Con frecuencia en la consulta psicológica encontramos pacientes que manifiestan lo mucho que les cuesta enamorarse. Sentir amor -amor romántico- por alguien. Se resignan a encuentros casuales o a relaciones con cierta continuidad… pero sin implicarse emocionalmente, con el telón de fondo del desapego. Estado que algunos llaman “síndrome del corazón congelado”: una suerte de bloqueo afectivo que impide que las personas se entreguen plenamente.
¿Por qué esta desconexión? ¿Acaso no es lindo enamorarse? ¡Por supuesto que sí! Pero, lo sabemos bien, nos vuelve vulnerables: corremos el riesgo de que nos dejen, de que nos hieran, de sufrir. No hay garantías.
Y de esta forma el “congelamiento” no es otra cosa que una respuesta adaptativa, una medida de autoprotección que el cuerpo pone en marcha para sobrevivir. Por eso es común que estas personas hayan pasado por experiencias románticas dolorosas que les causaron decepción y pérdida de confianza en el amor (rupturas, relaciones tóxicas o abusivas, infidelidad). Puede que carguen con ciertos traumas emocionales no resueltos (abandonos, la pérdida de un ser querido). O que tengan demasiado idealizadas las relaciones de pareja: cansados de frustrarse y no dar con sus estándares imposibles, renuncian a seguir buscando, se cierran.
¿Otra de las posibles causas? El estrés crónico, que lleva a las personas a dejar de lado el tema del amor (como si no tuvieran energía para destinar a eso). Tampoco ayuda la sociocultura actual y su exaltación de la autosuficiencia y el autocontrol, que conduce a levantar verdaderos muros emocionales. Lo mismo que el protagonismo de las redes sociales y las apps, tan proclives a fomentar el miedo a la intimidad, las actitudes fóbicas y los vínculos superficiales y fugaces.
El problema es que esta anestesia no puede ser local: invade otros aspectos vitales. Y es que son varias las experiencias que pierden en intensidad, en brillo… en placer. Se viven como amortiguadas. No hay dolor, claro, pero tampoco se siente demasiado lo demás.
¿Es posible “descongelarse”? Desde luego que sí, aunque no es algo que ocurre de golpe ni por arte de magia. Se trata de empezar a registrar en el cuerpo las respuestas emocionales que nos despiertan, por empezar, las pequeñas cosas. Las más cotidianas e inofensivas, las que no disparan nuestras alarmas y defensas. Recuperar la seguridad, de a poco. Para así, también de a poco, volver a sentir.