Por Flavio Mogetta para LA GACETA

En la Edad Media un género muy revistado por quienes se dedicaban a escribir era el del planto, esa composición poética considerada una elegía y que expresaba un lamento o duelo por la muerte de una persona y al mismo tiempo recuperaba la figura de esa persona realizando una reflexión sobre su vida, fama y fortuna. En ese terreno encaja entre otras la clásica Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique. Más acá en el tiempo, el género se redefine a partir de la literatura del yo. En ese derrotero podría encajar El doctor Álvarez contra los All Blacks, el libro del músico Iván Noble, que da cuenta de la vida de un (su) padre y que además sirve para graficar el vínculo padre-hijo.

“El libro arrancó siendo en mi cabeza una elegía a mi viejo o una simple catarsis personal, no lo tengo tan claro en este momento. Durante su enfermedad yo tomaba notas todo el tiempo desde las cosas más pequeñas hasta las más grandes que me producía él. Pero no sabía si eso iba a ser terminar siendo un libro o algo para publicar. En algún momento pensé que iba a hacer algo a modo de diario personal y que iba a quedar en mi cajón. Cuando promediaba el asunto decidí mostrárselo a alguien que quiero mucho, que es Juan José Becerra, y él me dio un par de consejos muy certeros. Uno fue que abriera una ventana en el libro y que no hablara solamente de la muerte de mi viejo, que hablara de su vida, una forma de que el libro no fuera tan lúgubre. Ahí el libro tomó más forma y me pareció que terminaría teniendo la estructura de una novela o de algo del orden de la literatura del yo. Todo orbita alrededor de mi viejo, pero también él se transforma en una coartada, una excusa para hablar de la infancia y de la relación padre-hijo, que para mí es uno de los temas que más me moviliza desde hace tiempo. No todos somos padres -aunque yo sí- pero todos somos hijos, entonces hay algo ahí que uno lleva incrustado.

-El libro está atravesado por dl vínculo padre-hijo, pero permite para los que son padres también proyectar el vínculo hijo-padre. Se presenta ese doble camino.

-La revisión de mi relación con mi viejo empezó cuando fui padre. Su enfermedad aceleró ese proceso de revisión, pero cuando fui padre empecé a rememorarme más seguido como hijo y a darme cuenta de que había una distancia con mi viejo, hecha en mi caso de cariño y de amor, pero distancia al fin, que me pregunto hasta qué punto no es constitutiva de cualquier relación entre padre e hijo. Generacionalmente uno tiende a creer que con nuestros hijos ahora estamos más cerca, tal vez tenemos consumos culturales o formas de vestir similares… Me parece que ahí hay una trampa. En el caso de nuestros viejos las diferencias eran claras. Yo miraba las fotos de cuando yo tenía la edad que tiene mi hijo ahora -19 años-, en las que estoy con mi viejo, y él era un señor con mocasines pero más joven de lo que yo soy ahora. Para mí la relación padre e hijo es como la caja negra de nuestra existencia, sobre todo la de los varones. Hay una cosa ahí con el tótem, el padre, ese superhéroe que uno construye y que en un momento se derrumba, se enferma, envejece, y los roles se invierten. Empezás a convertirte, de alguna manera, en el padre de tu propio padre.

-Hay varios elementos con presencia fuerte en El doctor Álvarez contra los All Blacks. Uno de ellos es la música y cómo a través de esta se genera un nuevo código en ese vínculo padre-hijo.

-En mi caso, la música -y sobre todo el tango- era el puente que encontraba para llegar a mi viejo cuando me sentía un poco lejos de él o de sus cosas. Y en su enfermedad eso terminó siendo una pieza fundamental de nuestra comunicación. Escuchar música juntos era una forma de abrazarnos, para nosotros que nos habíamos abrazado poco. Soy de una generación que se juntaba a escuchar discos -cuando teníamos 14 o 15 años-. Bueno, eso hacía yo con mi viejo ahora. Cuando estuvo enfermo, llevaba un baflecito y las letras de tango a veces nos hacían decir cosas que no nos habíamos dicho nunca y que las decía, por ejemplo, Floreal Ruiz.

-En la construcción del texto, desde el lenguaje también aparece esta cuestión por momento tanguera, el lunfardo, algún que otro refrán, que de alguna manera también están presentes en tu faceta de letrista de canciones.

-A esta altura de mi vida me ilusiona más la idea de escribir libros que canciones. Pero es un oficio en el que soy nuevo, a pesar de que pienso que escribir canciones e intentar hacer literatura son oficios vecinos, aunque no sean lo mismo. Comparten tendederos. Me lo pregunté, mientras escribía, cuánto se parecía el estilo, la forma de escribir a las canciones. No sabía bien que responderme pero no me pareció bueno detenerme mucho en eso para no forzarlo. Imagino que todo lo que uno escribe tiene que ver con lo que mamó.

-En el recorrido del libro está muy presente ese espacio que es la infancia, ese momento en que los padres -estando presentes o ausentes- tiene una mayor dimensión.

