El primer sorbo sorprende. Cítrico, especiado, con el enebro al frente, limpio y persistente. No es una experiencia cualquiera. En esa botella se concentran el espíritu del azahar y la paciencia del destilador, la alquimia que une el fuego, el cobre y la flor. Así empieza la historia de Ayres, un gin nacido en Tucumán que hoy compite con las mejores del país. Y gana.
Todo comenzó una Navidad, cuando el médico Lucas Rasguido aceptó -no sin prejuicios- la invitación de su padre a probar un gin. “Le dije que eso era bebida de viejo”, recuerda entre risas y añade: “pero lo probé y me voló la cabeza”.
Era un Bulldog, una marca inglesa moderna. Poco después descubrió República Aparte, un gin artesanal argentino hecho con yerba mate. “Ahí entendí que también se podía hacer acá. Ese fue el punto de partida”, comenta Rasguido.
Desde entonces, el camino fue puro experimento. En el quincho de su casa, con un alambique de cobre de 9 litros y la complicidad de su esposa - “ella tiene un olfato impresionante”- el médico empezó a mezclar especias con la ayuda de cursos y maestros.
En plena pandemia, entre guardias hospitalarias y el juego de sus dos hijos, nacía una pasión que pronto dejaría de ser doméstica. “En los primeros intentos incluso confundí la pimienta de Jamaica con enebro”, -admite- “así que mi primer gin fue, técnicamente, un vodka de pimienta. Pero de los errores se aprende”.
El resultado de esa búsqueda fue un gin especiado, con notas de pimienta de Jamaica, pimienta rosa, cardamomo y cítricos tucumanos. Un gin que tiene cuerpo, alma y memoria.
Los primeros que lo probaron fueron sus amigos, quienes se convirtieron sin querer en sus primeros clientes. “Lo degustaban, les gustaba y pedían más”, cuenta. El pequeño alambique rendía apenas 20 botellas por tanda, pero el boca en boca hizo el resto. Así fueron creciendo: de nueve litros a 30, luego a 60 y finalmente al equipo de 200 litros que hoy permite mantener la constancia exacta de sabor y aroma en cada botella.
Esa precisión fue la que llevó al gin Ayres a conquistar galardones muy importantes. En Mendoza obtuvo el Gran Oro, la máxima distinción, tanto por su botella como por la versión en lata sabor mango. A la semana siguiente, en Chile, sumó una plata con el gin tonic de pomelo.
Día del Gin Tonic: por qué se celebra cada 19 de octubre“Las medallas son un mimo, pero sobre todo una señal de que vamos por el camino correcto”, dice. “Aspiramos a alcanzar los 99 puntos, la perfección. En Argentina, sólo una marca lo logró. Nosotros hacemos lo que podemos, en 25 metros cuadrados, pero con pasión y precisión”, comenta rodeado de su equipo y lleno de ilusión.
Sabor tucumano
Su taller -un pequeño espacio que parece laboratorio y atelier de artista a la vez- crece de la mano de su familia. Cristian, su mano derecha en la destilería, su esposa, su hermana y hasta su hija, la “servidora oficial” de gin tonic en ferias, son parte del ritual cotidiano que sostiene el emprendimiento.
El nombre Ayres nació casi por azar, o más bien por destino. “Nos mudamos al barrio Aires del Azahar en Tafí Viejo justo cuando terminamos el curso de destilación y compramos el alambique. En una reunión familiar alguien dijo el nombre y quedó. Era perfecto: corto, lindo y conectado con el azahar, que está muy presente en nuestros gin”, remarca.
¿Y cómo sabe un Ayres Gin? “Es único”, responde Rasguido sin dudar. “Cítrico, especiado, con el enebro bien marcado, como debe ser. Usamos enebro de Macedonia, coriandro y pimienta rosa de Perú, pimienta de Jamaica del norte de Chile, cardamomo de la India y cítricos orgánicos de Tucumán. Lo mejor del mundo, combinado con lo mejor de acá”, detalla.
Mientras tanto, los planes crecen. Porque en su taller de Tafí Viejo ya se gestan nuevos sabores y proyectos que incluyen una línea de agua tónica artesanal en botella de vidrio, gin tonic con estevia y una expansión a un espacio de 50 metros cuadrados.
Son amigos y crearon un gin que tiene sabor a Tucumán“Queremos llegar a doce sabores y ofrecer una experiencia completa, natural, sin colorantes ni saborizantes artificiales”, argumenta.
Y añade una parte central de este emprendimiento: “Todo lo que hacemos sale de acá, de Tucumán. Y eso, para nosotros, ya es un orgullo enorme”.
El diseño
Las botellas de Ayres se alzan como una pieza de cristal tallada en color ocre. Su transparencia deja entrever el espíritu que guarda: un líquido claro como el rocío. La etiqueta, sobria y elegante, abraza el vidrio con equilibrio entre modernidad y raíz ancestral. Cada trazo cuenta una historia de botánicos de paciencia, de esfuerzo y de aroma.
Las latas fueron todo un desafío para Rasguido, ya que al principio costó que fueran aceptadas por los consumidores más tradicionales de la bebida. Hoy son un éxito y las más buscadas de su público.
Con líneas limpias y tipografía elegante, las latas no gritan sino que susurran. Hablan del origen, del oficio, de la transformación de los frutos de la tierra en una experiencia líquida. Un diseño que equilibra naturaleza y ciudad, tradición e innovación.
Los diseños de cada empaque las hizo un amigo del médico. Porque dentro del alma de este gin tucumano, además de un buen sabor hay trabajo de seres queridos que se unieron para que cada botella no se destape, sino que se celebre.
