No fue una tarea política, sino moral. Porque detrás de cada reclamo había personas reales: niños sin tratamientos, adultos sin prestaciones, profesionales de la salud trabajando sin cobrar, y familias enteras atravesando la incertidumbre más cruel. Hoy celebro que finalmente se hayan dispuesto las partidas y que se haya reparado, al menos en parte, la emergencia. Pero también sostengo que este dolor no puede repetirse jamás. No puede volver a pasar que un país silencie a los más débiles, ni que la burocracia demore lo que la humanidad exige con urgencia. Como abogado y como hombre que conoce la discapacidad desde la vida misma, afirmo que la discapacidad no es un gasto, sino una deuda ética del Estado con su pueblo. Los hospitales no son meras estructuras administrativas: son templos donde la humanidad se mide cada día frente al dolor ajeno. La emergencia fue más que una crisis presupuestaria: fue una herida espiritual. Y como escribió Borges, “toda pérdida supone una ganancia; toda muerte, una resurrección”. Que esta experiencia nos sirva para resucitar el respeto, la empatía y la palabra justa. Que nunca más tengamos que escribir cartas o elevar pedidos para exigir lo evidente: el derecho a la dignidad. Porque el olvido también es una forma de injusticia. Y quienes aún creemos en la ley y en la palabra no estamos dispuestos a olvidar. Nunca más la emergencia en discapacidad.

Jorge Bernabé Lobo Aragón 

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