-Sí, la infancia para mí es un lugar común muy grande, como la patria perdida. Al menos para los tipos que adolecemos de cierta afición por la melancolía o la nostalgia, la infancia es un lugar al que vuelvo muy seguido y revisar la historia con mi viejo también fue una forma de meterme ahí. Entiendo que a mis 57 años también tiene una explicación: uno empieza a revisar, a hacer el inventario de algunas cosas, y quién no quisiera volver un ratito a los siete o diez años. Supongo que este libro quizás también es eso: un manotazo de ahogado en ese sentido.

-Atravesado por la infancia y también por el presente, en el libro y en tu vida también tiene una presencia muy fuerte la playa bonaerense.

-También. A mi viejo gustaba mucho el mar y la playa. No sé si eso se hereda o se contagia, pero me pasa lo mismo. De hecho, el libro termina en el mar. Supongo que a mi viejo le hubiera gustado que termine ahí. Y a mí me gustaría terminar ahí, dentro de mucho.

-¿Cómo te llevas con la muerte?

-Muy mal, pero sospecho que, muy de a poco, empiezo a leer la idea de muerte de otra manera. Me parece que no está mal en un momento de la vida, como el que transito, que sea una presencia no amenazante, pero que sea una presencia. Como recordatorio, al menos de que vale la pena ese viejo asunto de vivir cada día como si fuera el último, porque tal vez lo sea. Pero no solo como el último sino también como si fuera el primero. Intentar homenajear al presente casi todo el tiempo, que es lo único que tenemos, al fin y al cabo. Y darle mucha importancia al instante, porque la muerte viene a veces sin ningún tipo de aviso. Uno a los veinte es inmortal, los que se mueren son otros -los viejos, nuestros abuelos-. A los 30 y pico o a los 40 empiezan a morirse nuestros viejos. Pero la noticia es que en realidad te podés morir vos mañana, o tus amigos. A los cincuenta largos ya eso lo sabés definitivamente. Hay dos o tres frases sobre la muerte que me gustan mucho. La que más me gusta es de uno de los tipos que me gusta leer que dice: “No le tengo miedo a la muerte. Pero debe ser horrible no estar vivo”. Y es un poco lo que me pasa. No le tengo tanto miedo ya, pero me sigue gustando mucho la vida. Entonces, prefiero no pasar por eso, por ahora.

-De hecho, el libro arranca con esto de que puede pasar en cualquier momento, como la muerte súbita de un futbolista de elite.

-En esa primera página está casi todo lo que pienso del asunto. Me sacude cuando pasan esas cosas. Le tuve mucho miedo a la muerte, hace unos años, cuando fui padre. Ahí sí tuve miedo hasta no hace tanto, hasta los 15 o 16 de mi hijo. Me aterraba la idea de morirme y que mi hijo sea muy chiquito y que no sepa cómo era yo o que no tuviese recuerdos míos. Andá a saber cuánto tiene que ver con la relación que yo tenía con mi viejo. Y ahora pienso que si me pasa algo dentro de quince minutos, para mi hijo sería un golpe muy fuerte, pero del que saldría y tendría muchos recuerdos míos.

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PERFIL

Iván Noble (Buenos Aires, 1968) estudió sociología en la UBA. Fue compositor y cantante de Los Caballeros de la Quema hasta el año 2001, y en 2002 inició su carrera solista que hoy alterna con el regreso del grupo. En 2013 publicó De tal palo, libro de poemas compartido con Basta de escribir novelas de Washington Cucurto. En 2017 editó el libro de relatos Como el cangrejo. Fue conductor de radio en Rock & Pop, Nacional Rock y Radio del Plata.

Vida de un padre*

Por Iván Noble

Eran las diez de la mañana del domingo 4 de marzo de 2018 y yo estaba en el baño leyendo noticias en el celular. Apenas despierto, cobrando sin apuro forma humana, un tweet que hablaba de “tragedia en el fútbol italiano” me llamó la atención. No me sonaba el nombre de Davide Astori, defensor de la Fiorentina, pero seguí leyendo. La cuestión es que habían encontrado al fulano muerto en la habitación del hotel donde estaba concentrado con su equipo. El hotel era en Udine, capital del Friuli, la tierra de mis nonos y mi vieja. Como cada vez que escuchaba hablar o leía sobre el lugar, algo parecido a la familiaridad resonó en algún suburbio de mi sangre.

Lo que también suele hacerme ruido, más bien diría estrépito, es enterarme de que la gente se muere. Entiendo perfectamente que es una vieja costumbre que tienen las especies, pero cuando los que se mueren no son ancianos irremediables, gente que uno sospecha jaqueada de enfermedades, repleta de penurias y prótesis, entonces una cosquilla oscura me trepa por el estómago. No me importa que sean absolutos desconocidos, lo mismo da que sean futbolistas o astronautas; lo único que me interesa es la edad. Astori tenía 31 años. Y el motivo de su muerte eran “causas naturales”. O sea que un atleta de 31 años al que médicos de toda clase le chequean hasta las uñas de los dedos meñiques cada dos semanas, cena unos spaguettis rodeado de otros atletas, sube a la habitación de un hotel 5 estrellas, tal vez mira un rato de tele, se aburre, quizás hace una videollamada con su mujer o algún hijito antes de dormirse, se lava los dientes por última vez en la vida, apaga la luz, se tapa hasta el cuello pensando en el 9 que le toca marcar mañana… Pero resulta que no hay mañana.

*Fragmento de El doctor Álvarez contra los All Blacks.