Dato curioso: la ginebra y la medicina fueron de la mano
Lucas Rasguido es médico especialista en urología y durante la entrevista brindó una conexión entre la bebida que hoy prepara y la medicina. El gin nació en Europa, entre los siglos XVI y XVII, como un remedio médico. Su antecesor directo fue el “genever” (del neerlandés jenever, enebro), creado en los Países Bajos por médicos y alquimistas que destilaban alcohol con bayas de enebro. Esto se utilizaba para tratar dolencias renales, problemas digestivos y reumatismos, y el alcohol actuaba como vehículo para extraer y conservar los aceites esenciales. Ese preparado sería el precursor del gin moderno.
Gin tonic: ¿Sólo una tendencia o llegó para quedarse?La bebida se popularizó rápidamente, sobre todo entre los soldados ingleses que luchaban durante las guerras del siglo XVII. Ellos la consumían antes de las batallas para “calmar los nervios”, y al regresar a Inglaterra llevaron consigo el gusto por el genever. Con el tiempo, los ingleses adaptaron la receta y crearon su propia versión, más seca y fuerte: el London Dry Gin, que dejó de ser un remedio y se convirtió en una bebida recreativa.
El laboratorio donde la alquimia se vuelve gin
En el taller el aire huele a especias, a cítricos frescos y a cobre caliente. Allí relucen las pieles de limón y naranja, cortadas con precisión. En el centro del espacio, el alambique -una estructura mixta de acero inoxidable y cobre- parece latir al ritmo del vapor. Así comienza el ritual cotidiano del gin Ayres, el proyecto tucumano que combina saber técnico, intuición sensorial y una obsesión por el detalle. “Lo que hacemos acá es redestilar un alcohol que ya está tridestilado”, explica Lucas Rasguido, su creador.
Ese alcohol de base es de cereal y de la más alta calidad, de una marca llamada Porta, “la mejor disponible en Argentina”, aclara. El producto llega en tanques azules rotulados según las normas del Instituto Nacional Vitivinícola (INV), organismo ante el que están inscriptos y habilitados. Desde allí comienza el proceso de transformar una materia neutra en un destilado con carácter propio.
Un gin con sabor a TucumánEl segundo componente son los botánicos, el alma de cualquier gin. “El enebro es obligatorio. Si no lo tiene, deja de ser gin y pasa a ser vodka”, explica Lucas. El de Ayres se combina con cardamomo, coriandro, pimienta rosa y pimienta de Jamaica, más pieles de naranja y limón orgánicos de Tucumán. El objetivo es alcanzar un equilibrio especiado y fresco, con notas florales y cítricas. Luego la magia ocurre dentro del alambique de 200 litros que cumple la función de eliminar compuestos indeseables y aportar pureza al resultado final. El proceso comienza con la maceración, en la que los botánicos se sumergen en una mezcla de agua y alcohol durante 48 horas. “Es como cocinar -dice Rasguido-. Se juega con los perfiles aromáticos y de sabor que uno quiera lograr”, cuenta.
Luego se encienden las resistencias eléctricas. El calor hace que el vapor ascienda hasta el capitel del alambique y, de allí, al canasto de arrastre por vapor, donde descansan las pieles de naranja y limón. El secreto está en retirar la parte blanca de las cáscaras para evitar el amargor. Todo el sistema está pensado para asegurar pureza, estabilidad y trazabilidad.
Sabores
Limón: listo para tomar
“Muchos amigos me pedían la receta exacta, así que decidí ofrecer el gin tonic listo para tomar”, cuenta Rasguido. La idea derivó en una línea de gin tonic artesanal en lata, un formato que combina practicidad y calidad. Actualmente hay ocho sabores, pero la idea del creador es seguir la expansión para los degustadores más exigentes.
Pomelo: 100% orgánica
El agua que se usa en todo el proceso -para limpieza, dilución y rebaje- es de ósmosis: ultra filtrada, sin minerales y tratada con rayos UV para eliminar gérmenes. Además, de los distintos sabores de gin, Ayres produce su propia agua tónica artesanal, elaborada sin saborizantes ni colorantes artificiales, y planea lanzar versiones sin azúcar, endulzadas con estevia.
Mandarina: burbuja perfecta
“Me especialicé en lograr la burbuja perfecta. Para eso realicé una diplomatura en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y cursos con ingenieros de Mendoza. Incluso adapté el diseño de la máquina isobárica que usamos”, explica Garrido al contar que los detalles son los que hacen la diferencia en su producto y que por ello también tomará un curso en Inglaterra.
Mango: industria nacional
La máquina que utiliza hoy Rasguido para el embasado llena unas 600 latas por hora, controlando la presión interna para evitar pérdida de gas.
“El resultado son bebidas con textura firme y carbonatación intensa, como el gin tonic sabor mango, que ya recibió medalla Gran Oro en Mendoza”, detalla el médico, que se muestra orgulloso de la bebida que logró.
Maracuyá: medidas calculadas
El embotellamiento del gin se realiza en recipientes agropecuarios graduados de medio litro. “Así podés medir fácilmente los 50 ml que lleva un gin tonic perfecto”, dice.
La pregunta de cómo prepararlo correctamente fue la que dio origen a la nueva línea de latas que lanzó recientemente. “Ya están listas para la heladera”, indica el creador de Ayres.
Frutillas: otro sueño
Mientras ajusta cada detalle, Lucas ya piensa en la próxima competencia: Londres, la cuna del gin tonic.
“Cada medalla es un mimo, pero lo que más me interesa es seguir mejorando”, dice. Porque en Ayres no hay fórmulas secretas, sino la convicción de que la alquimia del fuego, el vapor y los cítricos puede transformar un destilado en un perfume líquido que huele -y sabe- a Tucumán.